Revista Cultura y Ocio

Los ciegos

Por Rhenriquez
Henri Lebasque A Nude in Repose

Henri Lebasque “A Nude in Repose”

LOS CIEGOS

 

No hay peripecia en Tebas en la que falte el ciego adivino Tiresias. Poco después de este coloquio comenzaron las desventuras de Edipo, es decir, se le abrieron los ojos, y él mismo se los reventó horrorizado.

 

(Hablan Edipo y Tiresias)

 

Edipo: Viejo Tiresias, ¿debo creer lo que se dice aquí, en Tebas, que los dioses te cegaron por envidia?

Tiresias: Si es cierto que todo viene de ellos, debes creerlo.

Edipo: ¿Y tú qué dices?

Tiresias: Que de los dioses se habla en exceso. Ser ciego no es desgracia distinta a estar vivo. Siempre he visto llegar las desventuras en su momento, cuando debían llegar.

Edipo: Mas entonces los dioses, ¿qué hacen?

Tiresias: El mundo es más viejo que ellos. Ya llenaba el espacio y sangraba, gozaba, era el único dios –cuando el tiempo aún no había nacido. Las propias cosas, reinaban entonces. Acaecían cosas– ahora, mediante los dioses, todo se ha vuelto palabras, ilusión, amenaza. Mas los dioses pueden causar fastidio, acercar o separar las cosas. No tocarlas, no mudarlas. Han venido demasiado tarde.

Edipo: ¿Cómo tú, sacerdote, dices esto?

Tiresias: Si no supiera al menos esto, no será sacerdote. Coge a un mozo que se baña en el Asopos. Es un día de verano. El mozo sale del agua, vuelve a ella feliz, se zambulle una y otra vez. Le da un mal y se ahoga. ¿Qué tienen que ver los dioses? ¿Deberá atribuir a los dioses su fin, o al placer disfrutado? Ni lo uno ni lo otro. Ha acaecido algo –que no es un bien ni un mal, algo sin nombre– el nombre se lo darán después los dioses.

Edipo: Y dar el nombre, explicar las cosas, ¿te parece poco, Tiresias?

Tiresias: Tú eres joven, Edipo, y al igual que los dioses, que son jóvenes, aclaras tú mismo las cosas y las llamas. Aún no sabes que bajo la tierra está la roca y que el cielo más azul es el más vacío. Para quien como yo no las ve, todas las cosas son un choque, sin más.

Edipo: Mas también has vivido tratando con los dioses. Estaciones, placeres, las humanas miserias te ocuparon largamente. Se relata de ti más de una fábula, como de un dios. Y alguna tan extraña, tan insólita, que algún sentido deberá tener -acaso el de las nubes en el cielo..

Tiresias: He vivido ya mucho. Tanto he vivido que cada historia que oigo me parece la mía. ¿Qué sentido dices de las nubes en el cielo?

Edipo: Una presencia dentro del vacío…

Tiresias: Mas ¿cuál es esa fábula a la que atribuyes un sentido?

Edipo: ¿Siempre has sido lo que eres, viejo Tiresias?

Tiresias: Ah, ya te sigo. La historia de las sierpes. Cuando fui mujer siete años. Pues bien, ¿qué hallas en esa historia?

Edipo: A ti te ocurrió y tú lo sabes. Pero esas cosas no ocurren sin un dios.

Tiresias: ¿Tú crees? Todo puede ocurrir sobre la Tierra. No hay nada insólito. En aquel tiempo sentía disgusto por las cosas del sexo –me parecía que el espíritu, la santidad, mi carácter, se envilecían con ellas. Cuando vi a las dos sierpes gozarse y morderse sobre el musgo, no pude contener mi despecho: las toqué con el báculo. Poco después, era mujer –y durante años mi orgullo se vio obligado a sufrir. Las cosas del mundo son roca, Edipo.

Edipo: ¿De veras es tan vil el sexo femenino?

Tiresias: Nada de eso. No existen cosas viles, salvo para los dioses. Hay fastidios, disgustos e ilusiones que, tocando la roca, se disipan. Aquí la roca fue la fuerza del sexo, su ubicuidad y omnipresencia bajo todas las formas y mudanzas. De hombre a mujer, y viceversa (siete años después volví a ver a las dos sierpes), lo que no quise consentir con el espíritu me fue hecho por violencia o por libídine, y yo, hombre desdeñoso o mujer envilecida, me desencadené como mujer y fui abyecto como hombre, y lo supe todo del sexo: llegué hasta el punto de buscar de hombre a los hombres y de mujer a las mujeres.

Edipo: Ya ves, pues, que un dios te ha enseñado algo.

Tiresias: No hay dioses sobre el sexo. Es la roca, te digo. Muchos dioses son fieras, pero la sierpe es el más antiguo de los dioses. Cuando se aplasta en la tierra, ahí tienes la imagen del sexo. En ella está la vida y la muerte. ¿Cuál dios puede encarnar y comprender tanto?

Edipo: Tú mismo. Así lo has dicho.

Tiresias: Tiresias es anciano y no es un dios. Cuando era joven, ignoraba. El sexo es ambiguo y siempre equívoco. Es una mitad que semeja un todo. El hombre llega a encarnárselo, a vivir dentro de él cual un buen nadador en el agua, pero mientras tanto ha envejecido, ha tocado la roca. Al final una idea, una ilusión le restan: que el otro sexo salga de ello saciado. Pues bien, no te lo creas: sé que para todos es un trabajo vano.

Edipo: No es fácil replicar a cuanto dices. No en vano tu historia se inicia con serpientes. Mas se inicia también con el disgusto, con el hastío del sexo. ¿Qué le dirías a un hombre vigoroso que te jurase que ignora el disgusto?

Tiresias: Que no es un hombre vigoroso –es aún un niño.

Edipo: También yo, Tiresias, tuve algún encuentro camino de Tebas. Y en uno de ellos se habló del hombre –de la infancia a la muerte– también nosotros tocamos la roca. A partir de ese día fui marido y padre, y rey de Tebas. Nada hay de ambiguo o de vano, para mí, en mis días.

Tiresias: No eres el único, Edipo, en creer eso. Pero la roca no se toca con palabras. Que los dioses te protejan. También yo te hablo y soy viejo. Solamente el ciego reconoce las tinieblas. Me parece vivir fuera del tiempo, haber vivido siempre, ya no creo en los días. También en mí hay algo que disfruta y sangra.

Edipo: Decías que ese algo era un dios. ¿Por qué, mi buen Tiresias, no tratas de rezarle?

Tiresias: Todos rezamos a algún dios, mas lo que ocurre carece de nombre. El mozo ahogado un día de verano, ¿qué sabe de los dioses? ¿Rezar le ayuda a algo? Hay una gran serpiente en cada día de la vida, y se aplasta y nos mira. ¿Te has preguntado alguna vez, Edipo, por qué al envejecer el infeliz se ciega?

Edipo: Ruego a los dioses que eso no me ocurra.

 

Cesare Pavese

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