Al igual que el cine fuera concebido en sus inicios como una especie de prolongación pueril de la literatura, a la fotografía también le costaría ganarse el merecido estatuto de arte, siendo considerada en sus primeras décadas la hermana pequeña de las artes pictóricas. De hecho, los intereses estéticos y de contenido que presidían las primeras fotografías eran copias exactas de pinturas en su temática, encuadre y composición. Este pictoralismo, sin embargo, sería la primera manifestación que concebía la fotografía como un arte, y no meramente como un artefacto casero con el que cualquier ciudadano puede inmortalizar sus instantáneas cotidianas. La invención por parte de Kodak del famoso carrete de papel permitiría a cualquiera hacer fotos sin demasiado esfuerzo. Es famoso su eslogan: "Usted aprieta el botón, nosotros hacemos el resto". Esto llevaría a la escuela pictórica o academicista a intentar convencer de que la fotografía puede conseguir el mismo efecto, textura y belleza que la pintura. Así, en sus fotografías, el pictoralismo imita no tanto a la naturaleza cuanto las características de la pintura más reciente a esta escuela. Por ejemplo, buscarán conseguir una textura y un grano similares a aquellos que poseía el impresionismo, aplicando adrede un marcado desenfoque ('efecto floue') en sus tomas. Esta intencionalidad supone ya de por sí el primer intento de hacer de la fotografía un arte nuevo. En España esta escuela persistió incluso hasta la Guerra Civil.
Sin embargo, acontecimientos como la Primera Guerra Mundial y la aparición de la cámara de 35 mm. (ágil, pequeña y barata) cambiarían el concepto de fotografía que había hasta la fecha. El fotógrafo sale por primera vez a la calle, toma instantáneas de la vida cotidiana, intentando extraer de ella belleza y autenticidad. Nace el flash, que sustituye al engorroso potasio de magnesio (típico en tantas películas noir de los años 20 y 30). Los constantes avances tecnológicos aligerarían el formato de cámara fotográfica, permitiendo con el tiempo que el fotógrafo pueda trasladarse sin problemas a cualquier lugar sin tener que cargar con pesados artefactos. No en vano pronto veríamos nacer el fotoperiodismo o la fotografía documental, pegada a la realidad más inmediata, buscando el instante perfecto, la ocasión de captar el momento en su máxima expresividad y sentido. La pose afectada de las antiguas fotografías deja paso a tomas frescas, desinhibidas, que pulsan el sentir de la gente y describen sus costumbres y formas de vida. El impulso definitivo para conseguir este efecto de autenticidad lo aportaría el nacimiento del carrete de color. Al principio, las viejas escuelas fotográficas veían a la fotografía documental como una impúdica defensa de lo feo y lo grotesco. Sin embargo, esta concepción de la fotografía sigue calando aún hoy, y ha sido adoptada como referencia icónica en el diseño gráfico y en la publicidad.
En España, la modernidad en fotografía llega tarde, pero llega, inaugurada en 1957 por la escuela madrileña 'La Palangana' (también por el grupo almeriense AFAL), llamada así por una fotografía -obra de Gabriel Cualladó- en la que podía verse sobre el citado utensilio higiénico las fotografías de todos sus miembros. Este grupo reaccionaría contra el estancamiento de la fotografía española, estreñida aún por los cánones del academicismo de principios de siglo. La 'Escuela de Madrid' aprovecha el tímido aperturismo que propicia la España franquista, tomando como referentes artísticos el Neorrealismo, clave del cine italiano de los 50, y el fotoperiodismo norteamericano. Formaban el grupo inicial fotógrafos como Gabriel Cualladó, Francisco Ontañón o Rubio Camín, a los que se unirían más tarde otros como Gerardo Vielba, Fernando Gordillo, Juan Dolcet Santos o Ramón Masats. 'La Palangana' siguió su actividad hasta que en los setenta las nuevas vanguardias calan en el panorama fotográfico de manera definitiva.
La mayoría de los fotógrafos de 'La Palangana' eran autodidactas, la cámara llegó a sus vidas de casualidad, afanados por entonces en buscarse el pan a través de los oficios más diversos. La generación de fotógrafos de posguerra no lo tuvo fácil y la fotografía se convertiría en una manera de constatar su realidad, certificarla, evitando que el olvido haga mella en nuestra memoria. Este amateurismo, por ventura, sería reconocido con el tiempo como un ingente ejercicio de buen oficio y calidad artística, además de ser considerado con material de una riqueza incalculable sobre las formas de vida de la España de entonces. 'La Palangana' supone para la historia de la fotografía española un puente esencial hacia la modernidad artística del género documental, con el que no sólo los actuales fotógrafos están en deuda, sino también los ciudadanos que hoy podemos contemplar su mirada sin doblez hacia una España que no deberíamos olvidar.
Hace cuatro años el Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid realizó una exposición retrospectiva bajo el título 'Escuela de Madrid. Fotografía, 1950-1975'. Y recientemente, Vicente Nieto, miembro ocasional de 'La Palangana', donó más de 5.000 fotografías al Ministerio de Cultura, quien en breve prepara una exposición y la publicación de un libro que ilustra la trayectoria de este excelente cronista gráfico, retratista de una España rural en blanco y negro, de palangana y escupidera, serrín, mate aguado y remiendo, pobre siempre, a veces fea, viva para siempre en nuestra memoria.
Ramón Besonías Román