En una mesa redonda realizada en Ankara, el almirante James Winnefeld, vicepresidente del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas estadounidenses, confirmó que Washington revelará sus intenciones con respecto a Siria únicamente después de la elección presidencial del próximo 6 de noviembre. El almirante dejó entender claramente a sus interlocutores turcos que ya se negoció con Moscú un plan de paz, que Bachar al-Assad se mantendrá en el poder y que el Consejo de Seguridad de la ONU no autorizará la creación de zonas-tapón. Por su parte, el secretario general adjunto de la ONU a cargo de las operaciones de paz, Hervé Ladsous, confirmó que está estudiando el posible despliegue de cascos azules en Siria.
Todos los actores de la región están preparándose por lo tanto para un cese del fuego impuesto por una fuerza de la ONU conformada con tropas de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán, Rusia y Tayikistán). Eso significa concretamente que Estados Unidos prosigue su retirada de la región, retirada que comenzó por Irak, y que Washington acepta compartir con Moscú su influencia en el Medio Oriente.
Simultáneamente, el New York Times reveló que se reactivarán las negociaciones directas entre Washington y Teherán, precisamente en momentos en que Estados Unidos se dedica a sabotear la moneda iraní. Dicho por lo claro, al cabo de 33 años de containement, Washington admite que Teherán es una potencia regional con la que no queda más remedio que sentarse a conversar, lo cual no le impide seguir tratando de sabotear la economía iraní.
Esta nueva repartición de las cartas del juego va en detrimento de Arabia Saudita, Francia, Israel, Qatar y Turquía, países que apostaron a fondo por el cambio de régimen en Damasco. Esta heteróclita coalición se divide ahora entre los que reclaman un “premio de consolación” y los que tratan de sabotear el proceso que se ha puesto en marcha.
Ya en este momento, Ankara ha cambiado de tono. El primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan, que antes decía estar dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias, ahora trata de reconciliarse con Teherán y con Moscú. El mismo Erdogan que hace tan solo unos días insultó a los iraníes y ordenó maltratar a los diplomáticos rusos en su país, ahora se deshace en sonrisas. Aprovechó la Cumbre de la Organización de Cooperación Económica celebrada en Bakú para entrevistarse con el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad. Y le propuso la creación de un complicado dispositivo de discusión sobre la crisis siria, lo cual permitiría a Turquía y a Arabia Saudita no quedarse “a pie”. Para no humillar a los perdedores, el presidente de Irán se mostró abierto a esa iniciativa.
Qatar, mientras tanto, ya está en busca de nuevos espacios para sus ambiciones. El emir Hamad se fue a Gaza a posar como protector del Hamas. No le desagradaría que el rey de Jordania fuese derrocado y que el reino hachemita se transformase en una república palestina, cuyo gobierno podría poner entre las manos de sus protegidos de la Hermandad Musulmana.
Quedan Israel y Francia, que han formado un frente de rechazo. La nueva configuración del juego regional garantizaría la protección del Estado israelí, pero pondría fin a su particular estatus en la escena internacional y arruinaría sus sueños expansionistas. Tel Aviv caería entonces al rango de potencia secundaria. En cuanto a Francia, esta perdería su influencia en la región, incluyendo el Líbano. Es en ese contexto que los servicios secretos de Francia e Israel concibieron una operación destinada a hacer fracasar el acuerdo entre Estados Unidos, Rusia e Irán. Y aunque la operación misma no arrojara el resultado deseado, al menos permitiría de todas maneras borrar las pruebas de la injerencia en la crisis siria.
Francia hizo correr primeramente el rumor de que el presidente sirio Bachar al-Assad había ordenado al Hezbollah proceder al asesinato de 5 personalidades libanesas: el jefe de las Fuerzas de Seguridad Interna (FSI), el director de las fuerzas del ministerio del Interior, el gran muftí, el patriarca maronita y el ex primer ministro Fouad Siniora. París sacrificó después a Michel Samaha –quien, después de servirle de agente de enlace con los servicios de inteligencia sirios, había caído en desgracia en Damasco perdiendo así su utilidad para los franceses. Este brillante y versátil político cayó en la trampa tendida por el general Wissam el-Hassan –jefe de las FSI y además agente de enlace con los salafistas. Para terminar, París sacrificó al propio general Wissam el-Hassan que, además de pasar a ser una pieza inútil en caso de restablecimiento de la paz en Siria, se había convertido en un peligro porque sabía demasiado. Se concretó así el rumor que los mismos franceses habían echado a rodar: fue asesinado el primero de la lista y una personalidad considerada prosiria ha sido arrestada y acusada de preparar un atentado contra otro de los personajes que figuran en la misma lista.
Toda esta maquinación gira alrededor del general francés Benoit Puga. Este ex comandante de las Operaciones Especiales y director de la Inteligencia Militar francesa fue jefe del estado mayor particular del ex presidente Nicolas Sarkozy y el nuevo presidente francés, Francois Hollande, lo ha mantenido en ese cargo. Dando muestra de un apoyo incondicional a la colonia judía de Palestina [1] y de las relaciones privilegiadas que mantiene con los neoconservadores estadounidenses, el general Benoit Puga reactivó la política colonial de Francia en Costa de Marfil, Libia y Siria. Fue el agente encargado de atender, simultáneamente, a Michel Samaha y a Wissam el-Hassan. Y es actualmente el hombre fuerte de París. En lo que constituye una violación de la institucionalidad democrática, el general Puga gobierna en solitario la política de Francia en el Medio Oriente, a pesar de que esa atribución no forma parte de sus funciones oficiales.
T.M.