[7/10] La cámara de Carlos César Arbeláez se acerca a la Colombia de la guerrilla a través de la inocente mirada de un niño, Manuel, que descubre que “los caminos de la vida son difíciles y no como los había imaginado”, como dice la canción con que se cierra “Los colores de la montaña”. Es la historia de un mural humano dibujado en tonos negros, a pesar de los esfuerzos del director por alcanzar la paz para esas personas de buen corazón. En la escuela rural, su valiente maestra trata de enseñar a Manuel, a Julián, a Poca Luz y al resto de niños a pintar con colores verdes y amarillos una sociedad luminosa… pero desde el bosque llegan disparos de muerte y amenazas de miedo, minas que les impiden jugar o soñar con la felicidad y que les obligan a abandonar su tierra.
El panorama que se nos ofrece es duro y desolador por reflejar una situación de violencia y desesperanza extrema, y por hacerlo desde la posición de gente sencilla y humilde que trata evitar la complicidad con las armas. Sin embargo, a pesar del tono realista y documental de la cinta, Arbeláez evita los excesos dramáticos y sentimentales (aunque hay escenas entrañables como la del cumpleaños) que hubieran conmovido artificiosamente al espectador, no se deja llevar por las falsas esperanzas que debilitarían su clara voluntad denunciatoria, y tampoco da su voz ni presta su imagen a los guerrilleros. Poca presencia tienen las fuerzas paramilitares y siempre sin rostro, aunque dejan su huella de sangre y el silencio en unos habitantes temerosos. Pero basta el miedo a que una nueva mina explote o un plano de la pintada en el muro de la escuela para dejarles retratados en toda su crueldad.
La inocencia lleva a los niños a preocuparse por ese balón perdido o a reírse al ver cómo la lista de sus compañeros de clase va menguando. La maestra quiere darles unos valores y lo plasma en un mural lleno de color y vida, para después llorar amargamente en un final anunciado por esos cielos cargados y esos disparos que se escuchan en plena noche. No hay estridencias ni afectación en las interpretaciones, con apenas dos o tres actores profesionales… y donde los niños aportan toda la frescura y autenticidad que la historia requiere. Lo importante de “Los colores de la montaña” es la verdad contada y la manera pacífica, sencilla, serena de hacerlo… a partir de los poco medios de que dispone. Buena planificación y uso del fuera de campo –para los asesinatos, excepción hecha de la marrana–, unas veces a partir de picados que dan dramatismo, otras de travellings de acompañamiento para no dejar solos a sus indefensos personajes, y otras con panorámicas que muestran la bondad de unos paisajes naturales (y humanos) que se están llenando de odio.
Sin pretensiones comerciales ni maquillajes que falsifiquen la realidad, con el buen uso del sonido directo que recoge la naturaleza en toda su belleza y también la zozobra de sus pobladores, con el respeto hacia una jerga local que es necesaria para capturar la vida del lugar, Arbeláez consigue una película minoritaria pero muy interesante y necesaria, con sentido humanista y una mirada no fatalista y sí esperanzada que pasa por la escuela. Por eso, si el director le regala al pequeño Manuel un balón y unas pinturas en la película, al espectador le da hora y media de un fresco de colores verdaderos y luminosos –aunque “los caminos de la vida sean difíciles”– y le ayuda a intentar recuperar el balón de la paz y a no jugar con las minas.
Calificación: 7/10
&En las imágenes: Fotogramas de “Los colores de la montaña”, película distribuida en España por Barton Films © 2010 El Bus Producciones. Todos los derechos reservados.
Publicado el 13 Junio, 2011 | Categoría: 7/10, Año 2011, Críticas, Drama, Panamá
Etiquetas:Carlos César Arbeláez, crítica, educación, guerra, Los colores de la montaña