Si echásemos a Dios la culpa
de todo lo que el hombre no queremos o no podemos hacer,
estaríamos hablando de Fracaso de Dios.
Y aquí el único que fracasa es el hombre.
Lo bueno de Dios es que nunca nos deja solos, porque cree en nosotros.
El verdadero fracaso de Dios se daría
si nos dejase tirados, porque hubiese perdido la esperanza.
Tirar la toalla… Admitir el fracaso…Perder la esperanza…Admitir limitaciones…
Es complicado…
¿Por qué decimos que hemos fracasado?
¿Porque a pesar de poner todo por nuestra parte, Jacinto no ha cambiado y nos sobrepasa y no sabemos qué más hacer?
¿Es que nuestro seguimiento requiere respuestas? Yo en la calle sigo visitando a gente desde hace años y aún espero su decisión de cambio.
Personas han pasado, que incluso las hemos acompañado en la muerte, sin haber cambiado su forma de vivir.
No; ésta no puede ser la razón del fracaso.
¿Acaso sea porque este caso es más complicado, porque se trata de una persona agresiva, violenta y ya no queremos exponer más nuestra integridad física?
El miedo es humano y se puede comprender una reacción como ésta.
¿O acaso nuestro fracaso viene dado porque nadie está dispuesto a mantener con Jacinto un hilo de esperanza?
En todo caso, el no saber/no querer cambiar será el fracaso de Jacinto.
El no saber/no querer seguir estando a su lado será el nuestro.
Este sí es nuestro fracaso. El otro ya tiene bastante con su situación como para que encima le endosemos nuestro propio fracaso.
- Mira, es que no te podemos ayudar, porque tú no nos dejas hacerlo.
¿Cuándo nos ha dejado ayudarlo?
Siempre lo he dicho: somos nosotros quienes les vamos a buscar y a nadie exigimos que cambie; pero, al mismo tiempo, de todos esperamos el cambio… Quizás en algún momento… o nunca…
Como Antonio, que murió ‘puesto de vino’ y dando las mismas voces que al principio cuando entraba en el centro.
Pero ni tan si quiera con Antonio nos sentimos fracasados, porque desde el primero hasta el último momento nosotros estuvimos ahí, junto a él, esperando contra toda esperanza.
Nuestro éxito o fracaso con Antonio no se midió por los pasos y retrocesos que dio, sino por la cercanía que mantuvimos y lo atento que se estuvo a sus demandas. Su mejoría de vida -¡que la hubo!- dijimos entonces que fue éxito de Antonio que tuvo el valor de hacerlo.
¡Cuántos Antonios han pasado ya y siguen pasando por nuestras puertas…!
Con Jacinto es distinto: Hemos fracasado, porque hemos tenido miedo, hemos tirado la toalla y hemos perdido la esperanza.
Yo me niego a sentirme fracasado, me niego a tirar la toalla y no voy a renunciar a mantener con Jacinto y con tantos otros jacintos ese hilo entero de esperanza contra toda esperanza.
Es la libertad que me da el ser voluntario, sin ataduras (o sólo las mías) y tal vez…, quizás… ese puntito de fe que tengo en un Dios que jamás tira la toalla y que misteriosamente nunca abandona.
Ahí precisamente reside su éxito: En no renunciar a la esperanza de que el hombre va a ser capaz de cambiar.
Pobre Enrique… ¿aún estás en las utopías?… ¡Utopía que quiero y deseo vivir!
Por ello seguiré mi relación con Jacinto y le estaré a su lado. No podré abrirle puertas que se me tienen cerradas, pero haré mi oficio de estar, de acompañar. Sus limitaciones se unirán a las mías, mis ofrecimientos serán mermados, pero, porque aún creo en él, en Jacinto, tal y como es, con su agresividad y su violencia, buscaré nuevas estrategias que lo puedan ayudar, pero sobre todo estaré atento a lo que él pida y le daré lo que yo pueda, que será poco. Me conformaré con darle mi tiempo, mi relación, una parte de mi persona y todo eso, si soy sincero, no del todo, sólo a ratos, a trocitos.
Pero nadie me arrebatará la libertad de seguir creyendo en Jacinto y de acercarme a él con el respeto y la atención que se merece. Sin culpabilizar y reclamando sus derechos.
Seguiré cerca para que me siga viendo y volveré cuando él quiera y me deje.
No es que yo me vea más fuerte, seguramente es que aún no he experimentado su violencia. A lo peor, entonces, también tiraré la toalla y sentiré mi fracaso.