Revista Cultura y Ocio

Los ángeles de Nagýrev

Publicado el 14 octubre 2013 por Aranmb

En 1929, el descubrimiento de una macabra costumbre en el pueblo húngaro de Nagýrev desató la leyenda sobre un lugar que aún hoy no se ha recuperado de la tragedia. Aconsejadas por una misteriosa curandera, decenas de mujeres asesinaron con arsénico a hijos, padres y, sobre todo, maridos. ¿Qué hubo de cierto en todo lo que se cuenta sobre las “hacedoras de ángeles” de Nagýrev?

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Ahí estaba. Gyulia Fazekas (imagen derecha). Muerta. Doblada sobre sí misma, retorcida como una lagartija, sobre la cama de su casa de Nagýrev, el ceño, como siempre, fruncido, los ojos, fríos y abiertos, de mirada punzante aún después de dejar este mundo. A Gyulia Fazekas, la bruja, la líder de las angyalcsinálók (del húngaro y literalmente, hacedoras de ángeles) no la habían podido matar porque era una superviviente nata y, al fin y al cabo, suicidarse es muy diferente a dejarse colgar. Fazekas eligió lo primero, y con tal propósito se tragó tanto arsénico como hiciera falta para devorarle las entrañas. Corría el año 1929 y el secreto de Nagýrev, aquel que con tanto empeño Gyulia y las suyas se habían esforzado en guardar, recorría ya los periódicos de medio mundo.

Nagýrev, hoy en día, es un pueblo de menos de mil habitantes en el que la tragedia lo ha configurado todo. Todo. Es imposible, y especialmente en Hungría, pronunciar su nombre sin que al que oye le vengan a la cabeza las imágenes de las angyalcsinálók en el tribunal, ataviadas con la pañoleta a la cabeza y con cara de no haber roto nunca un plato. En opinión de ellas, desde luego, no lo habían roto. Eso era lo que se había enseñado en Nagýrev generación tras generación y que los elegantísimos señores del jurado no iban a ser capaces de entender nunca: que el hambre, cuando aprieta, aprieta pero bien, y que, entonces, los medios poco importan con tal de llegar a la mejor conclusión posible.

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El caso, por ejemplo, con el que había estallado la bomba: la muerte de Anna, la miserable, en 1924. Su propio mote ya hacía ver a cualquiera que quisiera entenderlo que poco había ya de aportar a este mundo. Una boca más a comer de la ya exigua economía de la hija, Anna Sebök. La Sebök sabía a quién tenía que recurrir en situaciones desesperadas: Gyulia Fazekas, en su humilde casita, hacía y deshacía entuertos y preparaba brebajes; la sabiduría de sus antepasados le había enseñado qué compuestos curaban y cuáles mataban, y el progreso de los tiempos, los materiales. Usar matamoscas era, desde luego, más sencillo que sacarse de la manga el arsénico con el que las mujeres de Nagýrev llevaban décadas deshaciéndose de las bocas sobrantes. ¡Si tan sólo la Sebök no se hubiera precipitado tanto! Sólo se le ocurrió arrojar el cadáver de la Miserable al río Tisza, con la esperanza vana de que las aguas se lo tragasen. No fue así, claro. Cuando encontraron el cuerpo, despojado ya de cualquier humanidad que pudiera habido tener y en avanzado estado de putrefacción, en Csongrád, saltaron todas las alarmas. El envenenamiento de una mujer en la zona despertó la rumorología y fue entonces cuando algunos recordaron que cerca, en Nagýrev, llevaban tiempo muriendo algunas personas en extrañas circunstancias.

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De los juicios de las brujas de Nagýrev se ha escrito mucho y mal. Leyendo las crónicas de quienes creyeron la versión oficial, tal pareciera que fueran viudas alegres, mujeres pasionales que mataron por quedarse con un amante de aquellos que trajo la guerra. Dijeron que a Nagýrev había llegado un pelotón de soldados extranjeros allá por 1914 para quedarse, al menos, en las camas de sus mujeres mientras los maridos combatían lejos. Alguna habría, claro; pero la verdad, en boca de los habitantes de la aldea húngara, es que el arsénico era ingrediente habitual de una sociedad carcomida por la miseria, en la que las mujeres cargaban con la responsabilidad de sacar adelante a una familia muchas veces impuesta. No en vano la primera ocupación de Gyulia Fazekas fue la de abortera clandestina; y de ahí su nombre (la sociedad rural húngara imponía el apelativo de “hacedoras de ángeles” a las comadronas que se encargasen de tal menester). Pero no sólo los bebés por nacer molestaban en Nagýrev.

