Corrió el rumor por ahí de que la Ministra de Igualdad, Bibiana Aído, quería "prohibir" los cuentos clásicos, y, como siempre, la crítica le ha llovido encima. A veces, determinadas ministras se ganan la fama de "tontas de la película" y en cuanto abren la boca todo el mundo se "descojona" de ellas. Creo que esto le pasa a la pobre Ministra de Igualdad por diversas causas, algunas de ellas
justificadas por sus memeces, y otras sin ninguna duda venidas de reacciones machistas.
Ya el Ministerio ha explicado que en ningún momento pretendió prohibir estos cuentos, sino que se trata de una campaña que propone el uso de otro tipo de materiales didácticos. No prohibir unos, sino incentivar otros:
"Este cuaderno propone buscar cuentos no sexistas, ya que las historias infantiles "suelen estar llenos de estereotipos", pues "casi todas las historias colocan a las mujeres y a las niñas en una situación pasiva en la que el protagonista, generalmente masculino, tiene que realizar diversas actividades para salvarla", como son los cuentos de la Bella Durmiente, la Cenicienta o Blancanieves."(La Razón, 7 de abril de 2010, Igualdad propone vetar cuentos "sexistas" como Blancanieves).Aunque algunas veces estoy en contra de las políticas "de género", en muchas otras estoy completamente a favor. Esta vez estoy de acuerdo con el Ministerio de Igualdad, no con prohibir Blancanieves ni con mandar a la hoguera ningún libro, que eso sería una estupidez además de una violación de libertades, sino en alentar la lectura de otro tipo de cuentos más constructivos.
Estoy a favor, aunque creo que no por las mismas razones que se alegan habitualmente, y que intentaré explicar en este post.
En mi casa tengo ediciones preciosas de los cuentos de Hans Christian Andersen y de los hermanos Grimm, elegidas cuidadosamente por amor a la literatura, al diseño gráfico, a la cultura popular y pensando que seguro mi hija los disfrutaría también.
Es mi hija todavía pequeña (no ha cumplido aún los tres años), pero me encuentro con que ella solita, sin que nadie aplique censura previa, rechaza -al menos de momento, con tan tierna edad- este tipo de cuentos.
Mi hija de tres años no tiene ningún enfoque sexista, ni se da cuenta aún de que las princesas de los cuentos populares son "pasivas y dominadas por el macho" ni le produce a priori ningún rechazo que el único objetivo vital de la princesa sea casarse con un príncipe.
A mí tampoco. Confío sobradamente en la forma en que estoy educando a mi hija, y sé que estos cuentos no harán que ella en el futuro tenga como único objetivo en la vida "dar un braguetazo". Claro que no.
¿Qué es lo que ve mi hija entonces en estos cuentos que le produce rechazo? ¿Y qué les veo yo?
Comienzo a leer el cuento de Blancanieves. De pronto aparece una señora con una cara de muy mala, y ya mi hija me dice "mamá, pasa la página". Procuro seguir leyendo y me encuentro con un texto como este:
Entonces la reina, llena de ira y de envidia, mandó a llamar a un cazador y le ordenó:No sé si a un niño de 10 ó 12 años este pasaje le pueda resultar interesante o divertido. Mi hija lo rechaza tajantemente, aún sin saber muy bien qué es "matar" ni qué cosa es siquiera el corazón (como órgano biológico).
- Llévate a Blancanieves al bosque, mátala y como prueba de haber realizado mi encargo, tráeme en este cofre su corazón.
La sensibilidad de mi hija rechaza de plano la violencia de la que parten la mayoría de estos cuentos clásicos: lobos que comen, cuartos oscuros, brujas asesinas, madrastras que tratan mal a sus hijastras ("¿y por qué mamá? ¿por qué la tienen encerrada en la cocina? ¿por qué no le prestan su traje? -Porque es muy mala, mi amor. -¿Y por qué es mala, mamá?)
No tengo respuesta para esas preguntas tan inocentes de mi hija. Así, que las preciosas ediciones de los Hermanos Grimm han vuelto a lo alto de la estantería, esperando que algún día sepa apreciar en ellas otras cosas, quizás la belleza de sus ilustraciones.
Creo que la razón principal por la que proponer a los niños otro tipo de cuentos diferentes a los clásicos, no es el peligro de los trajes brillantes de princesas: es la violencia implícita que hay en ellos. Al menos cuando los niños han sido criados con amor, con teta, con acompañamiento nocturno, con satisfacción de sus necesidades emocionales, con un clima familiar amoroso... esos cuentos terminan resultándoles violentos, terminan siendo rechazados por ellos mismos, sin que haya necesidad alguna de censurarlos.
