Los trasatlánticos parecen enormes edificios en medio del océano, rodeados de grúas, como una ciudad en permanente construcción. Toda la costa de Barcelona recuerda esa misma imagen: un macrocosmos que se construye día tras día, poblado por los rostros nuevos de los recién llegados. Al fondo, el hotel gigante con forma de vela de barco, rodeado por los yates del puerto y los cuerpos desnudos al atardecer. Es el final del verano. Y es domingo. Llega la decadencia a las playas, después del sol masivo. El mejor momento para disfrutar de la costa de Barcelona es ahora, cuando comienza todo lo nuevo y los turistas se marchan a continuar con las vidas que dejaron entre paréntesis en Berlín, en Moscú y en Varsovia. Vinieron a por un sol que poco a poco se esconde tras las montañas y ahora regresan cargados de regalos y de la energía que absorben poquito a poco de Barcelona, poquito a poco. Pero nosotros nos quedamos.
La Barceloneta explota. Es normal, es domingo. Pronto en la mañana el aroma del barrio de los gitanos y los marineros sale por las ventanas. Sorpresa: huele a mantas recién lavadas, a polvo de talco, a mimosa, a flores. Se abren los postigos y entra la luz y se oyen las voces y las televisiones parlanchinas. La romería gitana comienza temprano y en las plazas suena la rumba y el pescadito frito baila en la calle entre la humareda de las parrillas. En este barrio no hay turistas. ¿Cómo es posible si está construido en el triángulo isósceles perfecto entre la Catedral del Mar y la playa urbana más visitada de toda España? Es invisible, sí. Porque no hay reclamos, si acaso las tapas calientes con Estrella para desayunar. Porque no hay souvenirs, si no son las fotografías de cuando La Leo era bailaora del Bambino, allá por los años setenta. No se siente la sal del mar, aunque las fachadas están construidas con ellas. En ese universo paralelo que es la Barceloneta los del centro se toman el vermut y las cañas con los del Carmelo y los de L’Hospitalet. No hay diferencia alguna. La risa estalla. Y la cerveza. Y los despistados encuentran que les robaron la bici, pero no hay lugar para la desilusión si quedan buenos bares abiertos.
Que se termine ya el verano, venga, lárgate, que queremos volver nosotros a terminar los domingos de lluvia bajo los toldos y los balcones, volviendo a casa de madrugada y sintiendo que Barcelona vuelve a pertenecernos. Lárgate te digo, que queremos que el viento ulule y la arena se mueva, rozando la costa, con el viento. Que vuelvan los que corren y los del tai-chi a la Barceloneta, que se marchen los ferrys.
Que solo quede la ciudad fantasma
que llegue el mar y nos engulla.
*Recomendaciones para disfrutar de un domingueo otoñal:
1. Las hamburguesas del Kiosko (saltémonos las reglas y vayamos a desayunar o merendar para evitar la masacre de turistas)
2. El Bar Absenta. Los televisores pintados y los vitrales con flores. El elixir verde que vuelve loco.
3. Las películas gitanitas del Pirri y las canciones de Camarón. Solo aptas para escuchar en domingos de Vermut. ¡Mejor si suena en el jukebox de La Leo! (Este vídeo vale la pena, para ambientar jajaja)
4. Los apartamentos de Oh-Barcelona para observarlo todo desde la azotea y creernos, por fin, que Barcelona es esa película que habíamos soñado.
à manger!