En el noroeste de la provincia de Zamora, lindando con Sanabria y con la comarca de Trás-os-Montes, en Portugal, se encuentra la sierra de la Culebra. Esta sierra ha sido declarada como LIC y ha sido incluida en la Red Natura 2000 debido a la presencia de importantes comunidades vegetales como los brezales secos europeos o los Brezales húmedos atlánticos de zonas templadas de Erica ciliaris y Erica tetralix. A pesar de esto, la vegetación de La Culebra ha sufrido un paulatino proceso deforestador y repoblador, que ha sustituido los bosques de melojos, encinas, madroños y alcornoques por pinares, que se empezaron a plantar a mediados del siglo XX, cambiando completamente el paisaje de la sierra.
Pero a pesar de la riqueza botánica lo más destaca de la Sierra de la Culebra, incluso a nivel internacional, es la presencia de una de las mejores poblaciones de lobos de la Unión Europea, junto con la del suroeste de Ourense, suroeste de León y noroeste portugués.
Y la presencia de lobos fue lo que me llevó de nuevo a La Culebra el fin de semana del 20 y 21 de enero pasados, en la segunda parte de un curso organizado por la Asociación Conservacionista La Manada. La primera parte se había impartido en el Centro de Educación ambiental La Dehesa, en Riópar, donde yo había acudido como ponente para hablar de las situaciones de conflicto con la fauna salvaje. En la segunda parte del curso se trataría el lobo desde el punto de vista biológico y de la conservación, así como su relación con el hombre, y en este caso fue impartido por Javier Talegón, de la empresa Llobu: ecoturismo y medio ambiente.
Entre las actividades del fin de semana se habían planeado tres esperas para tratar de ver al protagonista del curso, dos de madrugada y una al atardecer, así que el sábado los levantamos antes de amanecer y en el lugar elegido desplegamos una fila de trípodes y telescopios y empezamos a escudriñar cada rincón del valle que teníamos ante nosotros.
Poco después de salir el sol vimos los primeros grupos de ciervos, muy abundantes en toda la reserva y algunos corzos, pero ni rastro de lobos. La visibilidad no era la mejor, ya que a pesar del frío, sobre el terreno se veía una molesta calima, más propia de un mediodía de verano que de una madrugada de invierno, y aunque apenas dejamos de buscar y rebuscar, los lobos seguían sin aparecer.
Lobato de unos 8 meses campeando por La Culebra
Ya había pasado de las 10:30h cuando ya nos disponíamos a recoger los bártulos y marcharnos a tomar un café cuando de repente vi algo "sospechoso" en una de las pasadas con el telescopio. No había duda, era un lobo y por su aspecto parecía un subadulto nacido el año pasado. Durante el mes de enero tiene lugar el celo de los lobos y en esta época también se produce la dispersión de muchos de los jóvenes nacidos el año pasado, mientras que otros aún permanecen junto a la pareja alfa. Nuestro lobo estuvo visible unos pocos minutos antes de que se internara en el brezal y lo perdiéramos. A pesar de todo fue suficiente para para poder verlo a placer sin alterar su comportamiento, ya que nos encontrábamos a más de mas de 2 kilómetros de distancia.
A lo largo del fin de semana hicimos un par de esperas más con el grupo, pero no volvimos a ver lobos, lo que confirma que a pesar de estar en la que seguramente sea la mejor zona lobera de la Península ibérica, verlos no es nada fácil. Y gran parte de esa dificultad se debe a la persecución secular a que han sido sometidos desde tiempos inmemoriales que ha hecho que se vuelvan extremadamente cautos y condicionen su actividad a las horas en las que la presencia humana es más escasa, o sea, durante la noche. En esta misma reserva, todos los años se subasta un lote de lobos para que sean cazados como trofeo.
Pero a pesar de rehuirnos, los lobos aprovechan los caminos y cortafuegos que nosotros construimos, porque desplazarse por ellos es más barato energéticamente que hacerlo entre brezos y arbustos. Y por eso durante el fin de semana buscamos en los cortafuegos los rastros de su presencia y encontramos varios de ellos, tanto huellas como excrementos.
En el barro húmedo es fácil encontrar huellas, que tanto por el tamaño como por su forma serían compatibles con las huellas de lobo, aunque nunca se podría asegurar al 100% sobre todo si en la zona también hay presencia de perros de gran tamaño.
En algunas ocasiones encontramos varias huellas juntas de distinto tamaño, que parecían indicar la presencia de un grupo de lobos de distintas edades que hubieran compartido un momento juntos en un cruce de caminos.
Sin duda, la búsqueda de rastros, no solo de lobos sino también de otros animales como ciervos, corzos, jabalíes u otros carnívoros, como zorros o tejones, aparte de entretenido resulta de gran interés para conocer la fauna presente en el lugar así como los hábitos de la misma y conocer los lugares por los que se desplazan.
Aparte de las actividades en el campo, en el curso pudimos asistir a varias clases teóricas sobre biología, conservación y sobre de la cultura que rodea al lobo en la zona de la Culebra e incluso a una clase práctica de identificación, sexado y datación de cráneos.
No hay duda de que el fin de semana en la sierra de la Culebra había sido inolvidable, y solo os recomendaría a los que leais este artículo que si os apetece asistir a una de las múltiples actividades de observación de fauna y no solo de lobos, elijáis bien con quién vais y quién prima la conservación, la seguridad y el bienestar de la especie frente a la posibilidad de un avistamiento cercano o una buena foto. Y en este caso, y por propia experiencia, si queréis ver y aprender sobre lobos os recomendaría Llobu: ecoturismo y medio ambiente porque cumple con creces con estos requisitos.
Ojalá este tipo de experiencias sirvan para que mucha gente aprenda a valorar al lobo ibérico como una pieza fundamental de nuestros ecosistemas y que sin duda genera muchos más beneficios vivo que muerto, tanto tangibles como intangibles.