No en vano, numerosos expertos han demostrado durante años los beneficios de la música clásica frente a otros géneros musicales. No se limita a apelar la parte emocional, sino también influye en lo físico y en lo psicológico. Es por ello por lo que científicos dentro del campo de la salud insisten en la reproducción de música clásica como un hábito saludable capaz de aportar grandes beneficios en ámbitos determinados como las salas de estudio o las oficinas, lo que la hace muy recomendable.
La música clásica, por ejemplo, es capaz de causar las mismas emociones que el habla, algo tangente a nuestra mente y, por lo tanto, positivo para nuestra productividad diaria (ya sea estudiando o trabajando). Cuando nos encontramos en un estado de ánimo positivo y/o calmado, tendemos a rendir más, y la música clásica puede favorecer enormemente a ello. Dejando a un lado la influencia emocional, investigaciones como la por el Duke Cancer Institute también han demostrado que la escucha de música clásica de forma aislada puede reducir determinados dolores y niveles altos de ansiedad, situaciones muy comunes en determinados momentos de la jornada. Johann Sebastian Bach, concretamente, es lo que se reprodujo durante el estudio.
Este mismo estudio, junto con otro realizado por la Universidad de San Diego, también identifica una relación entre la reproducción de música clásica y los niveles de presión arterial. Los participantes que reproducían música clásica con frecuencia registraban niveles de tensión arterial más bajos que el resto, un hecho que afecta positivamente al rendimiento diario: menor presión arterial implica una mejor salud y, por lo tanto, una mejor situación de partida para enfrentarse a los retos que plantea una jornada.
En el caso concreto del aprendizaje -o labores similares-, los beneficios de la música clásica se hacen aún más perceptibles. El conocido "efecto Mozart" afirma la existencia de una mejoría en el razonamiento espacio-temporal y en la memoria a corto plazo en aquellas personas que escuchan Mozart durante el aprendizaje. Paralelamente, varias investigaciones han demostrado una relación entre la facilidad para aprender nuevos idiomas y la reproducción frecuente de música clásica. Y es que la música clásica permite al cerebro enfrentarse con una mayor eficacia ante tareas gramaticales y/o verbales, facilitando por lo tanto el aprendizaje de nuevos idiomas y tareas similares -como la redacción de textos o la exposición oral-.
De la misma forma, también se ha descubierto una mejoría en las labores lógicas y matemáticas cuando se reproducen las obras de Johann Sebastian Bach, siendo, por lo tanto, un músico muy recomendado entre ingenieros y estudiantes dentro del campo científico.
Los que se sitúen en el terreno creativo, también encontrarán beneficios de la música clásica. Y es que su apelación constante a la parte sentimental y emocional del cerebro colabora con una mayor inspiración y, por consiguiente, más creatividad.
Por último, la música clásica también colabora a ambientes más distendidos en las oficinas, pues ayuda con la relajación y la armonía general del entorno. Esto se traduce en menos roces con los compañeros de trabajo, niveles de estrés más bajos y una mayor productividad diaria, atributos que siempre son de agradecer durante la jornada laboral.
En conclusión: los beneficios de la música clásica son innumerables. Tanto en el trabajo como en las escuelas y salas de estudio, el efecto es positivo en todas las personas del entorno. Aumenta la productividad, favorece a una mayor salud e incrementa la concentración y el aprendizaje.