El que hoy llamamos artista, fue considerado artesano y él mismo se tuvo como tal en su época. Desde la Antigüedad, y salvo alguna excepción, había sido siempre así. Sólo el arquitecto merece un trato especial y esto es también algo secular. En ciertas zonas y probablemente por la general revalorización de los oficios mecánicos en base a su utilidad pública, la consideración social del artista varía y son de destacar, en este sentido, las sutiles implicaciones que Petrarca descubre en la obra de Giotto. Sin embargo, aunque podemos afirmar que el del pintor constituyó un caso aislado, es significativo, porque anuncia el cambio que va a llegar con el Renacimiento.
Los pintores, escultores, orfebres,.., reunidos gremialmente como los integrantes de los restantes oficios menestrales, fueron asentándose durante el siglo XIII en las ciudades, si bien en algún caso, por la naturaleza de su trabajo no les fue fácil abandonar la itineraria, por lo cual los artistas se vieron obligados a modificar constantemente su estatus ciudadano. Pensemos por ejemplo en el periplo de Giotto: Florencia, Asís, Padua, Roma, Rímini, Ravena, Nápoles,…
Determinadas ocupaciones artísticas permiten un mayor asentamiento que otras y, en el caso de los miniaturistas, o de los orfebres, parece haber sido así; también en el de los pintores más especializados en la obra de retablos, o en el de los escultores de imágenes de devoción. Esta situación no es extensible a los pintores contratados para realizar decoraciones murales, o a los arquitectos, cuya actividad les obliga a trasladarse a pies de obra.
En Francia, por ejemplo, el siglo XIII es la época de las grandes canterías, a cuyo abrigo trabajan desde picapedreros a lapiceras y vidrieros. Esto favoreció la existencia de equipos interdisciplinarios que se desplazaron conjuntamente desde unos centros a otros.