Revista Opinión

Los jóvenes árabes dicen “¡Basta!”.

Publicado el 13 febrero 2011 por Santiagomiro

Las revueltas de Túnez y Egipto han sido los desencadenantes de una onda expansiva en el mundo árabe provocada básicamente por las protestas de jóvenes. Las sublevaciones populares han descompuesto el mapa político de la región y han implicado reformas preventivas de sus gobernantes para contener a la población y evitar daños mayores. En Túnez, el presidente Zine el Abidine Ben Alí, fue acorralado por los manifestantes que exigían su salida, tras 23 años de mandato, y huyó el pasado 14 de enero del país. Las revueltas dejaron 150 muertos. Le siguió la sublevación del pueblo egipcio, con más de 300 muertos y 5.000 heridos. En el Yemen, país más pobre del mundo árabe, tras multitudinarias protestas, Alí Abdullah Saleh retiró a su hijo como sucesor de su dinastía y prometió que, en 2003, abandonaría la presidencia.
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La Policía cerca y machaca a los manifestantes argelinos.


En Jordania, islamistas, grupos de izquierdas, parados y militares salieron hace un mes a la calle para protestar por la subida del precio de los alimentos y del combustible. La presión forzó al rey Abdalá a destituir al Gobierno y a adoptar reformas preventivas. En Argelia, el presidente Adbelaziz Buteflica anunció que derogaría el estado de emergencia que rige desde 1991 (la libertad de expresión y la de manifestación). Pero, desde el pasado jueves, Argel se despertó tomada por cerca de 30.000 policías, con decenas de furgones y vehículos antidisturbios estacionados en todos los lugares estratégicos del centro de la capital. Ayer mismo más de 3.000 personas permanecieron cercadas por un despliegue policial que impidió a los manifestantes acceder al punto del inicio de la marcha, en la Plaza 1 de Mayo. Hubo enfrentamientos y varias personas resultaron heridas. Los manifestantes, muchos de ellos jóvenes de toda condición social, gritaban: “Buteflika lárgate” o “Estamos hartos de este poder”, y portaban pancartas con lemas como “Abajo el sistema” o “Queremos un país gestionado por los jóvenes y no por los viejos”. Había “jóvenes pagados por el poder” para crear incidentes violentos que permitieran justificar la intervención policial. Otra de las consignas que se gritó con insistencia fue “Poder asesino", especialmente cuando la Policía hizo varios conatos de intervenir con la fuerza. Las protestas se extendieron a otras localidades del país, como Bejaia, Constantina, Anaba y Orán, la segunda ciudad argelina, donde también se produjeron varios heridos y decenas de detenciones. Unas 400 personas fueron detenidas. Pero, el portavoz de la opositora Reagrupación Constitucional Democrática (RCD), Mohcen Belabes, dijo que los arrestados podrían llegar a un millar, entre ellos sindicalistas, militantes de la LADDH y de otras organizaciones de la sociedad civil y periodistas de algunos medios argelinos, como del diario árabe El Cavar.

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Pese al aumento de Policía y a su presión, los jóvenes árabes siguen saliendo a la calle exigiendo un fututo mejor. El 68 por ciento tienen menos de treinta años y no pocos de ellos poseen un bagaje intelectual envidiable, pero carecen de trabajo y de libertad. Según cifras del Banco Mundial, un 25% están desempleados. Tardan una media de tres años en encontrar un empleo y haría falta crear en la región cinco millones de empleos al año para darles salida. A la falta de oportunidades económicas presentadas, hay que añadir su escasa participación en la política o en cualquiera institución. El resultado acumula frustraciones y desesperanzas. Pero, en los últimos años, ha cambiado esta tendencia. Los jóvenes han dejado de esperar, sentados. Y se han dado cuenta de que Internet, su tabla de salvación, les permite airear sus reivindicaciones y potenciarlas al máximo. Gracias a ella y a la televisión por satélite, saben que salir a la calle y expresar su descontento es una manera poderosa de unirse a otros más allá de las fronteras nacionales y recuperar fuerzas perdidas. Con las revueltas de Túnez y Egipto aireadas a los cuatro vientos saben que no están solos. Y que el poder en Egipto, en manos de Mubarak desde hacía 30 años, cambió de manos gracias, en gran parte, a la información ofrecida por Internet. Sólo así, la juventud levantada en Egipto, en Yemen, en Siria, en Marruecos, Argelia, Libia o en Jordania, puede terminar hoy o mañana con el poder anquilosado y corrupto. Sabe que puede acabar con cualquier régimen. Y, con la información facilitada y aireada por Internet, se enfrenta a los abusos de poder, la corrupción y la falta de oportunidades.

