Revista Deportes

Los golfos

Publicado el 11 septiembre 2010 por Manuelmarquez

Los golfosPues no, amigos lectores; pese a que este blog, ciertamente, se dedica, fundamentalmente, al mundo del cine, y aun cuando el título de esta reseña pudiera inducir a pensar en ello, esta reseña no está dedicada a la conocida película que, en 1960, firmara Carlos Saura. Los golfos a los que me quiero referir son “otros” golfos; aquellos que, aun siendo furgolistas de prestigio, jugadores que labraron su historia y su leyenda a base de grandes actuaciones sobre el “tapete verde”, son hoy, quizá, tanto o más recordados por sus “hazañas” fuera de los estadios que por las que llevaron a cabo dentro de elllos.
¿Casos excepcionales, o, simplemente, los “señalados” por su mayor exposición mediática? El del furgol siempre ha sido un mundo dado a la proliferación de la bacanal y el desenfreno. Algo que no carece de su punto de lógica: la combinación de cuerpos gloriosos (los que proporciona la suma de juventud y práctica deportiva intensa) y talentos (por lo general) inversamente proporcionales al volumen de las cuentas corrientes, es fácil que termine desembocando en una cierta tendencia a la vida frenética y disipada. No debe ser sencillo, con veintipocos años y un talonario inagotable, escapar a la tentación permanente. Evidentemente, la prensa deportiva se guarda bien de divulgar en exceso tales historias (discreción obligada en aras a las buenas relaciones que el mantenimiento del “producto” requiere...), pero a nadie se escapa que lo de las fiestas, fiestorros y festorrines que, a menudo, pueblan, con mayor o menor (y más o menos farisaico) escándalo, los territorios de otro tipo de prensa, de tintes más rosados, no debe ser nada excepcional. En último extremo, y aunque se mueva en el ámbito de la ficción, si quieren ilustrarse bien sobre el fenómeno, les recomiendo la novela de David Trueba, “Saber perder”: una de sus tramas argumentales recoge con abundancia de detalles ese otro “mundo del deporte”, y no me cabe duda alguna de que la autenticidad que desprende el relato no debe ser sólo consecuencia (aunque también) de la maestría del narrador.
Por lo demás, no cabe duda alguna de que los nombres más señeros en este capítulo no lo son por casualidad. Unidos bajo la “advocación” de su patrón y guía, el ínclito George Best —no fue el primero, pero sí, probablemente, el que más repercusión pública y mediática alcanzó en su momento; para quien no lo conozca, su declaración de principios ya lo dice todo: “Gasté, a lo largo de mi vida, ingentes cantidades de dinero en alcohol, drogas y mujeres; el resto lo derroché tontamente...” (en traducción libérrima, claro...)—, nombres como los de Juanito, Ronaldinho, Gascoigne, Romario, o Guti, permanecen (y permanecerán) en la memoria del buen aficionado como ejemplos no sólo de excelentes peloteros, jugadores con un punto de genialidad que los hacía irreverentemente distintos a sus compañeros, sino como jaraneros redomados que siempre tuvieron claro que no era el balón un dios al que hubiera que sacrificar cualquier posibilidad (por mínima que fuera) de correrse una buena juerga, o que una discoteca no era peor lugar para pasarlo bien que el Santiago Bernabeu, o el mismísimo Maracaná...
Tan admirados (el golfo, no nos engañemos, siempre despierta un puntito de simpatía a caballo entre la adoración y la envidia —ay, quién pudiera...—) como denostados (cuando las cosas se tuercen, y la pelotita, tan caprichosa ella, no se pliega a sus caprichos como ellos quisieran, el aficionado —ese mismo que diez minutos antes se pelaba las palmas de las manos aplaudiendo ante un taconazo o una rabona— se ceba cruelmente en su escasa capacidad de sacrificio, en su terca determinación de no “doblar la raspa” ni por equivocación...), sobre estos desvergonzados siempre planea la sombra de la duda. ¿Qué hubiera sido de ellos si se hubieran cuidado más, si hubieran sido gente de vida profesional más esmerada? Incógnitas que jamás hay posibilidad de resolver, cábalas siempre abiertas. Yo, particularmente, tengo mi teoría: eso del “genio y figura” no es “troceable”. Y el genio lo es para lo bueno y para lo menos bueno. Si el salvadoreño “Mágico” González era capaz de volver loca a la defensa del Real Madrid, a base de sombreros, sotanas y toda la parafernalia “ratoneril” imaginable sobre un terreno de juego, sólo era posible gracias a sus míticas “sesiones de entrenamiento” en los bares y discotecas gaditanas, desde las que llegaba a entrenar (?) al Carranza en “vuelo directo sin escalas”; si ese hombre se hubiera acostado todas las noches antes de las once, jamás hubiera picado una pelota por encima de un portero. Creo. Pero esa es mi teoría. ¿Cuál es la de ustedes, amigos lectores...? 
* APUNTE DEL DÍA: si prefieren el cine al "furgol", pueden echar ojo, amigos lectores, a una reseña de "Misery", en Suite101; aquí tienen el enlace.
* Pasión furgolera XIII.-

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