Siguiendo la línea del artículo anterior, donde se queda claro lo que es el desposorio, y que Catalina de Alejandría no fue mística, paso a narrar el episodio, por puro interés hagiográfico. Se trata de un episodio legendario de la vida de la Santa que fue añadido muy tardíamente a sus actas, y con tardíamente me refiero ya a la época medieval –resulta muy significativo que este pasaje todavía no esté presente en la Leyenda Áurea de Iacopo Della Voragine, manual de referencia obligatoria para los fieles de la época-. Es decir, ya de entrada tenemos que saber que el episodio de los desposorios místicos de la mártir de Alejandría es puramente legendario y no tiene nada que ver con la vida real de la Santa –que es desconocida- e incluso me atrevería a decir que tiene bastante influencia sobre otros episodios de matrimonios místicos conocidos en otras vidas de Santos. Pero voy a describir la leyenda en sí:
La tradición dice que Santa Catalina era hija de una reina siciliana y de un príncipe samaritano, y a sus dieciocho años seguía sin desposar porque se consideraba tan bella y tan inteligente que ningún hombre mortal la merecía. En esto la interpeló el ermitaño Ananías, quien le propuso un esposo superior a todos los hombres de la Tierra. Ella exigió verlo antes de empeñar su palabra, y el ermitaño le indicó entonces que de noche, se encerrara en su aposento, encendiera las antorchas como para recibir a un gran invitado, y pronunciara en voz alta la invocación “Señora, Madre de Dios, mostraos graciosa conmigo permitiéndome ver a vuestro Divino Hijo”. Así lo hizo ella y se le apareció la Virgen con el Niño, quien le ofreció a Jesús en matrimonio. Ella se mostró inmediatamente dispuesta, pero el Niño la rechazó diciendo que era demasiado fea, y la visión desapareció.
Se quedó desconsolada Catalina porque se tenía por la mujer más hermosa de la Tierra, y cuando acudió al ermitaño Ananías para contárselo éste le dijo que su cuerpo era muy bello, pero que su alma era feísima porque estaba manchada de egoísmo, soberbia y paganismo; y que sólo convertida y bautizada sería aceptada por el Divino Esposo. Tras lo cual la instruyó en la fe cristiana, la bautizó, y cuando volvió a invocar a la Virgen y ésta se apareció, el Niño dijo: “Ahora sí que la quiero, pues se ha trocado en doncella purísima y hermosa”. Y se desposó místicamente con ella, intercambiando un anillo de bodas –que es uno de tantos atributos de la Santa-, tras lo cual desapareció la visión de nuevo. Otras versiones, en lugar de una aparición, hablan de una estatuilla de la Virgen con el Niño que tendría Catalina en su cuarto, y que le daría la espalda hasta su conversión, momento en que se volvería hacia ella, o un icono en el que la Virgen y el Niño se negarían a mirarla hasta que la hubieran visto convertida.
Este relato no es más que una ilustración simbólica y devota de cómo la virgen cristiana que se consagra a Dios se desposa místicamente con Cristo (es decir, lo místico es el matrimonio, no la Santa, al menos en este caso). Lo vemos en otros relatos de vidas de Santas, como Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús… pero en el caso de Santa Catalina mártir no es más que una leyenda, leyenda que sin embargo ha creado toda una amplísima corriente de temas iconográficos que han quedado sobretodo reflejados en la pintura. La variedad de versiones de los desposorios de Santa Catalina en el arte es inmensa –inmensa hasta aburrir- y probablemente sea el tema más representado después de los temas marianos. (En la imagen, Desposorios de Santa Catalina por François-Joseph Navez, pintor neoclásico belga).
Meldelen