Revista Cocina

Los fogosos, los borrachos y los Capel

Por Lagastroredactora @lauraelenavivas

Historias de una camarera

Si es que cuando trabajas de cara al público puedes acumular un número infinito de historias. Te pasas el rato conociendo lo mejor y lo peor de nosotros, los seres humanos, mis clientes en el caso que me atañe, y no deja de sorprenderte la capacidad que tienen para sorprenderte con sus conductas, valga la redundancia. Aunque hay cosas que no son ni buenas ni malas, más bien (y sinceramente) van de lo patético a lo rocambolesco.

Los fogosos

Ellos fueron el origen de este post. Trabajo por las noches de camarera en un restaurante muy pequeño (el de mi novio, el chef), en el que la barra alcanza apenas los 20 metros cuadrados aproximadamente, y en la que por tanto si estoy un día yo sola con un par de clientes, todo se escucha…

Efectivamente esa noche solo tenía un par de comensales en una mesa del salón, la música a un volumen más bien bajo para que estuviesen a gusto y la barra vacía. Llegó una pareja y me pidió una infusión ella y una caña él, y se situaron en una de las dos mesas altas con sillas que están justo enfrente de la barra, a dos metros de distancia de mí.

La bebida ni siquiera la terminaron.

Él se sentó en una de las sillas, de espaldas a la pared y con las piernas abiertas, ella se metió entre medias y allí comenzaron el magreo. Y no te creas que se cortaban, no. Manos y brazos enredados por todos lados y las lenguas con su festín, lo se porque yo escuchaba hasta los chasquidos, por decirlo de alguna manera, y perdón por el grafismo pero es que si no, no expreso  con suficiente elocuencia la incomodidad que yo tenía con el dichoso momento teloquierocomertó.

Ellos seguían allí como si nada, como si en vez de estar en la barra de un restaurante estuviesen en su casa. O en la de ella, o en la de él, o la que les prestarían para sus cosas. Porque no creas que eran unos veinteañeros con las hormonas a millón (que así se entiende la cuestión), no, él rondaba los cincuenta y, y ella los cuarenta y, así que esto sonaba más a polvo extramarital o a recién divorciados que se acaban de conocer y quieren tener una aventura de aquí te pillo aquí te mato.

Y ya se que parezco una abuela cotilla, pero la culpa es de ellos por haber alterado mi tranquilidad y no dejarme hacer más nada con la incomodidad que tenía. En una situación como esta en mi tierra -que somos muy pintorescos nosotros- no faltaría alguien que desde el coche o desde la calle le gritaría para salir corriendo:

¡Ponele una casa!

o

¡Buscate un hotel mijo!

Total, que media hora después se fueron. Bebidas a la mitad. Y espero que efectivamente se hayan ido a casa o al hotel a desfogarse. ¿Por qué tengo que pasar por estos momentos? Para escribirlos después y ponerlos a parir, claro.

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(GIF: skyblue-heart.blogspot.com.es/)

Los borrachos

Estos clientes representan para mí sentimientos ambivalentes y una cuestión bastante incómoda incluso a la hora de escribir sobre ellos. Porque me produce pena que las personas lleguemos a estados tan patéticos en un lugar público (y en algunos casos con mucha frecuencia), y no hablo de veinteañeros, que a esa edad yo perdí la cuenta de mis borracheras. Me refiero a gente madura, que al tiempo que me dan lástima por su dejarse ir respecto al alcohol, los quiero matar. Y de normal no tengo instintos asesinos, pero ¿a quién no le sale la vena Chuki cuando por fin se larga el borracho que llegó sobrio al local, se pimpló una botella entera y te destrozó el adorno que tienes en la mesa alta y que tú misma hiciste con tanto cariño porque él quiso cumplir lo de “Dios escribe derecho en renglones torcidos” e iba en zigzag hasta tirar la mesa?

