Revista Cultura y Ocio

Los Nocturnos

Publicado el 27 junio 2014 por Javier De Lara @FValentis
Los NocturnosSe sabe poco de los Nocturnos salvo que evitan durante toda su vida el contacto directo con la luz del sol, realizando un peregrinaje constante bajo la noche para evitar que les alcance el amanecer. El camino que siguen es errático y no parece guiarse bajo ningún patrón concreto, por lo que sus visitas son imprevisibles. Aparentemente humanos, su contacto con el resto de habitantes de Quiral es siempre breve aunque brutal y apenas intercambian con ellos alguna que otra palabra en voz baja y sólo si se ven obligados a ello. 
Los propósitos de su viaje constante no están claros, aunque parecen servir como plegaria a Varun, diosa de la noche, que premia su dedicación con la capacidad de hacer uso de la madreluz, el raro material que proporciona luz y calor durante los largos meses en los que la noche se adueña del mundo, por lo que son temidos y satisfechos en todas sus demandas allí por donde pasan. 
Introducción sobre los Nocturnos de la Fisionomía de Quiral, escrita por Ófico.

Esta historia comienza en una pequeña villa, tan poco importante que carece de nombre incluso para sus habitantes. Estamos ya en umbra, la más oscura de las estaciones, en la que ninguno de sus días tiene luz solar. Sin embargo, la jornada en la que nos encontramos es especial ya que se celebra la festividad de Dimidia, en la que se celebra que el comienzo de la segunda mitad del año y por lo tanto, el camino hacia el amanecer. 
Los días en esta época del año son los más fríos y crueles, pero Dimidia es el comienzo de la esperanza y, por lo tanto, es un momento que merece la pena festejar. En todos los lugares se beberá el vino de mayor calidad y se sacrificarán las mejores piezas de ganado para servirlas en una fiesta que durará prácticamente todo el día y en la que participarán, unos junto a otros, todos los habitantes del continente, sea cual sea su condición.
Nuestro pequeño pueblo está en plena vorágine por la celebración. Todos los habitantes se encuentran en el amplio aunque algo desvencijado salón de la casa común, alrededor de una gran mesa de madera. La sala está llena de risas y del humo provocado a causa de las brasas en las que se asan, atravesados por espiedos, varios corderos. Aunque han mezclado el vino con agua, muchos están ya borrachos; algunos, incluso, dormitan tirados sobre su propia comida.
La rojiza luz de las brasas y el blanquecino fulgor de las raíces de madreluz que cubren una pared y parte del techo le dan a toda la estancia y a sus integrantes un aspecto irreal, como si formaran parte de un sueño. Aunque normalmente se suelen usan antorchas para la iluminación, no este día, donde se hace homenaje a los dioses dejando que sea el resplandor del regalo, que éstos hicieron a la humanidad para que pudiera sobrevivir a la Larga Noche, quien les ilumine. 
En una esquina de la sala, protegido por las sombras que proyecta una gran columna de madera, nos encontramos con Ruy, sentado sobre el suelo, con una copa de madera volcada cerca de su mano derecha. Por la posición hundida de sus hombros y su cabeza ladeada, podríamos pensar que está o dormido o muy borracho. En este caso se encuentra en un estado intermedio, consciente todavía, pero perdido en sus propios pensamientos,que no contienen en estos momentos demasiada coherencia. Es un hombre joven que no ha cumplido todavía la veintena. Tiene el pelo negro ensortijado, suficientemente largo para que el flequillo ahora le cuelgue cubriendo sus cejas, también negras y densas. Si abriera los ojos, descubriríamos que los tiene de color miel. Unas pocas trazas de barba oscura tratan de cubrir sin éxito su cuadrado mentón. Tal vez es momento de acercarnos un poco más a él y ver qué ocurre a su alrededor.
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Ruy alzó la cabeza y trató de espabilarse frotándose el rostro con una mano. El dolor que le atravesaba las sienes debía ser el comienzo de una resaca que prometía ser dura. La fiesta llevaba ya celebrándose unas cuantas horas y a pesar de que el vino que había estado bebiendo estaba completamente aguado, era más que suficiente para dejarlo prácticamente tumbado, debido a su escasa experiencia con el alcohol. Apoyándose en la columna de madera, se fue incorporando poco a poco, hasta que consiguió ponerse en pie. Dio un par de pasos tambaleándose hasta que recuperó el equilibrio en parte y empezó a andar sin rumbo fijo. Sorteó a una pareja de amantes, que retozaban en un revoltijo de ropas medio sueltas en el suelo de piedra entre gruñidos y por fin encontró un lugar donde dirigirse. Fue hacia un asiento libre en la gran mesa central, tras empujar al herrero del pueblo al chocar con su espalda. Oyó que le decían algo, pero lo ignoró y recorrió los últimos metros casi a la carrera, oscilando de lado a lado hasta que se desplomó en la silla. En aquellos momentos, sólo deseaba encontrar algo que llevarse a la boca. Pronto encontró un plato de carne de cordero en aparente buen estado y empezó a devorar su contenido.
