"En una noche, a finales de los años cincuenta, se produce un atraco en el parque municipal de Viena."
Lo he vuelto a hacer. He vuelto a Jelinek. ¿Sadismo? No lo sé. Lo cierto es que sus historias me revuelven tanto las tripas como me obnubilan. Así que creo que voy a empezar a llamarlo pasión, o devoción, o algo parecido. Los excluidos mantiene ese toque que me enganchó como una mala droga a La pianista y no lograría nunca decantarme entre una novela u otra. Quizás en esta última haya más oxígeno, porque la mugre se reparte entre más personajes y hay más intervalos en los que da tiempo a descansar porque todo parece estar en calma. Aunque ya se sabe qué viene después de la calma...
Os lo digo, esta mujer me encanta, pero también tengo que hacer de nuevo la advertencia: se necesita tripa, mucha tripa. El malestar se encierra en los personajes, en sus actos e incluso en los detalles. De repente una línea que parece sencilla encierra otro motivo para la náusea.
Y no es más que la historia de unos adolescentes perdidos, es sólo eso. Pero Jelinek tiene una forma de narrar que agita al que la lee, que convierte a sus novelas en un artefacto capaz de forzar una tuerca con una vuelta más. Tensión. Casi se mastica. Hasta la última página. Hasta la última frase. Y cuando has acabado, toca barrer todas las hojas secas que han muerto en el jardín.
¿Volveré a ella? Seguro.
Traducción: Carmen Vázquez de Castro.