Revista Deportes
Sevilla. Plaza de toros de la Maestranza. Feria de Abril. Tercera de ciclo. Media entrada larga. Toros de Alcurrucén para Oliva Soto, Rubén Pinar y Miguel Tendero.
Anunciados estaban seis toros seis de Alcurrucén, a bombo y platillo, sería por aquello de que unos cuántos procedían de la prestigiosa familia de los músicos. Guitarra y Pianista, era el nombre de esos dos tauros que venían a darle importancia a la semana torista, y a dejar a la altura del betún al conde y a la doña, que ya es el extasis del pueblo llano: toros músicos y republicanos. Al doblar el sexto, que era el Pianista, el asunto quedó claro: ni músicos, ni comunistas, ni organilleros, ni Tomatito que valga, si acaso, siendo benévolos, la Charanga del Tío Honorio. Algún lote tenía la misma solemnidad filarmónica que el acordeón y la cabra, menuda birria de corrida, chica, sin pitones, que uno no se explica para qué enfundan esos pitorritos abrochaítos y recortejanos que tanto les gustan a los de la tele. Es una gran pérdida de tiempo y energía que Rubalcaba, obsesionado con el ahorro energético, debiera de controlar, aunque fuese a costa de militarizar los muecos y las mangas de las dehesas. A más de uno, y de dos, de los del gé diez, se les iba a quedar el cuerpo como de controlador aéreo torrejonero. Por si fuera poco, han resultado descastados, con horchata en la médula, sin ápice de emoción e interés. Que también es mala suerte que una familia que cría con mil y pico vacas al año no tenga seis toros en condiciones para la segunda plaza del mundo cuando cincuenta días antes en la "torista" feria de Fallas saltaron al ruedo los padres de los lidiados ayer. El toro de Sevilla no es el de Madrid, pero tampoco el de Valencia o Málaga, Canorea. A todo esto, hubo un cuarto ovacionado injustamente en el arrastre por el simple hecho de moverse de aquí para allá.
Con estos notas, Oliva Soto, al que se le han acabado las oportunidades, se ha dejado arrastrar por los olés fáciles de los partidarios y no ha cuajado la faena al cuarto como debería. Demasiada pinturería, buenos y excelsos los detalles, pero poco contenido y menos consistencia. Dicen que sólo puede tirar la moneda quién la tiene, pero también es verdad que el que la tiene y no quiere tirarla no tiene perdón.
Rubén Pinar pasó por Sevilla como pasará por Cabezón de la Sal, las Ventas o Trujillo. Con sus faenas muy a modo, aprendidas en la escuela taurina y requete estudiadas en casa, tanto esmero para pasar de puntillas durante los dos primeros tercios y ya en el último, antes llamado de muerte, aburrir durante diez minutos largos y acabar con la bestia lo antes posible. Y Urdiales, viéndolo en casa.
Y de Miguel Tendero, pues más de lo mismo, decíamos a eso de medio día que tiene en su mano el elegir que camino llevar: el largo y complicado, en cuya meta espera el buen recuerdo del aficionado cabal, y el corto y fácil, que da para vivir, y la mar de bien. Por lo visto ayer, la decisión la tiene tomada, la trocha populista y verbenera, que estos días está más transitada que la M 30, es su atajo hacia la gloria. O por lo menos hasta el cortijo, los audis, el lote de cien vacas y tres sementales de Daniel Ruiz y un seguro de jubilación entre taurinos.