Absorto, no se dio cuenta que la algarabía de la fiesta se fue reduciendo; los gritos y risas se fueron apagando hasta que desaparecieron por completo. El silencio absoluto consiguió que fuera consciente de que algo estaba pasando. Miró confundido alrededor y descubrió que todo el mundo miraba hacia la entrada, pero desde su posición no tenía línea de visión para ver qué ocurría. Se movió a un lado y otro pero la gente había formado un muro entre él y la entrada que no dejaba resquicio alguno.-¿Qué ocurre? -preguntó a nadie en concreto, con voz demasiado alta para lo que pretendía.
Nadie le contestó. Sin embargo, algunas de las personas que estaban frente a él se apartaron apresuradamente para dejar paso a unas oscuras figuras. Eran siete y vestían con gruesos abrigos de pieles negros. Aunque Ruy nunca se había encontrado antes con ellos, supo al instante que se trataba de un grupo de Nocturnos. Se desprendieron de los abrigos, que dejaron caer sin contemplaciones al suelo, mostrando sus largas y características túnicas negras, sin adorno alguno; sus rostros permanecían ocultos bajo grandes capuchas. Cuatro de ellos se dirigieron a la mesa y sin mediar palabra alguna, se pusieron a comer en silencio. Los otros tres pasearon, tras unos segundos sin moverse, comenzaron a deambular por la sala con paso lento.
-¡No, por Lucian, no! -escuchó el joven que decía alguien, con tono de voz aterrado, a su espalda.
Aunque Ruy conocía quiénes eran los Nocturnos, no sabía demasiado de ellos. La gente que alguna vez se los había encontrado evitaban hablar del tema y que él supiera hacía muchos años que ninguno pasaba por allí. Había oído historias sueltas y era consciente del temor que inspiraban, pero nunca le habían explicado qué ocurría durante sus visitas. Por eso, no entendió qué significaba que uno se acercara y señalara a una mujer del pueblo, concretamente a Lira, la mujer de Graco, con el que se había casado meses atrás.
-¡No! -gimió Graco, intentando abalanzarse sobre el Nocturno y siendo agarrado por varios aldeanos para evitar que lo hiciera. Forcejeó con ellos, gritando y maldiciendo, hasta que consiguieron arrastrarlo lejos de la escena. Su mujer lloraba y suplicaba, pero si el hombre oculto bajo la túnica se conmonvió no dio esa sensación, ya que la agarró y la tiró al suelo de un empujón, abalanzándose sobre ella a continuación.
El joven observaba la escena boquiabierto. Estaba completamente paralizado, sin saber qué hacer y sorprendido de que nadie hiciera nada contra lo que estaba ocurriendo y que incluso colaboraran con aquella atrocidad. El llanto de la mujer retumbaba en la sala, por encima del terrible silencio avergonzado de los presentes. Cuando por fin consiguió salir de su asombro, fue a levantarse pero antes de que pudiera hacer nada, una mano se posó sobre su hombro. Se dio la vuelta para ver quién era y se encontró con una de aquellas oscuras figuras, completamente envuelta en su túnica.
-Ven -escuchó que le decía una voz suave, tras la capucha. Varias de las personas que habían estado cerca de él, se habían alejado dejándolos prácticamente a solas.
Asustado, se levantó lentamente, mientras un escalofrío le recorría la espalda, y se enfrentó a él. Le sorprendió su baja estatura; de hecho, era también
de cuerpo menudo y hombros estrechos. Aquello le dio ánimos. Tal vez pudiera resistirse a lo que sea que quisiera de él. "Pero, por los dioses ¿Qué quiere de mí?" Pensó, mientras se escuchaban de fondo los llantos de Lira.
-Ven -volvió a repetir el encapuchado. Su voz era extrañamente dulce y ligeramente aguda. No parecía tan agresivo como su compañero al menos.
-¿Qué quieres? -se atrevió a preguntar, con voz temblorosa. En lugar de responderle, el aludido se retiró la capucha. Al ver su rostro, Ruy no pudo contener un suspiro de sorpresa.
El Nocturno en realidad era una mujer. El pelo largo y completamente liso le caía hasta perderse por el cuello de la túnica. Ella le miraba con sus grandes ojos, completamente negros, que contrastaban con su piel completamente blanca, lechosa. Tenía la nariz fina y ligeramente respingona y unos pómulos marcados que junto a su afilada barbilla y sus labios pequeños pero carnosos daban a su rostro un aspecto sensualmente agresivo. Seguramente a causa del calor de sala en contraste con el frío que debía hacer en el exterior de donde había venido, sus mejillas estaban incendiadas. Era tan hermosa como fría e inquietante.
-Ven -repitió por tercera vez ella, esta vez con tono de voz firme, mirándole con sus grandes ojos. Le cogió de la  mano y tiró de él, que comenzó a seguirla dócilmente.

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