Puesto que todavía es verano, no viene nada mal hablar un poquito sobre el mar.
“¿Cómo algo tan convencional como es el mar puede causar ese brillo?” Creo que existen infinidad de cosas que hacen brillar todas las demás.Supongo que yo defiendo la visión de ver brillar el mar porque no he visto brillar con tanta intensidad nada más.
La visión de algo bello hace brillar tu vida. Tu momento en la vida. Ese espacio transparente, teñido del color del cielo, que se abre ante ti cuando te sitúas frente a él y te hace brillar a ti mismo.Mirando el mar, uno se da cuenta de que no sobra. Si el mar está ahí para ser admirado, ya estás tú para contemplarlo. Ambos os necesitáis para existir, como todo.
Últimamente pienso en el mar como remanso tranquilo y libre, y me lleva a preguntarme sobre lo que comúnmente se denomina: El mar abierto.
¿Qué es el mar abierto? ¿A qué se abre el mar?: ¿Al propio mar? ¿A la libertad?, ¿Al horizonte?, ¿Al mundo?
En realidad, y creo que es cierto, lo hace a todo eso: Mar abierto a la ilusión, al sosiego, a todo corazón que sienta o quiera sentir todo lo que el mar abierto le ofrece con un solo segundo de mirada.Aquí os dejo una reseña marítima de mi próxima novela.
[…]El fondo de la Piazza se abría a un mar Adriático repleto de góndolas que navegaban elegantemente por el agua conducidas por los gondoleros.Los dos agentes se pararon cerca del embarcadero y se apoyaron sobre la barandilla de piedra para admirar el paisaje marítimo.
- ¡Qué maravilla! Todo esto está dispuesto como para una representación teatral de los tiempos antiguos-. Exclamó Albert aspirando profundamente el olor del mar.
- Mon ami, uno se asoma por esta ventana y tiene la sensación de estarse asomando a otro mundo: Frente a ti la libertad- explicó Nicolas con un tono inusualmente poético en él. Albert asintió y los dos agentes quedaron en silencio.
De pronto, una voz desconocida y muy próxima a ellos les sacó de su letargo.
- Yo siempre que puedo vengo a este rincón.
- ¡Qué ha sido eso!- exclamó Nicolas.
Los dos extrañados agentes volvieron su vista a la Piazza buscando al autor de aquella frase y lo primero que encontraron fue un enorme lienzo a pocos centímetros de ellos.- Perdoneme, ¿ha dicho algo?- preguntó Albert extrañado al mozo que se ocultaba tras el caballete.- Sólo les daba la razón...- dijo el muchacho mientas daba unas pinceladas.-Pardon, monsieur?- preguntó Nicolas molesto y atónito-. ¿Habla con nosotros?- Así es. ¿Ven el azul del cielo?- Los dos, extrañados, dirigieron sus miradas hacia arriba. El artista les imitó-. La gente cuenta que allá a lo lejos, en el horizonte, tiene lugar la eterna batalla en la cual el dios del mar, Neptuno, enfadado con Júpiter, el padre de todos los dioses, pelea por la primacía de su reino sobre el celestial y que con su enorme tridente ataca el reino de su hermano recibiendo de este una ofensiva contra él en forma de lluvia. ¡Es como una visión mágica! Los lugareños cuentan que en los días de lluvia se suele apreciar en el horizonte un az de luz turquesa que parpadea emulando una terrible batalla.- Magnífico...-contestó Albert absorto.- Sí que lo es, monsieur- contestó Nicolas visiblemente molesto ante aquella intromisión-, pero debería usted saber que el color que adquiere el agua se debe al reflejo del cielo sobre ella y no hay nada poético en esto, es ciencia, biología, realidad….- Albert dirigió una mirada de resignación a su interlocutor y luego la volvió a clavar en aquel joven que, haciendo caso omiso del comentario de Nicolas, comenzaba de nuevo ahablar suavemente y con tranquilidad, sin sobresaltarse.- Todo cambia cuando uno decide sentarse a admirar el mar.- Está usted en lo cierto, señor-. dijo Albert y acto seguido recibió un discreto codazo que pudo interpretarse como un “cállese” por parte de Nicolas. El artista sonrió y prosiguió.- Uno se puede enamorar de la mirada de unos preciosos ojos verdes, que indudablemente no les niego que sean encantadores, pero ningunos mirarán tan penetrantemente como los hacen los ojos verdes, oscuros y profundos del mar. Yo, personalmente, estoy enamorado de esos ojos. Puedo quedarme observándolos durante horas... No ansío otra cosa que mirarlos-. Nicolas resopló haciendo gala una vez más de su acostumbrado mal humor, por el contrario, a Albert parecía entretenerle la conversación.- Vaya, es usted un poeta magnífico-. Aplaudió Albert emocionado. El artista se puso de pie sonriendo y le tendió la mano. [….]- Me gusta ir a donde quiera que me lleven los caminos y pintar y escribir todo aquello que veo, sin embargo, ahora que estoy viviendo aquí temporalmente, creo que podría ser interesante recoger en mis cuadros cada uno de los colores que adquiere el mar frente a esta magnífica plaza. ¿Porque saben? Puede cambiar hasta diez veces de color a lo largo del día o incluso más y puede que, si tengo paciencia, pueda ver e inmortalizar en mis lienzos aquella batalla mitológica….