Todos sabemos que los cuentos infantiles clásicos son tremendamente crueles. No comparto la filosofía de "más cruel será la vida". No. Creo que cada uno tendrá la vida que sea capaz de labrarse, la vida que él mismo atraerá. Tampoco creo en el hecho de que porque la vida vaya a traer crueldades, ya tiene uno que irlas dando en casa de antemano. Al contrario, creo que es precisamente el amor y la paz que se vive en casa, la que protegerá y hará fuerte frente a las crueldades externas que algún día se presentarán.
Quizás la infancia de la humanidad fue así de cruel hasta hace muy poco tiempo, sabemos que los derechos de los niños son un invento bien reciente. Quizás esos cuentos sirvan perfectamente para infancias maltratadas, llenas de miseria, de injusticia, de rechazo en el propio hogar... que ha sido lo común durante siglos de dominio patriarcal e infancias abusadas. Esos cuentos son hijos de una época, de una época que no debe olvidarse, pero creo que tampoco es necesario presentarlos como modelos a los niños, al menos antes de que sepan captar la dimensión histórica de los mismos.
Y voy más allá. Sí, son cuentos patriarcales. No sólo porque la princesa sea pasiva (mi hija ayer mismo jugaba ser ella la "caballera" que va a "poner a dormir" al dragón, para rescatar a la princesa), no sólo porque reproduzcan estereotipos machistas... sino porque en su mayoría guardan en su seno el secreto patriarcal que ni el Ministerio de Igualdad ni el feminismo al uso se atreven a desvelar: el CRIMEN DE LA MADRE.
Todos los cuentos infantiles parten de una madre muerta. La muerte de la madre sería el desecandenante total de la desgracia, lo que trae como consecuencia la llegada de la madrastra mala, de la suplantadora cruel, enemiga de la princesa y causante de todas sus sufrimientos, que sólo podrá remediar a través del matrimonio, a través de la unión con el hombre "ideal".
Aparte de cruel, este principio trágico de la mayoría de los cuentos infantiles es de un gran simbolismo. Un simbolismo que, paradójicamente, contribuye a desenmascarar al propio poder patriarcal que se reproduce a través de ellos.
La desgracia de la humanidad proviene pues del matricidio, de la ausencia de madre. Esa es la lectura oculta que hay detrás de los mitos patriarcales, todos los cuales parten de una madre pecadora, virgen o muerta.
La madre amorosa, la madre entrañable, la madre corpórea y sexual, la madre valorada y apoyada socialmente, la madre presente en la infancia de los niños, evitaría la tragedia, la violencia, el sufrimiento, el mal. Esa es la segunda vuelta de tuerca que el feminismo al uso (el de "que da lo mismo una madre que un padre" y "una teta que un biberón") no alcanza a vislumbrar.
Mi madre me trajo de Cuba hace poco algunos libros infantiles que aún quedaban por casa, de cuando nosotros éramos pequeños. Muchos eran rusos, editados en español en la propia Unión Soviética para enviar a Cuba.
Hay uno que no recordaba de nada, y cuando lo abro, me quedé boquiabierta. Cualquier psicoanalista elemental haría su agosto con este autor. Voy a dejarles con un fragmento para concluir este post, para que veáis de qué clase de violencia hablamos, de la violencia originaria, de la violencia primaria, la raíz de toda la violencia humana:
"A Mus le han pegado.
Chipa, la mamá de Mus, le ha dado una paliza. Lo aleja de sí.
Mus la molesta. Chipa no le hace caso a Mus ahora.
Chipa espera y espera: pronto tendrá otros gatitos, nuevos mamonzuelos muy pequeñines. Chipa ha encontrado ya sitio: la cesta. Allí dará de mamar a los gatitos y les cantará tonadillas. Mus teme ahora a su mamá, y procura mantenerse a distancia. A nadie le gusta que le peguen por nada. Los gatos tienen la costumbre de amamantar a los pequeños y ahuyentar a los mayores. Pero a mamá Chipa le han quitado los cachorros recién nacidos. Chipa anda buscando a los gatitos, los llama. Chipa tiene mucha leche y no puede dar de mamar a nadie."
(Charushin, Evgueni: Por qué Mus no caza pajaritos. Editorial Progreso, Moscú, 1976.)