Por Vincenzo Basile
“Emplearse en lo estéril cuando se puede hacer lo útil; ocuparse en lo fácil cuando se tienen bríos para intentar lo difícil, es despojar de su dignidad al talento” [José Martí]
En la Cuba de hoy, la palabra “desconectados”, por antonomasia, nos trae la imagen de una inmensa multitud de cubanas y cubanos, presumiblemente la mayoría del pueblo de la Isla, que no tienen acceso a la red de redes y por ende no acceden al magnífico flujo informativo que la época del 2.0 ofrece – así se dice – a todos los ciudadanos del mundo. Y es sumamente cierto. Hoy día, solamente un pequeño e ínfimo porcentaje de la población cubana tiene acceso garantizado a internet; unos pocos privilegiados que gracias a su peculiar posición laboral – académicos, periodistas, profesionales, estudiantes y otros empleados estatales – se ven otorgada la posibilidad de conectarse hasta diariamente, abrirse una ventana al mundo y, en teoría, abrir para el mundo una ventana sobre la Isla.
Dejando a un lado la cuestión del uso social de esta poderosa herramienta – algo que considero debería fomentarse y no utilizarse como reiterada excusa para limitar accesos privados –, cada tedioso discurso político sobre la necesidad de utilizar esos recursos ofrecidos para defender las razones de Cuba, y evitando cualquier comentario – que seguramente resultaría más que oportuno – sobre las causas de la falta de infraestructuras adecuadas y sobre la ausencia de voluntad política para garantizar una difusión masiva de internet; lo que aquí considero necesario subrayar es la actuación de esos pocos privilegiados quienes han decidido librar una comprensible, encomiable y compartible batalla contra el retraso tecnológico impuesto – desde adentro y desde afuera – a la ciudadanía isleña, y por esto se han erigido como representantes, portavoces y únicos interpretadores de las angustias de sus conciudadanos que no parecen ser preocupaciones esenciales, los basic needs típicos de un país pobre del llamado tercer mundo – como comida, salario, vivienda y sobrevivencia – sino tener una conexión en la casa.
En este sentido, estas personas denuncian diariamente a gran voz el estatus de completa desconexión que sufre la casi totalidad de los habitantes de la Isla; escriben ensayos – a veces con rasgos de panfletos extremadamente ideologizados – sobre la necesidad inminente de salir de esta condena medieval, de este retraso cronológico que no le permite a Cuba participar al gran concierto de todas las otras naciones del mundo; calculan los beneficios – en términos de información y de gastos de recursos y tiempo – que aportaría a toda la población cubana la llegada en cada hogar de una conexión a internet.
A través de un uso irresponsable de este privilegio informático, se viene inevitablemente configurando una situación en la que los comprensibles anhelos tecnológicos de unas cuantas pocas personas se convierten en uno de los temas más calientes de las calles cubanas, en una petición a gran escala que parece reflejar los deseos de un pueblo entero, y desaparecen – o mejor se olvidan irrespetuosamente – las miles de dificultades, reales y concretas, que cada familia cubana tiene que enfrentar cada día y que merecerían ser denunciadas, reflexionadas o al menos simplemente contadas.
En este escenario, queda muy claro que si por un lado en Cuba la mayoría de la población se encuentra efectivamente en una absurda e indefendible condición de desconexión tecnológica que requiere ser delatada para que se tomen las necesarias medidas correctivas; por el otro, y es el aspecto más preocupante, los privilegiados, los que tendrían las herramientas tecnológicas y las habilidades culturales y académicas para contar historias de vida real y sobre todo empujar – como sociedad civil – para que se busquen soluciones concretas a los graves y urgentes problemas que afectan a la ciudadanía, son los auténticos desconectados, los que han decidido enajenarse de su propia realidad, proclamarse vanguardia de un movimiento esencialmente inexistente y sacrificar las peticiones y las necesidades básicas e imprescindibles de millones de cubanas y cubanos en el altar del progreso, del código binario o de quince minutos de efímera fama mediática.
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