Revista Ciencia

Los hooligans del PSV, las mendigas y otros dilemas morales.

Publicado el 23 marzo 2016 por José Luis Ferreira

Hace unos días, unos hooligans del PSV Eindhoven se entretuvieron tirando monedas a varias mujeres que pedían dinero en la Plaza Mayor de Madrid (aquí). Al parecer, les divertía ver cómo esas mujeres se movían, agachaban y competían entre ellas por recoger las monedas. Las reacciones fueron de unánime indignación. ¿Unánime? No exactamente. Los propios hooligans no parecían muy indignados y alguna de las mujeres, que fue entrevistada por la prensa posteriormente, muestra su contento por el dinero que ganó (aquí). Esto no impide que también puedan calificar a los que tiraban las monedas como “gente mala” (aquí). Por supuesto, las mujeres eran libres de buscar esas monedas o de pedir como siempre en otras partes de la plaza y de Madrid. Los hooligans les ofrecieron una oportunidad más que ellas aceptaron. ¿Qué tiene que decir una tercera persona ante esto? ¿No es mejor escuchar lo que dicen las propias humilladas? Por ejemplo:
"Ojalá nos humillen así todos los días. Ganamos más dinero en ese tiempo que en todo el mes. A la gente le puede parecer vergonzoso, pero con lo que me he sacado, mis ocho hijos lo van a agradecer."
Sin embargo, no estamos contentos con ese análisis. Parece que la manera de racionalizar que debamos sentir algo ante este hecho tiene mucho que ver con que vemos que sería mucho mejor que los que arrojaban las monedas simplemente las dieran con buenos modales. El resultado sería el mismo, excepto por el hecho de que los hooligan no le verían la gracia al asunto y entonces no darían las monedas. Y esa es, creo yo, pero los psicólogos dirán si mi hipótesis es cierta, la clave de la repulsión moral: el que unos seres humanos encuentren divertido el ver a unas mujeres corriendo tras unas monedas. Sobre gustos no hay nada escrito, pero si alguien se regocija con este tipo de espectáculos, otras personas no podrán por menos que pensar que hay algo en ese alguien que lo hace poco recomendable como conciudadano, por decirlo suave.
De hecho, este tipo de situaciones abundan en los dilema que a menudo usan los filósofos para hablar sobre ética y moral. He aquí algunos ejemplos más:
  • El adorado perro de un familia es atropellado y muere. La familia razona que el perro ya está muerto y que pueden aprovechar su carne para hacer una deliciosa receta que quisieran probar.
  • Julia y Pedro son hermanos y se han llevado bien desde pequeños. Ahora son adultos y deciden practicar una vez eso del incesto.
  • Un padre amantísimo de su hija, a quien ha prodigado cuidados y amor durante toda su vida, recibe la noticia de que la niña ha muerto. Para sorpresa de todos, el padre reacciona sin inmutarse y continúa lo que estaba haciendo sin aparentar mayor pesar sin mostrar ni en ese momento ni en posteriores ocasiones mayor pesadumbre.
Al contrario que en otros dilemas morales, donde hay que elegir entre distintos daños objetivos (como en el dilema del tranvía), en estos no hay daño. Lo único que hay es una sensación de que esa familia, esos hermanos o ese padre no son normales, que no comparten los mismos sentimientos que nosotros, que les hace disfrutan de cosas que no deberían o que son indiferentes, cual Mr. Spock, a circunstancias que deberían afectarles en gran medida. A veces podremos aceptar estos sentimientos diferentes, a veces no. La racionalización de cuándo lo aceptamos y cuándo no lo hacemos puede tener más que ver con nuestros propios sentimientos que con justificaciones que creemos racionales y objetivas, y cada uno tendremos opiniones y racionalizaciones distintas.
Así, algunos seres humanos no aceptan fácilmente que otros seres humanos se diviertan con la muerte de un animal, por muy cargada que esté de tradición y arte y por mucho que esto signifique una vida feliz para el animal hasta el momento de su muerte, como sucede con las corridas de toros. Así, también, otros seres humanos no aceptan que un empresario se beneficie del trabajo de personas que reciben un salario muy bajo en un país pobre, por mucho que esté dando oportunidades a esas personas que de otra manera no tendrían. En este caso el empresario no se regodea en la pobreza de los demás, ni tiene por qué humillarlos. Basta con que no les esté pagando un salario mayor, uno que haga sentirse bien a quien opina moralmente.
Que todos estos casos morales tengan algo en común no significa que todos se deban resolver de la misma manera. Sobre algunos estamos de acuerdo muchos, sobre otros, unos pocos. En esta entrada no quería resolver ninguno (en otras entradas sí he intentado justificar mi opinión sobre algunos de ellos), sino simplemente ponerlos en una perspectiva que acaso nos permita tomar una mejor posición sobre cada uno de ellos y también para entender la posición de quien no piensa como nosotros.
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Hace cinco años en el blog: La economía de la discriminación (2).
Hace tres años en el blog: Sobre la monogamia y sus alternativas.
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