- Lo siento caballero; no se pueden hacer fotos a los libros.
- Es para mandarle la referencia bibliográfica a un compañero; creo que le interesará saber que lo tenéis.
- Yo, si quiere, le doy los datos por escrito, pero no se pueden hacer fotos a los libros. En la web los tiene todos referenciados…
Hata aquí la anécodota; ni la funcionaria malencarada ni el existoso museo en cuya librería se encontraba el deseado ejemplar merecen mayor mención. En el segundo caso, no por falta de méritos o dedicación científica y divulgativa -que es mucha-, sino por no enturbiar una buena labor por una absurda norma y el celo en su aplicación.
Y, dicho sea de paso, en la web de museo en cuestión simplemente mencionan que cuentan con una "librería especializada". Librería, por cierto, a la que solo se puede acceder una vez que se ha pagado la correspondiente entrada. Especializada, sin duda, pero inaccesible.
Una vez más tiene uno que toparse con restricciones cuando se trata de poder acceder a la cultura, aunque puedan parecer triviales.
La norma, sin duda, tiene su origen en el terror de los gestores culturales a lo que ellos llaman "piratería"; al temor a que alguien más, en otro lugar, pueda beneficiarse de una labor fuera de los barrotes de la institución bajo la que se desarrolla: si no es mi museo, que no sea.
Y es completamente ridículo, porque los objetivos último y primero de la ciencia y la cultura son precisamente su universalidad y su difusión. Máxime cuando me encontraba en una institución precisamente destinada a esos objetivos.
Me recordó a esas culturas que no permiten que les hagas fotos porque creen que así les robas un pedazo de alma…
Me habría detenido a intentar explicar a la contumaz funcionaria:
- que estaba a punto de realizar una venta; bueno para el negocio.
- que su museo y la librería especializada que contiene iban a tener un prescriptor; bueno para su imagen de marca y prestigio social.
- que el libro que tan celosamente guardaban era perfectamente accesible en otras muchas librerías; nada que vaya en desmedro de la institución.
O quizá esperaba que me aportara una sola razón coherente que explicase una norma restrictiva, teniendo en cuenta que no estaba realizando una práctica abusiva.
En lugar de eso, perdió una venta (seguramente más de una), una mención elogiosa, un futuro cliente y ganó una razón más para asegurar que los gestores culturales van siempre un paso por detrás de la realidad.
Pero no sé de qué me sorprendo; edificio público, funcionaria pública, fondos públicos… aunque solo fuera por esto, debería estar permitido fotografiar cualquier cosa contenida en el museo. Ella solo cumple órdenes.
Pero ¿adivinan? tampoco se pueden fotografiar las piezas principales de la colección, algunas de ellas de primer nivel mundial.
Y no, no les hablo de cuadros que pueden verse alterados por los flashes de las cámaras; se trata de hallazgos paleontológicos, que han sobrevivido cientos de miles de años.
¿Una forma de evitar que el museo se convierta en un circo? Seguramente, pero no suficiente; hay decenas de museos, edificios singulares e instituciones que permiten hacer fotos con la única restricción del flash en determinadas circunstancias.
Así que es una cuestión de voluntad, en la que no entran en juego criterios de conservación.
Voluntad que todavía se resiste a generalizarse en temas de divulgación cultural.