Que la maternidad te atonta, es cosa sabida por todos.
Que la paternidad también, en cambio, no. Injusto esto a más no poder, el agilipollamiento paternal se merece un post. Y si el episodio ilustrador en cuestión es, además, digno de pasar a la memoria popular – con refrán propio incluido – se trata de un derecho a la altura de una baja maternal en condiciones, sin trampa ni cartón (entre otras cosas).
Porque no puede ser que una madre salga a cenar y antes de sentarse acomode el móvil en un lugar bien visible y a poder ser encima del plato. Que entre el entrante, el segundo y el postre, compruebe si tiene cobertura (y si la tiene… ¿por qué no suena?) y empiece a ponerse nerviosa cuando se acerca la hora de las visitas nocturnas.
El padre, igual, quizás, puede, con suerte coge el teléfono al quinto intento y cuando el amigote de turno percibe vibraciones en el bolsillo de la chaqueta. Y ya puede llamar la canguro desesperada, que el maromen, digo padre, no se persona hasta que le llamen cada 10 minutos. Total, si no vuelven a llamar, es que el niño ha dejado de gritar y vuelve a roncar.
Porque no puede ser que una madre salga a hacer recados y, sabiéndose lo malísima progenitora que es por no haberse acordado de cargar el telefonito, empieza con urticaria aguda en cuanto se le apaga. Su conversión en Antoñita la fantástica imaginando todo tipo de episodios trágicos y dejando la compra a medio hacer volando a casa con el corazón en un puño, provoca suspiros de resignación en el padre de los polluelen, que en un principio se había alegrado de la muerte de la batería y esperaba recobrar a su mujer para él solito durante un rato.
Porque no puede ser que una madre se levante por la mañana con las ojeras repasadas y no pueda contar con los dedos de una mano las veces que ha ido a por agua, limpiado el culo, buscado el chupete, el peluche y arropado sólo esa noche, y el padre tenga los hueven de decir que esa noche han dormido muy bien, oder?
Por todo esto y mucho más (que allá cada uno en su casa tendrá para dar y tomar), los padres se merecen su entrada.
Que sí, que sí, que muy familiares y con su mejor intención el otro día el maromen, el agüelo y el padrino de una servidora se fueron al cine con 7 polluelen de huevos con genética emparentada. Como semos muy modernos todos, vamos a ver el gato con botas. Y para desapaletar a los teutoncillos, que son de pueblo, les llevamos a verla en 3D.
La madre se quedó en casa con polluelo menor elaborando estrategias de aplacamiento pesadillil, que un poco ignorantes sí que son sus monstruitos en temas de largometrajes y gatos que hablan y si además era en 3D la noche prometía movida.
Para su sorpresa, los niños volvieron tranquilos y la noche transcurrió sin incidentes extraordinarios. Al preguntar si habían tenido miedo de la dimensión añadida, la respuesta se limitó a un “al final no era en 3D.”
Unos días después y por casualidad se entera la madre, esa histérica exagerada y sobreprotectora con las neuronas desentrenadas en lo que a planes adultos y tecnología se refiere (padres en general, el mío incluido, dixit) de que un grupo de entes masculinos acompañando a una tropa de niños y niñas se habían visto una película normal con las gafas bicolor bien encajaditas. Al parecer, el empeño de los polluelen por quitarse las gafas “porque se ve mucho mejor sin ellas”, no surtió efecto en sus progenitores que, a pesar de lo oscuro que se veía todo y de que el señor gato seguía bien pegado a la pantalla, no cayó en la cuenta de que el resto de la sala seguía a 2 ojos.
Una madre histérica cualquiera hubiese comprobado si la imagen sin gafotas dañaría los ojos de su criaturita. Y ahora no sería carnaza de anécdota (merecida) por los siglos de los siglos… oder?