Revista Cultura y Ocio

Los días iguales

Publicado el 25 abril 2018 por Molinos @molinos1282

Los días iguales
El libro es, primero, una idea. Una idea sobre la que, cuando te la sugieren, piensas que «ni de coña». Después, cuando repentinamente piensas que quizás sí, que es una buena idea, el libro se transforma en un lugar idílico en el que todo será perfecto. Te pasas el día imaginando ese lugar idílico: tú, tu cuaderno, todas las ideas y párrafos perfectos que escribes en tu cabeza mientras conduces, te duchas, planchas o en el insomnio de las tres de la mañana. Ansías tiempo para poder viajar a ese paraíso, para disfrutar de esa situación idílica en la que todo será fácil y mágico porque eso es lo que quieres: sentarte a escribir. 
Más adelante el libro te acecha. Quiere que lo escribas y tú, por alguna razón que no comprendes, no consigues escribir. Estás deseando ponerte a ello pero a la hora de la verdad encuentras mil excusas: tienes que planchar, hacer la compra, presentar la renta, ordenar los armarios, hacer limpieza de primavera. Cuando todo lo pendiente ha terminado, das gracias a Dios por tener internet y poder seguir perdiendo el tiempo. Si hubieras nacido en 1940 probablemente hubieras cultivado rosas en tu jardín o coleccionado sellos con tal de no sentarte a escribir. ¿Por qué? No lo sabes pero es así. 
Cuando alcanzas el punto de no retorno, el «tengo que hacer esto y quitármelo de encima», el libro te tortura: nunca sabes qué vas a encontrarte. Hay momentos en los que todo fluye, se te ocurren las ideas, las frases van saliendo sin problemas y te confías, corres, disfrutas, odias a tu yo limpiador que te privó durante días de esta maravillosa sensación, porque esto es lo que quieres hacer: escribir. Luego pasas otros momentos, sobre todo si cometes el error de releerte mientras escribes, en que quieres meterte debajo de la mesa, llamar a tu editor y decirle que te lo has pensado mejor y que no, que no puedes, que no eres capaz. A trancas y barrancas, alternando la euforia con el desánimo, consigues llegar al final. A lo mejor lo que has escrito es una mierda, no vale nada, pero es tu mierda y la has terminado. Has puesto FIN. 
El libro pasa entonces a ser de tus primeros lectores. Lo que has escrito pasa a ser lo que se lee, lo que otros leen. Está fuera de tu control. Tú sabes o crees saber qué has escrito pero no puedes saber qué van a leer. Se lo das a leer a alguien o a varios alguien y esperas. ¿Has elegido bien a esos primeros lectores? ¿Te quieren demasiado o demasiado poco? ¿Serán sinceros o les darás pena? Tus primeros lectores te dan su opinión. Tu editor te lleva de la mano por el texto, otra vez, repasando, puliendo y corrigiendo. Y en ese proceso de dar a leer, de repasar y de releer, de repente el libro deja de ser tuyo. Ha salido de ti pero ya no es tuyo. Se parece, aunque sea un tópico, a lo que sientes cuando te dicen «es tu hijo» y tú piensas «¿seguro? no lo veo claro».
Hasta este momento el libro ha sido más texto que libro. Contenido sin continente al que ha llegado el momento de vestir de bonito, de darle apariencia. No puede tener cualquier pinta, hay que vestirse para la ocasión y, además, tiene que ser algo que pegue contigo. Cuando por fin tu texto se convierte en un libro de verdad con cubierta, contra cubierta, solapa, con el título, tu nombre en la portada y tus letras negro sobre blanco te sientes abrumada. Tu texto se ha hecho mayor, se ha hecho libro, ya vuela solo. Eres libre. 
O no.
Llega el momento de escribir sobre tu libro, de hablar de él. De contar lo alto, lo guapo, lo listo que es. Y descubres que no sabes cómo hacerlo porque cualquier cosa parece demasiado buena o demasiado mala, suena muy modesto o excesivamente grandilocuente, creas demasiadas expectativas o lo haces tan poco atractivo como arrancarse las uñas. ¿Qué puedes decir de algo que te ha consumido casi dos años de tu vida? 
Y aquí estoy. En ese punto. 
Los días iguales es el relato de mi depresión. No es un diario, ni unas memorias, ni un libro de autoayuda; no es un libro para llorar ni para dar pena, no descubro la luz al final del túnel ni doy una receta mágica. Es un libro de viajes, el relato de los meses en los que me desconecté de la vida porque la vida me daba tanto miedo que no podía levantarme de la cama ni mirar el cielo azul ni ponerme calcetines de rayas porque todo me aterraba. Una depresión no es algo grandilocuente, no te cae un rayo o te explota la cabeza: sencillamente descubres que lo más nimio, lo más pequeño de la vida puede contigo. Ser tú es terrorífico. 
En LOS DÍAS IGUALES yo pongo la letra, @fromthetree ha puesto la imagen y Juan Tallón ha escrito el prólogo. Ni @fromthetree ni Juan me conocían cuando les asalté para acompañarme en este viaje y ninguno de los dos vio mi cara de sorpresa y mis saltos de alegría cuando dijeron que sí. Internet es maravilloso y gracias a su magia puedo contar con ellos dos.  
El próximo día 9 sale a la venta LOS DÍAS IGUALES y, además, lo presentaremos en La Fábrica a las 19:30. Llegará entonces el momento de hablar del libro y, os adelanto, que ya estoy teniendo pesadillas con eso. Estáis todos invitados.

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