Hoy desde este blog de historia me sumo a las felicitaciones que por la solemnidad de la Navidad nos deseamos mutuamente, pero recordando uno de sus días menos celebrados: la festividad de los Santos Inocentes que, de entre todas las que completan el tiempo de la Navidad, sea quizás la más olvidada y a causa de otras costumbres ajenas al tiempo litúrgico, menos valoradas en su sentido profundo.
No es este espacio lugar para hablar de ello ni, además, quien escribe esto, lego en estos asuntos, quien deba entrar en esas honduras. Tampoco es la finalidad de estas letras hacerlo, pero sí mostrarles un cuadro que, como la propia celebración de Los Inocentes, algo postergada, está en un rincón de la Basílica de Nuestra Señora de los Desamparados de Valencia. El lienzo, que se halla medio oculto por los confesionarios, ajeno a las miradas de casi todos, es muestra del arte barroco, y relato gráfico de la historicidad de los hechos, a veces puestos en duda. Aquellos narrados por el evangelista Mateo: “Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos”.
Así cuenta San Mateo, el único de los evangelistas que hace mención del suceso, cómo Herodes El Grande ordenó la masacre de los inocentes. Invocan unos que la proximidad del evangelio, el primero de los escritos, hacia el año 50 del primer siglo, es fuente valiosa; aducen otros, que siendo una sola la fuente, su crédito puede ser dudoso. Pero Belén no era una gran población entonces. Se supone, por los estudios demográficos realizados, que tendría como máximo unos mil habitantes, lo que implicaría tener una población, en el mejor de los casos, de entre una y dos docenas de niños menores de dos años. Quizás sea por eso por lo que existen tan pocas fuentes referidas al caso, y que un historiador tan crítico con Herodes como Flavio Josefo no se hiciera eco de la degollina, siendo él quien dio máxima difusión a tiranía personal y cruel reinado del reyezuelo idumeo al servicio de Roma.
El cuadro mostrado, “La degollación de los inocentes” es un lienzo del pintor barroco valenciano Miguel March pintado en la segunda mitad del S. XVII. Miguel, hijo del también pintor Esteban March. Viajó a Italia, realizó importantes obras de tipo religioso, casi todas perdidas, alegóricas y sobre naturalezas muertas, y fue muy considerado por Palomino. Falleció a temprana edad, lo que según muchos autores puso freno a una carrera mucho más brillante y reconocida.