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Se estima que unas cincuenta personas murieron de 1911 a 1929, los dieciocho años que Fazekas estuvo “al mando” de la salud del pueblo de Nagýrev. “Si tienes un problema, aquí estoy”, cuentan que decía la viuda negra -¿lo fue, realmente? Más adelante lo comprobaremos- a sus clientas cuando venían confesándole algún problema.  Un bote de arsénico, veneno fulminante para el organismo humano, era la solución para maridos incómodos, abusones, hijos no queridos, padres molestos o hermanos enfrentados por causa de herencias. Objetivamente, la Fazekas no había matado a nadie. Eran las mujeres de Nagýrev quienes recurrieron a ella y ejecutaron los asesinatos por los que hoy es tristemente recordado el pueblo. En 1929, veintiséis mujeres fueron detenidas y juzgadas, acusadas de haberse deshecho de sus familiares. Las causas y modos eran de lo más dispares: desde la de Roze Hoyba, que dijo haber asesinado a su marido por ser demasiado “aburrido”, a la de Maria Kardos, que había matado a su marido, a su amante y a un hijo de veintitrés años y cuya confesión resulta espeluznante: Cuando le di el veneno, recordé lo bien que cantaba mi niño en la escuela… le dije “¡Canta, cariño, canta mi canción favorita!” La cantó con su dulcísima voz hasta que, súbitamente,  gritó, se agarró la tripa, se retorció y murió.
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En las fotos, varias de las mujeres procesadas por los asesinatos de Nagýrev, en 1929

¿Quién era, realmente, Gyulia Fazekas?

No se llamaba Gyulia, para empezar. Un rápido vistazo a Internet nos proporcionará la información de que la Fazekas era una mujer misteriosa, que había llegado a Nagýrev en 1911 ya viuda, por supuesto, en extrañas circunstancias; que nada se sabía de su vida anterior y que cometía sus fechorías acompañada de una pariente cercana llamada Susi Oláh. Novelar, a veces, tiene sus riesgos, pero el de la Fazekas ya es de traca: por hacer más misterioso un caso que ya es lo suficiente per se, se ha presentado a Fazekas de, poco más y poco menos, bruja del bosque. Nada más lejos de la realidad: Fazekas llevaba toda la vida viviendo en Nagýrev. Susi y ella eran, de hecho, la misma persona.

1929 07 19 - muerte - Fazekas Gyuliane (1861-1929)

1929 07 19 - muerte - Olah Zuzana (1865-1929)

Defunciones de Gyula Fazekas (1928) y su mujer Zsuzsanna Oláh (1929)

No es difícil seguir el rastro de los habitantes de un pueblo pequeño. Tal y como nos muestra el registro civil de Nagýrev, Zsuzsanna Oláh se suicidó el 19 de julio de 1929 en la casa que, hasta su muerte el 30 de octubre de 1928, había compartido con su esposo Gyula Fazekas. Zsuzanna Oláh ha adoptado en algunos de los relatos de su macabra historia, por tanto, el nombre y apellido de su esposo. En realidad se llamaba Zsuzanna Oláh, hija de Zsuzanna Sebestyen e István Oláh y tenía 64 años en la fecha de su suicidio.

Echando abajo la versión de los soldados amantes

Lo hizo el historiador Belá Bódo en 2002, año en el que publicó su obra Tiszazug: A Social History of a Murder Epidemic. Investigación mediante, apunta a una historia aún más macabra que aquella que decía que las mujeres de Nagýrev habían decidido matar a sus maridos por haber encontrado amantes en la primera contienda mundial. Bódo afirma que ya hubo muertes por arsénico en una fecha tan temprana como 1911 y que, según la creencia popular en la zona, el recurrir al veneno para deshacerse de los familiares incómodos era algo que llevaba haciéndose en toda la región de Tiszazung durante generaciones. ¿Las razones? La extrema pobreza de la región hacía que fuera harto difícil cuidar a los ancianos o a los jóvenes débiles que no podían aportar nada a la economía familiar. Aunque de todo había, claro: una de las acusadas, Maria Szendi, convirtió para algunas versiones los asesinatos de Nagýrev en toda una revolución feminista. Afirmó haber matado a su marido porque siempre quería tener el control. Es terrible la forma en que los hombres siempre quieren todo el poder.

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Los sucesos de Nagyrév a principios de siglo no hacen más que demostrar que la realidad, a veces, supera a la ficción, incluso cuando la segunda haya partido de la primera. La exagerada costumbre a la muerte -no es raro encontrar, en el registro civil de Nagyrév, defunciones de bebés recién nacidos, de madres recién paridas, de muchachos carcomidos por la tisis y, sobre todo, a partir de 1915, de jóvenes que se llevó la guerra- y la miseria extrema fueron las causantes de lo que hoy sólo nos parecería una película de terror… y de una violencia, incluso, exagerada. Profundizar en la tragedia, en este caso, la hace más grande: nunca podrá dejar de sorprendernos, nunca, todo de lo que es capaz el ser humano.


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