Hace unos días, en el rastro de Valencia (al cual recomiendo ir con mucho ojo a los carteristas) me encontré un libro que enseguida me llamó la atención, pero, como siempre hay que hacer con un anticuario, no aparenté prestarle mucha atención, así no se aprovecha y te sube el precio. Era “Vidas de los Mártires del Japón”, editado por primera vez en 1862 (aunque esta era una edición más moderna). Bueno, que finalmente lo compré, pero luego de pasar por el puesto varias veces y comprarlo como quien compra algo porque no ha encontrado nada. Si muestro interés, me clava el doble por lo menos. En fin, que leyendo el libro, he querido compartir con vosotros (en tres artículos) una reseña de unos mártires de Nagasaki de los que poco se habla, los niños mártires Tomás, Luis y Antonio:
Santo Tomas (o Tomé) Caxaqui, niño mártir. 5 y 6 de febrero.
Era hijo del mártir San Miguel Caxaqui, natural de Isce, aunque Luis nació en Meako y, como ya sus padres eran cristianos, fue bautizado apenas nacer. Desde niño aprendió el catecismo, que su padre le enseñaba mientras trabajaban juntos en la confección de arcos y flechas, oficio ancestral de la familia. Juntos ayudaron en la construcción de l convento franciscano de Meako, de donde Luis fue acólito de San Pedro Bautista. Fray Marcelo de de Rivadeneira (que se libró del martirio y es quien tomó nota de todo), viendo las dotes del niño para el aprendizaje, se dedicó a enseñarle las letras, el latín y la religión. Aprendía con gran facilidad y de memoria lo que se le enseñaba, llegando a conocer casi todos los salmos y himnos de la liturgia. Era un niño callado, piadoso y con un gran celo por la fe, llegando a predicarle a vecinos que aún no eran cristianos. Ayunaba todos los días mandados por la Iglesia, además de las Cuaresmas de San Francisco, por devoción al santo. Así, vivía una sólida vida cristiana que lo preparó al martirio, a los 13 años.
La persecución religiosa en Japón comenzó, como siempre, por causas políticas, malentendidos con los gobiernos y comerciantes occidentales. Las causas con complicadas y darían para mucho, porque no es una cosa de que un buen día se iniciara dicha persecución, sino un cúmulo de causas que llevan a la misma consecuencia: pagan los inocentes.
El caso es que, apresados los franciscanos (San Pedro Bautista y compañeros) y los jesuitas (San Pablo Miki y compañeros), el 1 de enero de 1597 fueron juntados los 26 mártires en Meako. Durante las cien leguas de camino que hicieron hasta el lugar del suplicio, los tres niños llamaban la atención de todos por su alegría e inocencia, llegando incluso muchos paganos a interceder por ellos, para librarlos de la muerte, pero siempre se negaron, inflexibles en su deseo de morir antes que apostatar. Este día 1 de enero se les leyó la sentencia de castigo por ser cristianos y negarse a abandonar el país y continuar predicando la fe extranjera. El 3 de enero fueron sacados a la plaza pública y se les cortó la oreja izquierda (la amputación natural o provocada era en Oriente un signo de desprecio, humillación, y, en definitiva, de reducir a nada a la persona). Mientras, los santos continuaban exhortando al pueblo a permanecer fieles en la fe. Y el más bello testimonio de esta fe, lo dieron los tres niños.
El niño Luis, al caer su oreja al suelo, la tomó, la mostró al verdugo y le dijo: “me parece poco”. Y Tomás y Antonio, dirigiéndose también al verdugo, le increparon: “corta, corta más si quieres, y hártate bien de sangre de cristianos”, y comenzaron a entonar el “O Gloriosa Domina”. Finalmente fueron crucificados y atravesados con dos lanzas, como los demás (en la imagen).
El libro trae la carta que Tomás escribió a su madre, mientras lo conducían a Nagasaki, su particular monte Calvario:
“Con la gracia del Señor escribiré esta carta. En la sentencia está escrito que seamos crucificados en Nagasaki, juntamente con los Padres, que por todos somos veinticuatro. De mí, y de Miguel mi padre, no tengais pena ninguna, porque allá os esperamos en el Paraíso. Y aunque en la hora de vuestra muerte no tengáis Padre con quien os confeséis, tened grande arrepentimiento de vuestros pecados, con mucha devoción. Y considerad los muchos beneficios que recibisteis de Jesucristo Nuestro Señor. Y porque las cosas del mundo luego se acaban, aunque vengáis á ser pobre y mendigar, procurad de no perder la gloria del Paraíso. Y sufrid con mucha paciencia y amor cualesquier cosas que los hombres dijeren contra vos. Y mirad que es muy necesario que Mancio y Felipe, mis hermanos, no vayan a las manos de gentiles. Yo os encomiendo á Dios, y lo mismo pido, y que me encomendéis todos á su Divina Majestad: os vuelvo á encomendar, que es cosa muy necesaria, que tengáis siempre arrepentimiento de vuestros pecados, porque Adán (segun oí decir á los Padres) se salvó por la contrición que de los suyos tuvo, y así seréis vos justificado por la de los vuestros, cuando no haya Padre con quien confesaros. Dios sea con vos”.