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Subido a una farola, un manifestante que siguió, como muchos otros, la convocatoria por Internet, protesta contra el régimen de Mubarak en la Plaza Tahrir, en el centro de El Cairo.



En 2005, los blogueros egipcios organizaron las concentraciones en la Plaza de la Liberación, la misma en donde el pasado viernes se festejó masivamente la caída del régimen. Entonces, el Gobierno de Mubarak reaccionó encarcelando a los blogueros. En abril de 2008, se convocó una huelga general a través de Facebook, de la que surgió el movimiento “Seis de Abril”, que no se conformaba con una simple reforma y reclamaba el derrocamiento del régimen. Blogueros y máximos responsables de este movimiento también fueron acosados y torturados. Pero, en marzo del 2009, los diplomáticos estadounidenses reconocían: “Los blogueros han ensanchado significativamente el rango de temas que los egipcios discuten públicamente”. La mayoría de ellos, según datos de una ONG, tenían entre 25 y 30 años y el 30 por ciento escribían de política. Un año más tarde, los blogueros consultados por la embajada norteamericana coincidían en que el momento clave para derrocar al régimen llegaría en 2011, con las elecciones presidenciales. Un suceso lamentable convertido en categoría había encendido la mecha: la muerte de un joven desesperado en Túnez.

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“El Egipto de Cleopatra era moderno en los tiempos antiguos –escribe Maureen Dowd en “The New York Times”– y el de Mubarak es antiguo en los tiempos modernos”. La Momia, esto es, el presidente Hosni Mubarak, había nacido hace más de 80 años y su pueblo tenía una media de edad de 24 primaveras. Eric González escribía el miércoles en “El País”: “Mubarak se veía degradado desde la condición de enemigo del pueblo a la de simple estorbo, quizá lo más humillante para un dictador que fue todopoderoso durante tres décadas”. Y le costó resignarse cuando observó, alarmado, que la Plaza de Tahrir se había llenado, desde hacía dieciocho días, de jóvenes que dormían en ella y exigían su dimisión. De ahí que muy pronto aceptó que no se volvería a presentar a las elecciones, pero le costaba certificar personalmente su muerte política y declaró que no pensaba ser enterrado en otro lugar fuera de Egipto y que seguiría dirigiendo el proceso hasta septiembre próximo. No importaba que la Casa Blanca le exigiera un “ahora” sin alargar más su defunción política. Como no le importaba que cinco gobernantes Europeos –Merkel, Zapatero, Cameron, Sarkozy y Berlusconi– se alinearan con lo mantenido en el mensaje de Obama. Aunque sabía que Berlusconi le seguía apoyando. Y que nunca había sido especialmente amado por su pueblo, pero estaba dispuesto a llevárselo con él hasta el umbral de la muerte. De él contaban el mismo chiste que circulaba en tiempos de Franco. (Estando en su lecho de muerte, sus consejeros le decían: “Excelencia, aquí está el pueblo que ha venido a despedirse”. Y él respondía, impertérrito: “¿Es que el pueblo se va a alguna parte?”) Al Aswandy, autor de El Edificio Yacubian, ya lo había advertido: “Los últimos días de una dictadura son muy peligrosos. Los dictadores no piensan como nosotros: creen que son héroes nacionales y que el pueblo por el que tanto hicieron les ha traicionado”.

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Egipcio el viernes pasado, blandiendo la bandera nacional sobre un león.



