(Por Osvaldo Bazán) Somos aquello que construimos sobre nosotros mismos. Somos la pelea por ser quien somos. Somos lo que hacemos con lo que recibimos cuando nacemos. Pueden parecer verdades de Perogrullo, pero a alguna gente le cuesta más que a otra. Hasta hace casi nada –si tomamos la historia de la humanidad, más aún si tomamos la historia del planeta- estábamos convencidos de que la gente era hombre o mujer y basta. Hoy sabemos, porque la ciencia avanza que es una barbaridad, que siempre hubo mucho más que hombres y mujeres, pero que estábamos incapacitados para verlo. La naturaleza nunca dijo “sólo hay hombres y mujeres”. Fueron los hombres –y en menor medida las mujeres- quienes lo dijeron. Porque estaban incapacitados para ver algo más. Y si aparecía “algo más” tenía un destino claro: el silencio o la hoguera. Ante esta perspectiva, la mentira antinatural de que sólo había hombres y mujeres se estiró en el tiempo.
Flor de la V apareció en televisión mostrando sus mellizos, que fueron concebidos “in vitro”. Divinos, los nenes –dicen los que gustan de los bebés, facultad que este cronista no posee-. Orgullosa, humana, madre. Alguna gente se sintió horrorizada y desde su ignorancia insultó a Flor, a su marido, a sus hijos y a todo lo que no entrara en su pequeña cabeza. Alguna otra gente aplaudió la posibilidad de que cada uno cumpla su deseo de realización. Es cierto, no hay mucho países latinoamericanos en donde tamaña exposición pueda ser llevado a cabo. El piso de conciencia e igualdad argentino es mucho más elevado que el de la mayoría de sus vecinos. Estamos mejor en ese sentido, mucho mejor. Es una alegría vivir en un país como éste en donde estas cosas son posibles.
Aquellos que están tan enojados porque un ser humano cumplió su sueño harían bien en preguntarse por qué la felicidad ajena les molesta tanto. O no, también pueden seguir encerrados en un mundo que ya no existe. Tienen ese derecho y ese castigo: el mundo se les caerá sobre sus cabezas.
Pero también es cierto que Flor de la V no representa al común de las travestis argentinas, obligadas a prostituirse a falta de una oportunidad que les viene negada ya desde la escuela primaria. Si Flor consiguió que gran parte de la población superase su prejuicio y pueda ver en ella a la artista que es; si consiguió que el público la juzgue más allá de su sexualidad, ¿faltará mucho para que cientos y cientos y miles y miles de Flores también lo consigan? Ese es el gran sueño de aquellos que pensamos que todos somos iguales, porque todos somos distintos. La ley de identidad de género permitiría que otros argentinos y argentinas que hoy no gozan de plena ciudadanía, puedan hacerlo. Llegará pronto, y en ese país vivirán los hijos de Flor, los tuyos y todos los que quieran.