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Los arquetipos: ¿modelos de lo que somos o de lo que queremos ser?

Por Artepoesia

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Estando el héroe griego Ulises de regreso a su tierra, luego de luchar en la empecinada Troya, cuenta la leyenda que navegando muy cerca de la isla de Etolia, después de tantas luchas y suplicios, decidió arribar a sus costas para, por fin, descansar. El rey de aquella isla era Etolo, dios a su vez de los vientos y las mareas, el cual los acogió hospitalariamente. Luego, al tener que volver de nuevo a surcar aquellas difíciles aguas, Etolo le ofreció a Ulises un odre en donde se guardaban, encerrados, todos los vientos y tempestades del mundo. Pero, como en casi todos los regalos escondidos, como en casi todas las ofrendas gratuitas y sin esfuerzos para con los exigentes dioses, las cosas casi siempre acaban descubriendo además su verdadero precio, su auténtico, visceral y lastimoso sentido, y, así mismo, su propia condena. Los hombres de Ulises, ahora curiosos y avezados, llevados además por una codicia imaginaria, miraron así en el interior del misterioso odre de Etolo. De pronto se desataron los más grandes y terribles vientos, tormentas y huracanes que mar alguno pudiera del todo contener.
Agotados de nuevo, con la nave deshecha, desorientados y heridos casi, pudieron avistar entonces una tranquila y hermosa tierra a lo lejos. Esta era la isla de Eea. Ulises, prudente ahora, decidió que un pequeño grupo de sus hombres exploraran antes la isla. Tiempo después, Ulises vió llegar sólo a uno de sus hombres, que, asustado y nervioso, le narró lo que les había sucedido a sus compañeros. Caminando a lo lejos llegaron a un gran y maravilloso palacio. Cuando, sorprendidos ellos entonces, les dejaron pasar y les acogieron encantados. Allí reinaba una extraordinaria mujer, muy bella, agradable y seductora. Les invitaron entonces a beber algo a todos, de lo cual él sí pudo, desconfiado ya, evitar hacerlo. Luego observó como sus compañeros se acababan convirtiendo en cerdos, aunque mantenían sin embargo su razón y su entendimiento. Para ese momento, huyó de allí despavorido y sin mirar atrás. 
Ulises debía recuperar a sus hombres. No lo pensó mucho más, y acudió a ese palacio. Pero, por el camino, algo le sucedió. Los dioses, esos que a veces dirigen la vida azarosamente, le enviaron ahora a Hermes para que le diese a Ulises un providencial brevaje. De este modo evitaría así cualquier posible transformación o maldad que algo o alguien le causara. Cuando Ulises llegó al palació descubrió a Circe, la hermosa reina de aquella isla maldita. Ésta le recibió agasajándolo con comidas y bebidas maravillosas, como sabía ella hacer siempre con todos. Sin embargo, a Ulises todo esto no le hizo ningún efecto. Circe entonces, asombrada y admirada con ello, quedó así rendida con él, también enamorada para siempre, vencida ya a los pies del héroe griego.
Para el famoso psicoanalista Carl Jung, el contenido del inconsciente colectivo, de ese gran espacio simbólico del inconsciente global, que es el inconsciente realmente objetivo, lo forman así todos y cada uno de lo que se ha dado en llamar arquetipos. También los denominó imago, imágenes primordiales. Los arquetipos serían ya una forma innata de experimentar los hechos y las cosas de una determinada manera. Jung sugiere que en el mundo primitivo existía ya una especie de Alma colectiva. A ésta, con el paso de los años, de las evoluciones, de las luchas, de los enfrentamientos, las oposiciones, los descubrimientos, las carencias, las inclinaciones y los deseos, le surgieron en cada caso ya un pensamiento y una conciencia individual. Esto configuró así el comportamiento y los caminos que cada uno, cada individuo, debiera tomar ya. Pero nunca dejaba aquel arquetipo de condicionar la conducta final, aquella que regía, ahora, cada particular tendencia personal que se tuviera. En general había, así, tres grandes caminos o rasgos que condicionaban a los individuos: el camino del Conocimiento, el del Poder y el del Amor.
¿Qué somos realmente? ¿Qué destino, si es así, verdaderamente independiente elegimos sin determinar éste nada antes de haberlo ya elegido? ¿Arrastramos a nuestro arquetipo, o éste nos arrastra inevitablemente a nosotros? 
(Óleo del pintor prerrafaelita inglés John William Waterhouse, El círculo mágico, 1886; Cuadro del pintor francés Henri Fantin-Latour, Charlotte Dubourg, 1882, hermana de la esposa del pintor, mujer decidida, fría y calculadora, nunca se casó; Cuadro El caballero andante, 1870, del pintor John Everett Millais, Tate Gallery, Londres, caballero que lleva la pesada carga de liberar a los demás, sin liberarse a sí mismo; Óleo Circe, 1891, del pintor John William Waterhouse; Cuadro del pintor Max Slevogt, Don Juan, 1912, personaje condicionado de estereotipos que superan la verdadera razón de sus deseos; Óleo del pintor Waterhouse, Santa Eulalia, 1885, maravilloso escorzo de la representación del cadáver matirizado de la santa, personaje entregado sin más hasta la propia destrucción; Cuadro del pintor Max Slevogt, Danza de la muerte, 1896, en donde representa al personaje abandonado, frívolo y autodestructor; Extraordinario cuadro del pintor Johann Heinrich Wilhem Tischbein, Goethe en la campiña de Roma, 1787, Alemania, que representa al individuo creador, inspirado y lleno de mundos.)


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