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(Imagen: Tringa.net)

Por no tocar el tema baños que no quiero, a ti que me lees, darte asquito. Solo un apunte: deberían crear un producto para colocar en ciertos momentos en los baños masculinos. Este consistiría en una especie de barandas puestas y apretadas justo a ambos lados del váter (inodoro, poceta) alargadas hasta casi la entrada del baño para que el especimen fuese en dirección recta, al llegar al lugar donde sus piernas tropezarían (con el váter) habría como un plato hondo de sopa con un hueco en el centro. Creo que así puede aumentar el porcentaje de que el líquido caiga donde tiene que caer y no donde yo lo tenga que limpiar después, agggghhh.

Voy a patentar la idea que está muy buena.

Y es que están los borrachos que con el zigzag van tropezándose con las sillas de las mesas del salón… ocupadas por personas comiendo (y yo detrás cuidando de que no pase esto); los borrachos que se ponen en la barra a discutir de política y a gritar porque tú eres de izquierdas y yo soy de derechas (y yo pidiéndoles que bajen la voz por favor); los borrachos abducidos por Sinatra y su Rat Pack que se ponen a cantar en grupo a todo pulmón en la mesa (y yo diciéndoles que bajen la voz por favor); los borrachos que van un momento al baño y se quedan allí, (y hay que pedirle a alguien que se asome para no encontrarse una con una chorra colgando por fuera, por favor); los borrachos que te aman porque eres su “camarera favorita” y quieren que bailes con ellos cuando tienes el local a reventar (y tu le contestas lo que sea con una sonrisa para quedar bien o los ignoras directamente, sin por favor); los borrachos a los que, llegado un punto, les tienes que decir amablemente “vete a casa porque no te pongo más alcohol”. Etc, etc, etc y miles de etcéteras.

Permíteme en este instante el vocabulario soez: Qué coñazo de gente.

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Los Capel

Estos son los más divertidos de mi catálogo exótico de hoy (de hoy porque supongo que de aquí a un tiempo podré escribir otro post con otras variedades). Si no lo sabes, José Carlos Capel es uno de los críticos gastronómicos con más prestigio de España, en el mundo de la restauración es muy importante lo que él dice, por eso el nombre de estos clientes. Aunque aquí tengo que decir que quizás me equivoqué y deberían llamarse los Top Chef, los Chicote o los Jordi Cruz, porque creo que en esto ha influido muchísimo el boom de los programas gastronómicos de la tele. Si no, cómo se explica que hace un tiempo, en una mesa que tuvimos con un grupo grande de chicos de 20-30 años, uno de ellos le dijera al final a mi novio (el chef):

“Todo muy rico, una explosión de sabores en la boca”.

¡¿Cómo???!!!!

Aquí también entran los que van por primera vez al restaurante (o sea, no los conozco de nada) y al terminar el plato me dicen, con cara de infinita sapiencia, que ha estado muy bueno pero que él lo prepararía, en vez de con esa salsa, con…. Y aquí te dan gustosos su receta completamente distinta pero que según ellos quedaría mucho mejor. Chico, háztela en tu casa y si te queda rica me traes un táper que a mí ni siquiera me gusta cocinar.

Y por supuesto, están los que, a semejanza del primer ejemplo, vienen y luego redactan toda una disertación en Tripadvisor, Yelp o ElTenedor sobre lo que se han comido con frases rebuscadas en plan “a los postres les falta carácter”, “en boca le faltaba fuerza”, “toda una armonía de sabores resultante”… Tío ¿no ves que eso es público y te leen? ¿y se ríen (me río) de ti?

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(GIF: alwaysgif.tumblr.com/)

Las veces que he leído a Capel no lo he encontrado tan afectado…

De todas maneras, El Comidista (que me encanta) ya se encargó de realizar un extenso análisis de este tipo de clientes aquí.

Y si, lo reconozco, mi álter ego la camarera de esta sección del blog me sirve para sacar toda mi mala leche. Y que a gusto me quedo.

Como siga así, de aquí a dos años tendré material para un libro.

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