Una de las mil cajas con viejas ediciones del periódico, cuyo primer número salió a la calle el 29 de julio de 1963.
El corto de dos minutos que publicó en su sitio web alcanza para tener una idea de la envergadura del trabajo que la Biblioteca Nacional habrá realizado cuando en unos diez años termine de restaurar, digitalizar, categorizar el archivo completo del diario Crónica. Las imágenes del traslado desde el edificio del periódico hasta el gran depósito de la BN evocan el recuerdo de las cifras que Télam difundió el viernes pasado, cuando anunció la puesta en marcha del convenio de comodato que Horacio González y Raúl Olmos firmaron a mediados de este año.
En el cable en cuestión, la agencia de noticias estatal calculó “cuatro mil tomos de páginas publicadas entre julio de 1963 y la actualidad” (cantidad comparable con cerca de “180 metros lineales de material encuadernado”), “tres millones de negativos fotográficos”, “casi mil cajas” y “555 archiveros de cinco cajones con recortes y fotos”. También informó que la “titánica tarea” de preservación estará a cargo de sesenta profesionales y técnicos, que utilizarán “tres sistemas distintos de proceso digital”.
Siempre según Télam, los cuatro mil tomos de los diarios en papel se digitalizarán en los próximos cuatro años. El procesamiento de fotografías, negativos y archivos de investigación e información demandará algo más: una década.
Días después de que González y Olmos firmaran el acuerdo de comodato (se trata de una donación transitoria, el tiempo que lleven la restauración, digitalización y categorización del archivo), el periodista Juan Salinas contó en su blog, primero, cuán maltratados fueron los archivos de Crónica y su responsable Sergio Rodríguez Rinaldi, luego, algunos entretelones de esta iniciativa de conservación patrimonial.
Sergio tenía (tiene) un concepto muy claro de la valía historiográfica y cultural del archivo que tenía virtualmente en sus manos. Me dijo que por momentos lo asaltaba la tentación de renunciar ya que nadie le llevaba el apunte y el sueldo era exiguo, pero que por otra parte tenía plena conciencia de que si se alejaba, no habría nadie que supiera qué corno había en ese archivo y como encontrarlo.
Nos conjuramos para que esos archivos no fueran saqueados ni trozados. Que no cayeran en manos privadas ni fueran llevados al extranjero. Que permanecieran en Argentina, y en el dominio público.
Traté primero de que el Archivo Nacional de la Memoria (ANM) se hiciera cargo del archivo a cambio de su digitalización. Gracias a los buenos oficios de Francisco Barba Gutiérrez, intendente de Quilmes y veterano militante de la Juventud Peronista y de la UOM, conseguí ser recibido por Alejandro Olmos, que me derivó hacia el afable y gigantesco Gabriel Ben Ishai.
Acompañado por el director ejecutivo del ANM, Carlos Lafforge, hicimos con él varias reuniones,y casi casi concretamos un acuerdo que a la postre se frustró porque conseguir un espacio para albergar semejante archivo (piénsese en unos 10 metros x 20 metros con archivos hasta los 2 metros de altura para tener una idea… y no sé si me quedo corto) no resultaba fácil. Por otra parte, la posibilidad que teníamos gracias al gentil ofrecimiento del director del Instituto Espacio para la Memoria (IEM), Eduardo Tavani (el pabellón Coy de la ex ESMA) se fue al garete cuando, a causa de pugnas internas de los organismos de derechos humanos, Tavani renunció en el marco de una crisis que terminó con la disolución del IEM.
Llegados a este punto, le propuse a Carlos Lafforge hacerle gancho a nuestro común amigo Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, con Ben Ishai. La idea era que la negociación se recondujera y el archivo pudiera pasar a la misma, pues lo único importante era dejarlo en manos del Estado nacional.
Por suerte para todos los argentinos, esas negociaciones dieron frutos y los cuantosos archivos de la Editorial Sarmiento, básicamente los de Crónica, sus satélites, adláteres y heterónimos (como los diarios Última hora y algún otro que reemplazaron a Crónica cuando fue clausurado) pasarán en comodato por diez años renovables por otros diez a la Biblioteca Nacional para que ésta los digitalice y luego de darle una copia a los dueños del diario, se quede con los ejemplares de papel”.
Con la placa de rigor, arranca el corto de la BN.
Los argentinos celosos de nuestro patrimonio cultural, en especial de aquél ligado a la historia del ejercicio periodístico en nuestro país, celebramos este convenio con la BN así como tiempo atrás festejamos el acuerdo que el mismo Horacio González firmó con el gran Rogelio García Lupo (algunos nos enteramos de la buena nueva gracias al documental A vuelo de pajarito).