Revista En Femenino

Los niños son para el verano

Por Y, Además, Mamá @yademasmama

Creo que mi hijo también sufre una pequeña depresión postvacacional, como nosotros. Ha vuelto de las vacaciones completamente asilvestrado. Quiere estar desnudo, sin pañal ni ropa, y todo el calzado le molesta. Ansía corretear por el césped y por la arena libre, sin horarios, comiendo lo que sea cuando pueda, probando de todo, y durmiendo sólo cuando sus pilas están completamente agotadas. Y es que los niños son para el verano, o el verano para los niños, como quieras decirlo.

Es curioso que hemos hecho lo mismo que siempre, pero en un contexto diferente. Ahí está lo emocionante del asunto. Donde se volvía loco viendo autobuses, ahora apunta con su rechoncho dedo a los yates y barcos que ve cruzando el horizonte. Y si su segunda afición era perseguir palomas por la calle, ahora ha descubierto que aún hay aves más grandes, las gaviotas, y que son mucho más divertidas porque chillan mucho y también bajan a beber agua a la piscina. Ha seguido jugando con piedras, con el agua de la piscina, comiendo en trona, durmiendo en cuna. Pero todo ha sido diferente, y aún se aferra a ello.

Hemos vuelto sin que diga ninguna palabra, pero con nuevos trucos. Ahora sabe dar abrazos, y los da cuando quiere y en los momentos en que sabe que nos gana, como cuando nos hemos enfadado con él o nos ha pegado. Pone morritos y nos partimos de risa, por eso lo usa como una segunda arma para conseguir lo que quiere. Y ha aprendido una tercera cosa importante, a comer aceitunas y a sacar él solo el hueso. Sabe qué se come y qué no, aunque la arena y las piedras le sigan pareciendo apetitosas.

Ha aprendido que su casa está donde estemos nosotros, y que sus cosas son las que encuentra alrededor. Capaz de jugar con la misma intensidad en el paisaje más maravilloso y en el parking más sucio de una gasolinera de la autovía.

Grandes lecciones que se aprenden sólo en verano, en una única semana. Siete días con las mismas horas que las demás semanas, pero en la que hemos estado 24 horas sólo para él. Esa ha sido la diferencia. No nos hemos perdido ni un minuto, ninguno de sus morritos ni de sus nuevas caras. Partiéndonos de risa en el coche, asombrándonos con su concentración a la hora de jugar con cuatro piedras, persiguiéndole mientras se escapa a gatas por entre las sábanas por esa camas de matrimonio extra. No hemos tenido casi ratos a solas ni hemos podido hacer esas cosas especiales que vivimos en vacaciones pasadas: cenar solos a la luz de las velas, nadar con delfines, montar en camello o escalar una montaña. Pero esos morritos bien valen unas vacaciones.

madre y bebé en vacaciones, en el mar

Ha pasado ya un año entre estas dos fotografías.


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