En el cine la memoria siempre se ha representado por medio de un recurso narrativo muy particular llamado flashback. Una exposición de hechos pretéritos, ilustrada con imágenes, que uno de los personajes realiza en conversación con otro o a través de una voz en off con el espectador como interlocutor. El clásico, a veces introducido por un efecto óptico, nos cuenta de forma prolija una vicisitud real. Un fogonazo que está encerrado de forma traumática en el subconsciente y fluye, muy poco a poco, a través de algún elemento recurrente, es el típico del género de suspense. En el thriller, si el detenido no dice la verdad al agente que lo está interrogando, el resultado visual de esas palabras conforma un flashback mentiroso. O las distintas visiones que exponen diferentes testigos del mismo acontecimiento, cada uno con su versión.
Tenemos una memoria selectiva y muchas veces evocamos las cosas no de la manera en que tuvieron lugar sino como creemos que sucedieron. Además de alterar un acontecimiento concreto de nuestra vida, el curioso funcionamiento del cerebro nos hace borrar determinados pasajes, ya sea por su naturaleza traumática o bochornosa, como estrategia de auto defensa, para protegernos de la cruda realidad.
El sentido de un final, además de plantear una muy interesante (por atípica dentro del cine) reflexión sobre la vida y ahondar en el análisis del tipo de persona que es Tony, el protagonista, de cómo se ve a sí mismo cuando los fantasmas del pasado regresan en el momento en que está a punto de convertirse en abuelo, supone un ejercicio de disección de esos curiosos mecanismos que rigen en el momento en que nos ponemos a rebuscar en el baúl de los recuerdos y, sin ser conscientes de ello, omitimos ciertos episodios o modificamos otros en el absoluto convencimiento de que aquello acaeció de la manera en la que nuestras palabras lo reconstruyen.
Aplicando esto al lenguaje fílmico, Ritesh Batra, el director indio triunfador con su ópera prima The Lunchbox, experimenta con la estructura y plantea un juego de muñecas rusas que mezcla distintos tipos de flashbacks, de los que hablábamos más arriba, en los que quedan huecos por cubrir que poco a poco van completando un relato de emociones, de amistad, de secretos, de pasiones, de enamoramiento, de amor, de desamor y finalmente de equilibrio en el balance de toda una existencia.
Obtiene notables interpretaciones de un excelente reparto que combina pesos pesados del cine británico del cariz de Jim Broabdent o Charlotte Rampling con grandes promesas que dejan su impronta a pesar de sus escasos minutos en pantalla, en el caso de Joe Alwyn, al que, con Billy Lynn en la memoria, ya le auguramos un brillante futuro.
Poco que reprochar a un largometraje que no llega a la excelencia pero que deja un poso de buen cine. Minucias como un par de secuencias prescindibles, ya que determinada falta de química detectada entre un par de intérpretes se revela, finalmente, algo buscado intencionadamente que termina de dar forma al argumento.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright imágenes © Origin Pictures, BBC Films, CBS Films, Filmnation Entertainment. Cortesía de Vértigo Films. Reservados todos los derecho
El sentido de un final
Dirección: Ritesh Batra
Guión: Nick Payne, basado en la novela homónima de Julian Barnes
Intérpretes: Jim Broabdent, Charlotte Rampling, Harriet Walter
Música: Max Richter
Fotografía: Christopher Ross
Montaje: John F. Lyons
Duración: 108 min.
Reino Unido, 2017
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