Revista Cultura y Ocio

Los insignes, un fragmento sobre los editores de poesía

Publicado el 15 octubre 2015 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Los insignes, un fragmento sobre los editores de poesía

Cuando la semana pasada colgué un fragmento de la novela aquí -uno en el que se hablaba de los premios de poesía- una lectora del blog, que firma como Zombie Girl y que sé que escribe poesía, me comentó que lo mostrado le recordaba a algunas entradas leídas en el blog de contracrítica de poesía Addison de Witt. Yo también fui lector de este blog; aunque nunca dejé en él comentarios, me interesaban sus análisis de la actualidad poética y su labor de denuncia. Digamos que Addison de Witt forma parte de la documentación que he utilizado para escribir mi sátira sobre poetasLos insignes y que en mi novela existe un blog similar en el que me mi protagonista (que también tiene un blog de crítica poética) sí que participa, polemizando.

Me preguntaba Zombie Girl si mi libro era un cúmulo de anécdotas sobre el mundo de la poesía o tenía una trama. Digamos que yo mismo me hice esta pregunta cuando empecé a escribirlo y quise que mi novela tuviera personajes y tramas. En realidad hay en ella una trama y una subtrama. En un primer plano nos encontramos con Ernesto Sánchez, inspector de Hacienda y poeta, que sueña con la gloria literaria y que mantiene en su blog, y en algún otro, encendidas polémicas sobre poesía. Le ha contactado Kim Jong-un, también poeta, que ha publicado en Corea del Norte un poemario sobre la muerte de su padre, que ha pasado a ser lectura obligatoria en su país. Kim Jong-un no se acaba de fiar de la crítica literaria de su país que alaba su libro sin fisuras y le pide a Ernesto que lea su libro y le haga una crítica sincera. Mientas Kim Jong-un ultima la traducción y el lector espera que Ernesto lea el libro y dé su veredicto, el segundo aprovecha para desahogarse con su nuevo amigo -a través de Skype- de la situación poética del país; y le habla de la relación que estableció con Rucho Noarbe, editor de la pequeña pero prestigiosa editorial Moby Dick Editores, que le aceptó un poemario para su publicación, pero que siempre parecía darle largas a la fecha de salida del libro. Las fases de la relación de Ernesto con el editor marcan la evolución temporal de mi novela y su argumento narrativo principal. Por el camino Ernesto le contará a Kim Jong-un algunas de sus apreciaciones sobre el mundo de la poesía, las corrientes que la forman, las rencillas, los egos desmesurados... algo que podría ser extrapolable a cualquier actividad artística (o casi vital).

En realidad el tema principal de Los insignes sería el de la obsesión. Y todo es tan ridículo, que este libro sin el humor satírico no tendría sentido de ser.

Decía Jorge Herralde que en la aventura editorial lo peor no son los autores. Creo que tenía razón, en más de un caso lo peor son los editores. Los hay de muchos tipos: cumplidores, simpáticos, cercanos, dejados, trabajadores, amantes de su trabajo... y luego están los peores: los engreídos, los que son autores -o han tratado de serlo- y al pasar a ser editores disfrutan del poder que de repente ha caído sobre su persona. Uno de estos fue el que le tocó al pobre Ernesto. Dejo aquí un párrafo de la novela sobre este tema (páginas 152-153):

(Resumo la situación: el editor Rucho Noarbe aceptó hace tiempo para su publicación un libro de Ernesto, pero su fecha de salida al mercado se va posponiendo indefinidamente)

"Yo iba a las presentaciones de libros para hacerme presente, para obligar a Noarbe a considerar mi existencia real. Acudía siempre solo a esos actos sociales y rara vez entablaba conversación con alguien. Una tarde intenté acercarme a unos poetas que conocía de los suplementos culturales, poetas ganadores de premios promocionados por Bisonte o Hipérbole, uno de ellos era incluso un ganador del premio Hipérbole. Les reconocí, se me aceleró el pulso, me presenté y no pude integrarme en su conversación: hablaban de fútbol; eran unos jodidos expertos. Creo que la mayoría de poetas o aspirantes a poetas que aparecían por allí no conocían mi blog, nunca habían caído en él, lo que no me llevaba a concluir que yo fuese una figura irrelevante dentro del panorama poético español, sino que a aquella gente no le interesaba en realidad la poesía. Escuchaba y hacía cola para que el autor me firmase su libro y al final o al principio -depende de cuál era mi percepción de qué momento era el más adecuado- saludaba a Noarbe, siempre rodeado de una sonriente caterva de aspirantes. No dejaba de sorprenderme, sobre todo, el desparpajo de las jóvenes aspirantes a poetas, su implacable acoso al Gran Editor, y cómo él -el Gran Editor- se dejaba querer y halagar y sonreía, y cómo cambiaba su cara cuando era yo quien me acercaba a él y me hablaba siempre con ambigüedades, siempre fingiendo que estaba agobiado, buscando en su mente una posible fecha a la que postergar la publicación de mi poemario. En realidad, me acabó pareciendo que le encantaba aquello, verse rodeado del tupido bosque de los aspirantes, como un reyezuelo medieval recibiendo audiencia. Le encantaba dar esperanzas, poder conceder él la llave del prestigio, o algo similar al halo de ese prestigio, algo que habitaba allí, cerca del prestigio o de lo que fuese, algo de lo que él se había adueñado mediante el sencillo mecanismo de fijarse en los libros a los que concedían el Premio Nacional de Poesía o el Pulitzer en Estados Unidos, comprar sus derechos y contratar una traducción."


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