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Los Crímenes del Filósofo Rey. 2ª entrega

Publicado el 12 marzo 2014 por Revista PrÓtesis @RevistaPROTESIS

Los Crímenes del Filósofo Rey. 2ª entrega

  

Continúa el relato por entregas de David G. Panadero. Para la anterior entrega, pincha aquí
—Te vuelvo a decir que no me llames Rick, he de acostumbrarme a que me llamen Ricardo... Pues ya sabes... Gracias Brian... ¿Qué? ¿Un director de cine interesado en Los Crímenes del Filósofo Rey? Claro, flaco favor haría al FBI, ¿pero tú crees que a estas alturas a mí eso me importa algo?... Ya sabes, no vendería los derechos de mi novela si la pensión de inhabilitación me permitiese más lujos, pero me canso de comer a diario en un restaurante sucio de menú del día... ¡Joder! Ya son demasiadas condiciones: emigrar, publicar sólo cada diez años... Pues claro que no haría gracia a nadie... Convénceme si puedes para que no venda los derechos de mi novela...
no son tus enemigos, piensa en positivo
Rick Giordani (ahora Ricardo Vaquero) colgó el teléfono sin esperar a que su interlocutor terminara de hablar. Casi hace quince años que cambió de identidad. Quince o veinte, los que sean... Dada su fisonomía latina, pensaron que en un país mediterráneo cada vez más frecuentado por inmigrantes pasaría desapercibido, así llegó a Madrid.

Su estabilidad mental quedó muy debilitada con el caso de “Los Jíbaros de Nuevo México” —en este caso los periodistas se quedaron cortos, ya que las cabezas nunca aparecieron, y tuvo que abandonar la profesión para pasar una temporada en una clínica, embotado por pastillas. Pastillas para desayuno, comida y cena, las suficientes para que vegetara hasta que los malos pensamientos quedarán sepultados y su personalidad volviera a ser firme y resolutiva, tal y como había sido desde que tuvo uso de razón. Pero no llegó el momento, y a menudo la realidad se disolvía como gotas de agua, y las ideas más aberrantes se adueñaban de él.

Sí, en parte quedaron agazapados esos malos pensamientos, mejoraron las pruebas diagnósticas, y volvió a parecer el que era, pero no tardaban en aparecer en las situaciones más insospechadas: haciendo la compra, de repente todo se volvía incomprensible y amenazante; la cajera parecía albergar dobles intenciones; ese señor que llevaba comida para el perro mostraba aspecto, cuando menos, sospechoso; el vigilante de seguridad del supermercado parecía excesivamente atento... ¿pero atento a qué?

Llegó un punto en que, en medio de cualquier calle abarrotada, la gente empujándose y adelantándose, bullendo como moscas, cuando tenía a alguien pisándole los talones se formaba la idea de la conspiración, y un buen día acabó sentado a horcajadas sobre el pecho de un sospechoso, atizándole con la culata del revólver ¿Quién te ha mandado seguirme? ¿Quién?—. El nerviosismo de su presa aumentaba, y no acertaba a articular palabras. Su silencio era interpretado como parte del complot, y le golpeaba más fuerte, a la espera de tirar de la manta. Cada vez más gente se agolpaba para disfrutar del espectáculo. Finalmente, Rick le disparó en una pierna para inmovilizarlo y asegurarse de que no le seguiría más, simplemente como aviso a sus superiores. Pero no se trataba más que de un joven carterista que, en vista de lo sucedido, se lo pensaría dos veces antes de retomar su ilegítimo oficio.

Aún recuerda Rick aquellas frases amables del psiquiatra: “no los veas como a enemigos, piensa en positivo...” Todo lo que escuchaba en esas sesiones le recordaba a las frases que vienen en las galletas chinas de la suerte, expresiones vacías de significado solo aptas para lectores poco exigentes que tengan buen humor. Precisamente él había pasado su vida cosechando enemistades, y ahora lo que quería era llevar dicha enemistad a las últimas consecuencias, destrozar con sus propias manos a los pervertidos que antes perseguía. Le había costado muchos años de trabajo querer enemigos, de forma que las frasecitas del psiquiatra le parecían papel meado.Durante años había tenido acceso a muchos expedientes secretos del FBI, lo cual despertó su imaginación. Eran a menudo casos incomprensibles, que ni el humano más tolerante podía concebir sin desprecio o, cuando menos, extrañeza. Cuando se retiró, decidió, descartando entre las opciones que tenía —albañilería, bonsais, practicar yoga, citas a ciegas con mujeres de su edad que escribir novelas era lo que menos le aburría, y de ahí salió La Furia de los Justos, un libro polémico en tanto que exaltaba la fuerza bruta y prácticamente legitimaba las torturas.  

En seguida, la Asociación de Escritores Policíacos Españoles se interesó por él, pero su editor, Brian Lovering le impidió entrar en contacto a fin de que se mantuviera en el anonimato. Hubiera querido desobedecer las órdenes de Brian; deseaba conocer a esos escritores españoles que retrataban la España de la Transición: Andreu Martín, Juan Madrid, Carlos Pérez Merinero… Pero tuvo que aceptar su situación de aislamiento. En realidad, aquello tampoco le dolió, ya que sus intereses eran otros. A decir verdad, no tenía claro qué es lo que pretendía al escribir, aparte del evidente desahogo.Mientras rememoraba ciertos pasajes de su última novela se sirvió un whisky con hielo. La madrugada se hallaba algo avanzada y a esxcepción de su televisor, el silencio era total. Precisamente hablaban de su libro en un programa cultural de la segunda cadena. En resumen, la presentadora hablaba de la falta de sensibilidad del público actual, de la “cultura necrófila” de los jóvenes de hoy, de la necesidad de agredir al lector para superar su apatía.Tras unas horas de sueño, Rick bajó a por la prensa del día y abrió el buzón. Había recibido una carta de un tal Jacinto Vázquez, Doctor en Literatura Española por la Universidad Complutense de Madrid, según rezaba el remite.
Estimado Ricardo Vaquero, 

Me ha costado gran esfuerzo conseguir sus señas, ya sé que no tiene ningún interés en conceder entrevistas o aparecer en público. No se preocupe. Mi interés por conocerle es exclusivamente privado. Sencillamente, admiro sus dos novelas. 

¿Podría usted dedicarme unos minutos de su tiempo? Estaría encantado de invitarle a tomar un café. 

Esperando que tenga en cuenta mi propuesta, se despide,Jacinto Vázquez. 
PD: Este es mi número de teléfono, por si decidiera llamarme.
Continuará...

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