Fiel a sí mismo, el pueblo comenzó a conseguir lo que deseaba, aunque con un elevado precio de víctimas mortales. Y salió a la calle, aprendiendo a vencer su propio miedo. Demostró que un pueblo apaleado que descubre su fuerza colectiva no es fácil de amedrentar. Pablo de Jevenois, Consejero Cultural de la Embajada de España en París, cuenta en una carta a “El” País”, publicada el pasado miércoles, cuatro verdades como puños: “En Egipto, estamos asistiendo con asombro a un hecho histórico capital, la revolución del Nilo, que ha prendido como una mecha del norte al sur del país. La revolución de Egipto la están haciendo generaciones de jóvenes, que están plenamente integrados en la era moderna, en las ondas de lo virtual, ordenadores y móviles. Muchedumbres de jóvenes que, interconectados por Internet y Facebook con el resto del mundo, conocen otros sistemas políticos y otras sociedades más justas y libres. Son estos jóvenes egipcios los que se la están jugando en la calle, más allá de religiones e ideologías. Sin renunciar un ápice a su identidad, aspiran a vivir como los otros, los habitantes de la aldea global. Están ahora mismo luchando por lo que todos los pueblos han luchado alguna vez en la historia moderna. Por la justicia, el reparto de riqueza, un horizonte y un futuro. Luchan precisamente por esa democracia que Occidente pregona sin descanso”.

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Wael Ghonim.


Hace un año y dos meses, Wael Ghonim, un joven de 30 años, consiguió el trabajo de su vida como director de Marketing de Google en todo el norte de África y Oriente Medio, después de cursar un MBA en la Universidad de El Cairo, la mejor del país. Fue él quien convocó a través de Internet la protesta del 25 de enero, que marcó el principio del fin de la era Mubarak. Dos días después, era detenido por la Policía y pasaba doce días en una cárcel secreta. Recién liberado, fue aclamado por los cientos de miles de personas que volvían a llenar la Plaza de Tahrir. “No soy un héroe –protestó Ghonim–, los mártires son los héroes”. La noche antes, en un canal privado de televisión, había dicho lo mismo. “Los héroes son los que estaban en las calles, los que sacrificaron su vida, los que fueron apaleados, detenidos y puestos en peligro... Yo sólo escribía en un teclado de ordenador”. Había pasado el tiempo de su secuestro vendado, si poder oír nada, ni saber lo que estaba pasando. Lo contaba en una emotiva entrevista concedida a la televisión “Dream 2”. Tras responder durante quince minutos a las preguntas de la periodista, los monitores del estudio empezaron a mostrar fotos de decenas de jóvenes asesinados por la Policía durante las protestas. Wael rompió a llorar desconsoladamente. Entre llantos, dijo que lo sentía mucho, que él no tenía la culpa, que la culpa era del régimen. “Le quiero decir a todas las madres, a todos los padres que han perdido un hijo, que lo siento. No es nuestra culpa. Es culpa de todos los que están agarrados al poder”. Después se levantó y se fue. La escena se ha convertido en objeto de culto en Internet.

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Jóvenes manifestantes mostrando la foto de Khaled Said ante la Policía.


Detrás del retrato de este prometedor ejecutivo se esconde El Shaheeed (el mártir), un ciber-activista anónimo que inflamó la Red egipcia con una campaña en Facebook llamada ‘Todos somos Khaled Said’, en homenaje al joven asesinado por la Policía el pasado mes de junio, en Alejandría, y erigido en símbolo de la brutalidad policial. Sus fotos ensangrentadas colmaron el vaso de la paciencia del pueblo frente a los abusos del régimen de Hosni Mubarak. La convocatoria de la manifestación del 25 de enero partió de este grupo, junto con el Movimiento “6 de Abril”. Ghonim desveló también un enigma: él era el administrador del grupo de Facebook. “Esta es la revolución de los jóvenes de Internet –proclamó Ghonim a los cuatro vientos– se ha convertido en la revolución de los jóvenes de Egipto y, luego, la revolución de Egipto entero”. Los manifestantes buscaban a un líder que los aglutinase. En su mayoría eran jóvenes que no se sentían representados por los líderes de la débil oposición al régimen de Mubarak. Y, en la plaza, decenas de miles de rostros parecían implorarle con la mirada que asumiera esa compleja y difícil responsabilidad. “No quiero ver el logo del NDP (partido de Mubarak) en ningún sitio en este país –dijo Ghonim–. Este partido ha destruido el país. Este partido está corrupto”, añadió para animar a todos a continuar con la lucha. “Mis condolencias a los padres y madres que han perdido hijos e hijas que murieron por su sueño. Estos son los héroes verdaderos que dieron sus vidas por el país”.

