Revista Arte

Los días de Alción, o el tiempo en que la gravedad de las cosas se subordina -una vez- ante la luz.

Por Artepoesia

 Los días de Alción, o el tiempo en que la gravedad de las cosas se subordina -una vez- ante la luz. Los días de Alción, o el tiempo en que la gravedad de las cosas se subordina -una vez- ante la luz. Los días de Alción, o el tiempo en que la gravedad de las cosas se subordina -una vez- ante la luz. Los días de Alción, o el tiempo en que la gravedad de las cosas se subordina -una vez- ante la luz.
En la confusa vorágine social, ideológica, económica e industrial del siglo XIX, los filósofos buscarían en el Arte nuevos conceptos para renovar de verdad al Hombre y a su cultura decadente. Por entonces la idealización del mundo griego comenzó a ser un revulsivo para la humanidad. El filósofo Nietzsche encontró en el Arte y la Filosofía griegas el argumento necesario para esa renovación. Pero, a diferencia de lo que pudiera parecer, su pasión por la antigüedad helena no fue tan clasicista; es decir, no se basaba en los paradigmas clásicos encumbrados por el academicismo de su tiempo. Alemania estaría muy influenciada por el idealismo germano de sus grandes filósofos, y es cuando Nietzsche surge con otra voz para romper los sólidos cimientos decadentes de la sociedad. Y no lo hace con un deseo de volver a lo antiguo, sino de retomar aquellas ideas iniciales que lograron salvar ya a tan abigarrado pueblo.
Y entonces surgen los alciónidas, éstos -según Nietzsche- son los seres no idealistas, sin divinizaciones de ninguna clase, seres libres, espíritus libres. Los alciónidas son Hombres fuertes que aceptan la vida, la realidad tal cual se presenta, sin disfraces, con toda su abismal plenitud. Son los seres trágicos -no en el sentido negativo del término, sino en el de asumir la dicotomía de la vida y su destino- que no dañan a la vida, sino que crean nuevas oportunidades a través de las capacidades creativas y artísticas. ¡En un lugar de curación debe transformarse todavía la Tierra. Y ya la envuelve un nuevo aroma, que trae salud y una nueva esperanza! (Así habló Zaratustra, Nietzche). Y, en la Gaya Ciencia, nos sigue diciendo Nietzsche: Un espíritu se libera de toda creencia, de todo deseo de certeza, y es arrastrado sobre cuerdas y posibilidades ligeras, incluso a bailar sobre el abismo.
Alcíone fue la hija de Eolo, el dios de los Vientos, y se uniría con Ceix, hijo del astro de la mañana -lucero del Alba. Ella era tan hermosa y tan luminosa -en otra versión es una de las Pléyades, estrellas refulgentes y jóvenes de la constelación de Tauro-, que una unión de ambos sólo podría ser feliz, esplendorosa. Pero es seguro que lo fueron en demasía, ya que suscitaron los celos de los dioses. Una vez, Ceix emprendió un viaje por mar para consultar al Oráculo. Entonces, de pronto, surgió una fuerte tormenta y su barco naufragó. La cólera de Zeus le llevó así a lo profundo del mar. Alcíone, que se había quedado en casa, tuvo un sueño aquella noche. Morfeo -dios de los ensueños- le hace ver a Ceix advirtiéndole de lo sucedido. Acudiría a la orilla entonces, donde las aguas habrían llevado el cuerpo de él. Enloquecida de dolor, decidió por un momento tirarse al mar, pero, antes de eso, sería transformada en un alción de tristes graznidos.
En 1508 Giorgione pintó su enigmática obra La Tempestad. ¿Qué significa esa sorprendente atmósfera de calma ante la tormenta que el rayo ilumina sobre el fondo de la escena? ¿Qué hace esa mujer ahí, con su pequeño, tan frágil y a la vez tan sosegada? ¿Y él, qué representa así, tan pasmosamente ajeno? La genialidad de este autor -en el temprano 1508- ya es manifiesta aquí, con este misterio. Las interpretaciones han sido muchas. Algunas, hasta tan simples que dicen que sólo es una escena natural, bucólica y sin pretensiones. Una de ellas indica que pueden ser Deméter y Yasión. La mitología los unió una vez. Curiosamente, él no es un dios como ella. Aunque sí se dedicaba a sus misterios, los de ella, difundiendo por el mundo sus celebraciones. Deméter es la diosa madre de la cosecha, la germinación, y de la vida renacida. Una vez, acudiría Deméter a una de esas celebraciones. Allí se enamoraría de él apasionadamente. Esto era extraordinario, las diosas sólo de dioses pueden fascinarse. Así que Yasión no pudo más que vanagloriarse por ello. Pero, cayó en la hibris, cosa para los griegos lastimosa. El orgullo y la desmesura de sí mismo era algo que los dioses no perdonaban. Zeus, con su rayo, acabaría fatalmente con él.
El alción, o Martín Pescador, es una pequeña ave que habita en los ríos y lagos del mundo. De colores maravillosos, sobrevive pescando bajo la superficie de las aguas. Y anida en los momentos en que la fuerza de los vientos, las tormentas y el frío se calman. Pero, como los humanos, también este pájaro tiene su mitología. En los días de invierno la hembra alción llevaría al macho muerto con grandes lamentos, y construiría luego su nido fuertemente, y lo arrojaría al mar, donde pondría sus huevos finalmente. En medio del invierno, en días de tormentas y tempestades, los vientos dejarían de soplar y se haría la calma. En esa quietud, sobre las olas sosegadas, volaría el alción, se afanaría, haría su nido y pondría en él sus huevos, para que la vida siga a pesar de sus tormentas. Es la calma activa, la ataraxia positiva. Son los días de alción. Siete días antes y siete días después del Solsticio de invierno. En esos días, Eolo dejaría que ella pudiera, ahora segura, anidar sin miedos ni desgracias. Por ello, el alcionismo nació como una forma de mantener la serenidad ante los problemas pavorosos de la vida. Porque la serenidad es la esencia del Hombre. La calma, entonces, él mismo se la crearía en medio de la congoja y el apuro. Como el alción.
(Detalle del óleo La Puerta del Amanecer -El lucero del Alba-, 1900, del pintor prerrafaelita Herbert James Droper; Fotografía del telescopio de la NASA Spitzer, 2004, Pléyades, cúmulo abierto, imagen infrarroja; Óleo de Giorgione, La Tempestad, 1508, Galería de la Academia de Venecia, Italia; Imagen del Martín Pescador, Alcedo Atthis; Cuadro Alcíone, 1915, de Herbert James Draper.)


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