Muchos la consideran la reina del mal gusto. Supongo que es necesario sacudirse la caspa del academicismo y estar abierto a lo que cualquiera puede ofrecernos. Es agotador debatir con un culturilla de tres al cuarto sobre qué es el arte y qué no lo es. Si usted considera que lo que hacía Margaret Keane es basura, adelante, aparte la mirada y dedíquese a otra cosa. Pero para los que se sientan cautivados por su trabajo y quieran escuchar algo real, deben saber que fue capaz de permitir que sus profundidades visceralmente sensibles se vertieran en un ambiente pop, dos entidades, en principio, opuestas. Sus imágenes fueron tan potentes que influenciarían a artistas posteriores como Hsiao-Ron Cheng, Vicki Berndt, Korehiko Hino y Mark Ryden –del cual podéis encontrar una entradadedicada a él en este blog–.
La característica básica de la obra de Margaret Keane que llega a los artistas citados anteriormente son los niños de ojos grandes. Es un tópico que se repite ad aeternum. Pueden ser una representación de cuerpo entero, un retrato o incluso únicamente sus ojos. Quizás están llorando o sus ojos están secos. Alguna vez acompañados de otros niños o de animales. Pero siempre con ese semblante serio, aunque incluso los más tristes parecen ajenos al dolor que sienten. A pesar de que uno intente dar una interpretación que se aleje del psicoanálisis, la propia artista afirmó en su autobiografía que ella era como esos niños. Nacida en el seno de una familia tradicional y religiosa estadounidense, Margaret Keane se preguntaba sobre el sentido de la vida y la existencia de Dios. ¿Por qué el gran bondadoso permitía la pena, la angustia, el dolor y la muerte? Esas dudas se reflejaban en los ojos de cada niño de Margaret. Sería su acercamiento a los Testigos de Jehová lo que le daría una nueva visión del mundo y una sonrisa en los rostros de sus pinturas. Pero para llegar a ello, hay que pasar por un tema central en su vida, en lo que ha querido fijarse Tim Burton al hacer su película.
Margaret Keane
The Stray
c. 1960
A finales de los años 50, Walter Keane aparecería en la vida de Margaret. Su voluntad por ser artista le había llevado a falsificar malos cuadros paisajistas que le llegaban desde París. Se casó con Margaret al poco tiempo de conocerla y consiguió engañarla para atribuirse su obra. Así consiguieron montar un imperio en el que entraba en juego la reproductibilidad de la obra de arte. La gente empezó a acceder a los cuadros de Keane a través de carteles baratos porque los precios les impedían comprar un original. Cuentan que Andy Warhol se influenció de esta técnica para poder vender masivamente sus serigrafías. Pero ambos artistas son tan paralelos en el tiempo que yo opto por pensar que la expansión de sus obras de forma similar fue, más bien, un hecho casual. Eso sí, el fundador de la Factory siempre consideró que la obra de Walter Keane era brillante. Y es que el marido de la verdadera artista se pasó 30 años vendiendo los cuadros como si fueran suyos, hasta que en 1986 se pudo demostrar la mentira.
Margaret Keane
Tomorrow Forever
1964
Algo que se explica en la película y que yo desconocía por completo, es el doble discurso o la bifurcación expresiva que Margaret desarrolló durante su matrimonio con Walter. Ya que todo el mérito se lo llevaba él por esos niños de ojos grandes, Margaret empezó a crear una obra secundaria, más madura, en la que su autorretrato queda patente. Sus rostros se vuelven más alargados, sus ojos toman una forma elíptica y los personajes acostumbran a ser mujeres que aparentan tener unos cuarenta años. Si hasta el momento sus niñas podían ser bailarinas de Degas y tahitianas de Gauguin, sus mujeres eran toda una influencia de Modigliani. Porque si algo tuvo Margaret Keane, a pesar de un gran número de detractores, es educación artística. Más de uno puede estremecerse con sólo pensar que puede haber algún punto en común entre los grandes artistas de final y principio de siglo y esta ama de casa americana. Pero sólo hace falta unir una de estas mujeres de Keane con una de las de Modigliani. Por no hablar de la mirada de realismo que hace Margaret con los niños agarrándose a los marcos del cuadro y las lágrimas resbalando por fuera del lienzo.
Margaret Keane
Sin título
c. 1960
A pesar de cuánto se aprovechó Walter de su mujer, ella siempre ha reconocido que su fama vino gracias a él. A principios de los 60 era muy raro que una mujer destacara en el mundo del arte, y más haciendo algo tan antiacademicista como lo que pintaba Margaret. Ante todo, sobre ella dominaba la mentalidad tradicional: si su marido creía que cederle el mérito era bueno para ellos, no había nada que discutir. Él le prometió una estabilidad, una casa, un lugar donde poder pintar y una seguridad para su hija. Todo se cumplió. A costa del silencio de Margaret.
Margaret y Walter Keane, fotografiados juntos en 1963
Lo siniestro constituye condición y límite de lo bello, que diría Eugenio Trías. Esto es lo que yo veo en la obra de Margaret Keane. Los ojos de sus niños son un límite entre lo bello y lo siniestro. La belleza que inspiran, esa bondad plástica que sale del cuadro e impulsa la necesidad de protegerlos roza con una mirada vacía, profunda, a veces húmeda, oscura, acompañada de un rostro gélido. Cada niño es testimonio de un dolor profundo, de una duda no resuelta, de un temor a lo desconocido, de una angustia insufrible. Esos grandes ojos son un grito de auxilio de una mujer quebrantada.
Charlie W.