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Caras de decepción y desesperación en la Plaza de Liberación el jueves ante el discurso de Mubaka.

Después de la ducha de agua fría recibida el jueves por el discurso de Mubarak, en el que insistió en mantenerse en el poder, la Plaza de la Liberación se llenó de caras de decepción y desesperación. Pero, al día siguiente, pasado el mediodía, el Gobierno confirmaba que Mubarak había salido de El Cairo con su familia, camino de Sharm el Sheik, a orillas del Mar Rojo, para pasar el fin de semana. La dimisión fue comunicada ante las cámaras de la televisión por Omar Suleiman, quien en un mensaje de apenas 20 segundos, comunicaba a las cinco de la tarde, que el presidente dimitía y el país quedaba bajo el control del Ejército. El júbilo estalló en la Plaza de Tahrir, donde los opositores llevaban acampados desde el 25 de enero. Las protestas populares en el mundo árabe acababan de tumbar dos regímenes en menos de un mes, marcando el inicio de un nuevo periodo histórico. En la Plaza de la Liberación, más de un millón de personas saltaron de inmediato de júbilo. Sin olvidarse de las bajas provocadas por las matanzas llevadas a cabo por la policía de Mubarak. El régimen había caído y el Ejército controlaba el país.

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Explosión de alegría en la Plaza de la Liberación.


“¡Hosni barra, Masr Hurra!” (¡Hosni fuera, Egipto libre!), gritaban los egipcios. La revolución popular había alcanzado su clímax con la dimisión del presidente Hosni Mubarak quien, había huido de El Cairo, rumbo a su residencia en el enclave turístico de Sharm el Sheik, dejando la papeleta al vicepresidente Omar Suleimán, su secuaz preferido, quien comunicó al país la noticia de la dimisión: “Teniendo en cuenta las dificultades que está pasando Egipto –dijo–, el presidente Hosni Mubarak ha decidido dejar el cargo de presidente de la República y ha encargado al Consejo de las Fuerzas Armadas administrar los asuntos del país”. Tras 18 días de protestas pacíficas, en los que fueron atacados por los esbirros afines a Mubarak, los manifestantes, jóvenes como la mayoría del país, estallaron de alegría. Habían completado un desafío épico que dejaba el triste balance de cientos de muertos –300, según fuentes oficiales; más de medio millar, según algunas ONGs– y unos 5.000 de heridos.

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Desde el puente Qasr hasta la Plaza de Tahrir, centenares de manifestantes cantaban, eufóricos: “El pueblo ha terminado con el régimen”. Familias enteras celebraban por todas las calles la noticia. Los padres subían a sus hijos a los carros blindados del Ejército y les hacían fotos en los brazos de los soldados. Y los militares recibían claveles de los ciudadanos para colgarlos en los blindados. “El pueblo y el Ejército somos uno”, gritaban unos jóvenes subidos en un tanque. Soldados y manifestantes se fotografiaban y se abrazaban. “Creo que la gente no se da cuenta del peligro de la situación en la que estamos –advertía Hazme, un publicista de 26 años–. Ahora estamos en manos del Ejército y Mubarak era uno de ellos”. Pero la alegría desbordante impedía tener otras ideas y hacer otros comentarios. La calle era una locura. En el cielo, los fuegos artificiales se mezclaban con disparos al aire.

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El Baradei, pidiendo a Murabak que se fuera para evitar más muertes.


