Título: Los habitantes del bosqueTítulo Original: (The Woodlanders, 1887)Autor: Thomas HardyEditorial: Impedimenta
Copyright:
© Editorial Impedimenta, 2012
Postfacio de Roberto Frías
Traducción: Roberto Frías Edición: 1ª Edición, Diciembre 2012ISBN: 9788415130444 Tapa: Blanda Etiquetas: drama, novela dramática, época victoriana, literatura inglesa, novela, novela dramática, realismo, tragedia Nº de páginas: 452
Argumento:
Tras recibir una esmerada educación, Grace regresa a su pueblo, donde está esperando el hombre con el que su padre desea desposarla. Pero Grace tiene, ahora, poco que ver con el resto de los habitantes de su lugar de origen y siente que su formación intelectual la aleja demasiado de la rudeza de Giles, su enamorado. Por eso, fijará sus ojos en un joven doctor recién llegado, con el que sí cree tener más afinidades, sobre todo intelectuales. Sin embargo, no se puede poner riendas al corazón y la inteligencia o la educación no parecen ser los componentes primordiales en las decisiones y elecciones del ser humano.Opinión:
Si una novela pudiera definirse con un pequeño puñado de palabras, sin duda las que mejor retratarían ésta serían pasiones, razones y naturaleza. Porque Thomas Hardy nos habla de una vorágine de sentimientos y pasiones que cambian, viran y evolucionan enmarcadas en el entorno rural y natural que le brinda un bosque que llega a convertirse en un personaje más. Las pasiones y compromisos sentimentales que darán lugar a la tragedia (o las tragedias) aquí narradas comienzan mucho antes de que se inicie la novela, cuando el señor Melbury, padre de Grace, cortejó y enamoró a la que luego sería su primera mujer y madre de la joven, ganándose su afecto en detrimento del padre de Giles Winterborne. Melbury hace gala en toda la novela de unas convicciones morales y éticas que, no obstante, fluctúan y acaban desmoronándose tras los vaivenes sentimentales descritos a lo largo de las páginas de esta novela, inédita hasta el momento en España. Tales convicciones le dictaban que, para resarcir el daño que un día pudo causar al padre de Giles, debe permitir que éste se case con su propia hija. Pero el maderero ha invertido tanto esfuerzo, tiempo y dinero (algo en lo que hace hincapié en numerosísimas ocasiones) en la educación de Grace, que su convicción empieza a tambalearse y comienza a creer que ella es superior a él, que merece mucho más, que sobre los cimientos de su formación, Grace puede construir un edificio mucho mejor, más alto, más ambicioso, puede aspirar a más, incluso, a subir peldaños en un escalafón social constantemente presente y aludido en toda la novela. Ella misma dudará, una vez que regresa al pueblo, de la conveniencia del matrimonio con un hombre tosco y rudo, rural, que pese a profesarle un amor incondicional, no cumple con sus expectativas intelectuales. Las dudas del padre, la sumisión social y familiar de Grace hacia él y los cálculos en busca de un ascenso social conducirán a los personajes a una serie de acercamientos y alejamientos sentimentales que no pueden más que acabar en tragedia. Más bien, en tragedias, en plural, porque varios de los implicados no saldrán indemnes del envite del amor. Más allá de la trama presentada por el autor, llena de recovecos, de idas y venidas, de dudas, de compromisos rotos, de anhelos defraudados y de sentimientos volátiles, "Los habitantes del bosque" propone una reflexión sobre varios temas cuya visión ha ido cambiando a lo largo de las décadas, hasta el punto de que hoy pueden parecernos muy alejados de la realidad que vivimos actualmente (aunque, en cierta medida, continúen activos): el afán por el ascenso social, la rígida estratificación social, la rudeza del campo frente al refinamiento de la ciudad, la superioridad de quien recibe una determinada educación, la sumisión de la mujer o su concepción como bien transaccional… El hecho de que Hardy tratase algunas de estas cuestiones en la novela provocó el rechazo de la crítica en su época, tal y como explica Roberto Frías en un postfacio que habla de la literatura del autor, de sus obras, de lo defraudado que se sintió por la creación narrativa y de su viraje hacia la poesía, entre otras cuestiones de interés relacionadas con el libro. Todo este universo de sentimientos tan pronto correspondidos como repudiados se enmarca en un bosque ubicado en el territorio imaginario de Wesexx y que está constantemente presente en la novela, ya sea como contexto en el que se mueven los personajes, como medio de subsistencia de mucho de ellos, como objeto de contemplación, como refugio, como peligro… El bosque y sus habitantes son copiosamente descritos con precisión y variedad: el autor pinta con palabras, va añadiendo elementos, tonalidades y detalles hasta poner ante los ojos del lector el fresco que quiere que éste vea. Las descripciones, pues, abundan en la novela, retardando la acción en ocasiones o configurándose como parte fundamental de lo explicado, en otras. Los propios personajes son tratados, en muchos casos, como meros habitantes del bosque, asimilados en importancia con los animales y, sobre todo, con los árboles y la vegetación. Unos personajes, en cualquier caso, extraordinariamente bien dibujados, sobre todo en lo que a las fluctuaciones de su corazón y su cabeza se refiere, siendo paradigmático, en este sentido, el señor Melbury. Hardy echa mano de un peculiar recurso para referirse a los personajes cuando habla de ellos, sobre todo, en su primera aparición: en vez de hacer la presentación oficial al lector utilizando su nombre y apellido o su profesión o su relación con otro personaje ya conocido, el autor opta por mantener el misterio durante algunos párrafos, hablando de "una chica" o "un jinete" o "un hombre", fijando el foco de atención del lector en él pero retardando el momento de desvelar quién es y qué hace en ese momento. La misma técnica narrativa es utilizada, en ocasiones, para ralentizar la acción, para parar el desarrollo de los acontecimientos, incluyendo una nota de misterio que cautive al lector y mantenga su atención. En ocasiones, esboza algo que va a ocurrir y, acto seguido, cambia el foco de la narración o, incluso, adelanta hechos que ocurrirán bastante tiempo después. Otras veces, el narrador omnisciente cuenta el mismo acontecimiento desde diferentes puntos de vista (moviéndose en el tiempo, pues, a su antojo), completando la visión del lector sobre un mismo suceso y, por lo tanto, ofreciéndole todos los elementos necesarios para formar el puzle argumental final. El estilo literario del autor se completa con una inmensa cantidad de referencias de todo tipo (artísticas, mitológicas, literarias, científicas, filosóficas…) que complican la aprehensión global del texto. Para facilitar el camino al lector, Roberto Frías salpica la novela de útiles y ricas notas a pie de página que van explicando las referencias y alusiones incluidas en el texto. Estas referencias, junto con las numerosas descripciones y una prosa ampulosa en ocasiones, hacen que la narrativa de Hardy no sea fácil, pero consiguen que novelas como ésta sean una auténtica obra de arte, cuidadosamente labrada y finamente expuesta.En definitiva, una obra exigente pero extraordinariamente elaborada, que ahonda en las pasiones del ser humano, la volatilidad de los sentimientos y la búsqueda de una felicidad que compagine mente y corazón.
Enlace a la reseña original.
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