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Con esta historia quiero desearos a todos un feliz Año Nuevo lleno de nuevas y apasionantes aventuras, lecturas y sueños.
La lluvia en la noche de Nochevieja se convertía, iluminada por las luces de farolas y semáforos, en gotas de color esparciéndose sobre la ciudad que, con el paso de los segundos, iba tomando el parecido a una gran paleta de pintor; la Paleta de Dios. Así pensaban Luisa y la abuela Elvira cuando llovía la noche de Nochevieja. “Nochevieja de color; año nuevo de esplendor de corazón.”
La llamaban la “Noche del color” o la "Lluvia vieja”: Noche en la que muda el paisaje. La noche que promete brillo, alegría y color en el nuevo año. “Pocas veces ha llovido en Nochevieja”- decía la abuela Elvira-, “pero siempre que lo ha hecho el año nuevo ha comenzado como un espléndido regalo.
Si llovía la noche de Nochevieja, todo el mundo en la familia de Luisa sacaba un lienzo y pintaba un cuadro estampando en él los colores que la lluvia les mostraba, daba igual si eras bueno o no, porque lo importante era pintar.
Luisa no exponía sus cuadros aunque todos sus amigos se lo habían aconsejado. El primero lo había pintado con tres años y lo guardaba con mucho cariño.
Para Luisa y su abuela, la “Lluvia vieja” auguraba buenos presagios para el año venidero, pues pintaba los paisajes urbanos de gala; todo resplandecía: los fríos cristales de los toscos edificios, los zapatos de la gente, los largos y acampanados paraguas, los rugosos troncos de los árboles y sus copas irregulares, las farolas con su figura metálica y espigada, los resbaladizos bancos metálicos de los parques, los semáforos, etc…
Tanto Luisa como su abuela eran ciegas de nacimiento y se divertían regalando colores a su imaginación descritos a su manera. Visualizaban la lluvia coloreada cayendo vestida de mil colores y todos ellos vertiéndose sobre todo y sobre todos. Les resultaba divertido imaginar objetos de colores inauditos para el resto, así pues, en las noches lluviosas de Nochevieja, se permitían la licencia de ver en su imaginación y de pintar: amarillas y fulgurantes las copas de los árboles del parque, verdes opacas las luces que irradiaban las farolas, visualizaban azul brillante la fachada de su casa, violeta el cielo encapotado, el asfalto rosa y naranja el coche que aparcaba abajo el vecino.
Era una estampa única que se presentaba muy pocas veces en la vida, sólo cuando allí arriba consideraban que había que enjuagar a las ciudades y a sus habitantes de la suciedad gris de todo un año desgastado y hacer al nuevo resplandecer como el arco iris.