El número de los manifestantes, liderados por los jóvenes que organizaron las protestas en Facebook, había crecido y su propia autoestima había aumentado a lo largo de los dieciocho días. El último empujón lo recibieron de forma inesperada cuando Wael Ghonim, el ejecutivo de Google detenido durante 12 días, apareció en televisión y le recordó al país que los culpables de las muertes y la represión eran los que estaban en el poder, y no los manifestantes. Su principal exigencia se había cumplido. Ejército daba ciertas garantías. “No hay alternativa a la legitimidad del pueblo”, decía Ismail Teman, portavoz de las Fuerzas Armadas. “Egipto no volverá a ser el mismo –declaró el presidente de los EEUU–. El pueblo egipcio ha dejado claro que no aceptará otra cosa que no sea una verdadera democracia”. En las últimas décadas, el Ejército egipcio había sido un aliado estratégico fundamental para Washington. “Este es el día más feliz de mi vida”, aseguraba Mohamed el Baradei, ex director del Organismo Internacional de la Energía Atómica y figura reciente de la oposición egipcia. Baradei afirmaba que la renuncia de Murabak era “la emancipación de Egipto” y la “liberación del pueblo egipcio. Pero esto era sólo el comienzo”. Otros líderes opositores y los Hermanos Musulmanes expresaron mensajes parecidos. “El principal objetivo se ha cumplido”, afirmaba Mohamed el-Katatni, portavoz del grupo islamista.

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Suiza bloquea las cuentas de Mubarak.

Media hora después del anuncio de la renuncia de Mubarak, el Consejo Federal helvético decidía bloquear con efecto inmediato los posibles fondos que el presidente egipcio y su familia tuvieran en bancos suizos, según anunció un portavoz del Ministerio de Exteriores. Exactamente como ocurría semanas antes con Ben Alí, el ex presidente tunecino. “El Consejo Federal explicaba que la decisión tenía el objetivo de evitar “cualquier riesgo de que sean desviados bienes que pertenecen al pueblo egipcio”. Según diversas fuentes, Mubarak y sus allegados tendrían depositados en países extranjeros, entre otros, los de Suiza, importantes sumas de dinero. Esta misma semana, la organización ginebrina “Derecho para Todos” ya había pedido al Gobierno que bloqueara inmediatamente los posibles haberes de Mubarak, aún antes de su dimisión.

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¿Mubarak fuera de Egipto?

Ayer mismo, varios medios daban por hecho que el ya ex presidente egipcio había abandonado el país junto a su familia con destino a Emiratos Árabes Unidos, según la cadena Al Jazeera, a través de su cuenta de Twitter. Pero, por el momento, no había confirmación oficial de su paradero. En el primer día sin Mubarak, después de las tres décadas que el mandatario se mantuvo en el poder, numerosos egipcios ondeaban la bandera del país y no ocultaban su felicidad y esperanza ante el comienzo de una nueva era. La Plaza de la Liberación mantenía su ambiente festivo aunque ya decaído después de una noche en vela. Se comenzaron a retirar las tiendas y, de madrugada, limpiaban la plaza, organizados en corros y empezaban a retirar las barricadas.

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El humor de esta semana está casi íntegramente dedicado a Mubarak, el dictador que juró que terminaría sus días en Egipto.
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Manel Fontdevila nos presenta: Tweed, Grandes momentos, Los vecinos, Ley de partidos y Dame algo.

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Territorio Vergara nos dibuja El Triunfo, Chin-chin, Diáfano, Dos años de Gürtel y Rechazo a la violencia.

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Y Pep Roig: Volar, No sonrían, por favor, Popolítica, Cambio de rumbo y Menos lobos.

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Terminamos con cuatro vídeos. El primero, “Revolution Egipcia”, es un documento en el que se muestra cómo las masas se rebelan contra el régimen de 30 años de dictadura de Mubarak .

En “Adiós, Mubarak, adiós”, vemos cómo millones de egipcios defienden en sus calles la libertad. La salida forzada del presidente Mubarak provoca el escape de toda la tensión.

En Argelia, 3000 manifestantes, inspirados por sus vecinos tunecinos y egipcios, exigieron más democracia y libertad en su país bajo el grito de: “Buteflika, ¡lárgate!”. La Policía cargó. Varias personas resultaron heridas y unas 400, detenidas, según Amnistía Internacional.

El último es humorístico.


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