Hoy me vino a la cabeza el recuerdo de una conversación que tuve hace un tiempito atrás con una persona (para el relato no viene al caso dar nombres), cuando tuve la feliz idea de comentarle que me había gustado mucho Torrente 5. No podía para de reírme, dije casi inocentemente… La susodicha dama, solo puedo revelar el género, me miró extrañada y luego de compadecerse por mi poca cultura cinéfila, me justificó con todo lujo de detalles porqué esa película carecía de valor cinematográfico y no podía gustarle a nadie. Salvo a los que no teníamos ni idea de cine. O sea un tipo como yo.
Luego de semejante desplante, no pude evitar comparar eso con lo que a veces pasa con el vino, donde parecería ser que para que lo califiquen como “muy bueno” o “excelente” tiene que ser complejo, extravagante, diferente, difícil…. sin contar para nada cuánto placer otorgue a quien lo consuma. En los vinos, como en el cine, la simplicidad a veces se juzga como un atributo de poco valor, atribuyéndose a estas etiquetas una crítica de correcto en el mejor de los casos. Me parece increíble que tratándose de una bebida que se define por puro hedonismo, exista gente que sentencie que tal vino es malo o que “no puede ser que te guste”, más allá de las valederas justificaciones esgrimidas para tal veredicto. Es que hay públicos y vinos. Hay momentos y vinos. Pero sobre todas las cosas, hay gustos y más gustos.
A mi, a veces me pasa que tengo ganas de ver una película “fácil”, reírme de lo lindo y disfrutarla sin comerme tanto el coco. Tengo muchos días en los que no me interesa tener que analizar en detalle el guión y la trama, leer entre líneas, entender al director, descifrar el mensaje oculto que transmite, etc. Eso, en general me aburre, mucho. Hay días así… Voy al cine a ver una película cómica, me río como un loco y soy feliz. Bien simple.
Con el vino pasa igual. Quién dice que el vino tiene que ser supercomplejo para poder disfrutarse. Quién dictamina que un vino simple no puede hacer feliz al que lo bebe. Hay momentos donde simplemente quiero sentarme y disfrutar un vino de principio a fin, charlando de la vida o viendo la tele. Muchos días tengo ganas de beber un vino y no catarlo. Catar, en ocasiones me aburre. Analizar en profundidad un vino, como una película, me cansa.
Cuando llega el fin de semana y me siento con una copa de vino es para relajarme y no tener que pensar demasiado en lo que estoy bebiendo. Eso es lo que disfruto del vino y esos son los vinos que me gustan...los que no me obligan a pensar. Los que simplemente se dejan beber de principio a fin, sin que me implique hacer un esfuerzo por entenderlo. El que me ofrece eso, para mí, es un gran vino. Hay muchos grandes vinos que se dejan beber así. Nadie me va a convencer de lo contrario.
Por eso amigos, prefiero la simplicidad y efectividad de Torrente, a la complejidad y longitud de Rapsodia en Agosto.
Gracias por leernos,
Salute. Rumbovino.Difundiendo la cultura del vino y en favor del consumo responsable.