Aunque aborda temas más delicados, Los descendientes transcurre con la misma mesura que Entre copas, el primer éxito de Alexandre Payne. Ambos trabajos también coinciden en promocionar la región donde se ambienta la historia narrada: la California vitivinícola en el largometraje de 2004; la paradisíaca Hawai en el film aquí comentado. En líneas generales, el reencuentro con el cineasta norteamericano y con el protagónico George Clooney es agradable visual y anímicamente, pero no entusiasma tanto como para levantar las apuestas por alguna(s) de las cinco candidaturas al Oscar.
El protagonista Matt King ocupa el centro de tres anillos afectivos: el primero y más cercano, integrado por la esposa y dos hijas; el del medio, conformado por varios primos; el más alejado y sin embargo omnipresente, compuesto por antepasados lejanos. La descendencia que anuncia el título atraviesa distintas generaciones e incluye parientes políticos y tierras heredadas.
La familia en tanto grupo humano complejo pero flexible, el valor de los afectos, los límites del amor marital, la muerte como parte de la vida (y viceversa), la conservación del patrimonio natural, la fidelidad a vínculos y principios son algunas de las cuestiones que Payne y sus co-guionistas habrán rescatado de la novela que Kaui Hart Hemmings publicó en 2007.
La fotografía y las actuaciones son las mayores virtudes de una adaptación sin resabios literarios. En la piel del mencionado Matt, Clooney conquistará todavía más a sus fans (quien suscribe lo prefiere en Secretos de Estado) mientras los demás espectadores preferirán prestarles más atención al resucitado Beau Bridges y/o a la desconocida Shailene Woodley.
Con Los descendientes, Payne vuelve a demostrarse capaz de conseguir el reconocimiento de Hollywood sin necesidad de sometérsele por completo. No despertará pasiones, pero da gusto reencontrarlo en la pantalla grande.