Revista Ciencia
Todos los medios estaban preparados para la noticia, no por ello menos sentida. Gabriel García Márquez muere a los 87 años de edad. A la información del hecho y sus circunstancias acompañan reseñas de su vida y obras, así como análisis y comentarios en todos los medios de comunicación.
Hay alabanzas a sus novelas, cuentos y artículos periodísticos. No en vano se ganó el Premio Nobel de Literatura. Hay también críticas negativas, y de esas quería hablar, porque me parece que la mayoría no atinan con el objeto de la crítica.
Por ejemplo, se critica con razón su apoyo a la dictadura cubana, pero a veces se quiere mezclar esto con su obra literaria. No voy a negar influencias entre sus ideas y sus escritos, pero sí diré que es insuficiente. Ninguna de sus novelas es mejor o peor porque García Márquez tuviera este desatino político, incomprensible hace ya muchos años. Haga uno la prueba a desechar de la literatura, la música o el arte en general a todo artista sin contradicciones con sigo mismo o con lo que uno espera de él y se quedará sin apenas nada. Los frutos de la humanidad, los malos y los buenos, vienen dados por seres humanos imperfectos, demasiado imperfectos, como somos todos.
Desde el punto de vista literario, se dice que el impacto de su obra ayudó a diseminar una imagen distorsionada de la realidad latinoamericana, y que ensombreció a una generación de autores que escribían novelas más urbanas y, en muchos sentidos, más modernas. También es verdad, pero de nuevo eso no quita ni pone un ápice a la calidad de sus escritura. El éxito comercial, social o de crítica de un tipo de literatura se debe a la obra y a su aceptación. García Márquez escribía el realismo mágico de una vida rural estancada en el tiempo, su compatriota Andrés Caicedo describía unos ambientes juveniles, modernos y cosmopolitas. No seré yo quien diga si uno es mejor que el otro, pero es un hecho que los escritores del realismo mágico tuvieron éxito, mientras que los urbanos, no. Sea porque escribieran mejor, porque eran capaces de llegar a un público más amplio o porque el mercado y la crítica los aupó, el caso es que desde Juan Rulfo hasta Isabel Allende (ahí sí me atrevo a hablar de diferencia abismal de calidad) hablar del realismo mágico era hablar de la literatura latinoamericana por antonomasia.
Cien años de soledad no tiene la culpa de nada de eso, es una obra maestra tanto si Manuel Puig en Argentina, José Agustín en México (autores que, como a Caicedo, conozco gracias a mi mujer) son reconocidos o no como grandes escritores por el resto de la humanidad o si la moda pasa del realismo mágico a la literatura de la onda.
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