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Los orígenes pedagógicos de la filología clásica

Por Lasnuevemusas @semanario9musas
Una de las definiciones históricas de la filología es aquella que la concibe como el arte de explicar y preparar bien un texto, de modo que quede libre de puntos oscuros, erratas y corrupciones.

La filología clásica ya presentaba estas características, más allá de que en sus orígenes haya tenido intenciones fundamentalmente pedagógicas.

En este artículo reflexionaremos sobre el tema.

    Un clasicismo que empezó en las escuelas

Como es sabido, la filología fue creada por los primeros gramáticos de Alejandría, allá por el siglo III a. C. Ya con este nombre, comenzó por explicar los textos de los grandes poetas, pasó más tarde a fijar estos textos en ediciones[1] y, finalmente, instituyó todo un arsenal erudito, que, si bien empezó por aplicarse solo a los textos estudiados, muy pronto gozó de vida propia. Este material se fue ordenando en léxicos, repertorios mitológicos, notas marginales cada vez más independientes, inventarios (o cánones) de autores y de obras, etc.

Así, desde sus inicios, la filología recorrió prácticamente todo el espectro en el cual, con mayor o menor amplitud, iba a moverse en el futuro. En efecto, es posible que hoy, al cabo de veinticuatro siglos, se maneje un material más preciso, pero las bases son las mismas, pues los fundamentos, las aspiraciones y los límites de esta disciplina no va

Los orígenes pedagógicos de la filología clásica

riaron demasiado desde los tiempos de Zenódoto, Eratóstenes o Aristófanes de Bizancio. En definitiva, la filología, que en la actualidad se adjetiva de distintas maneras (románica, hispánica, semítica, moderna, etc.), nació como filología clásica, aplicada, en primer lugar, al griego y, en segundo lugar, al latín.

Es probable que lo que más haya contribuido a que las literaturas griega y romana sean consideradas clásicas hoy en día haya sido la filología y, más aún, su forma menos presuntuosa: la enseñanza escolar. De hecho, la alta filología de los alejandrinos provino de una tradición de maestros de escuela. Así, mediante la enseñanza, los niños fueron los que más se beneficiaron con esta incipiente labor filológica, labor que les permitía leer a los poetas nacionales, en especial Homero, sobre textos cada vez más unitarios. Como ya se ha dicho, la filología de Alejandría se formó a partir de los temas y las necesidades de la escuela primaria, pero creó también una especie de enseñanza secundaria o superior de bases similares, aunque de mayor altura y exigencia. Una vez creado este grado superior, la enseñanza primaria de los niños griegos se apoyó en los progresos de aquel.

La rutina de la educación clásica quedó sólidamente fundada desde un inicio, pero en ningún momento se anquilosó; muy por el contrario, con el correr del tiempo, supo ganar originalidad, entre otras cosas, por la influencia benéfica que la filología ejercía sobre esta primaria y única enseñanza. La filología, por lo tanto, nace a partir de su vínculo con la escuela. Aquí está la ultima ratio de la "educación clásica", que en la actualidad muchos discuten.

La cultura antigua se construyó sobre la base de una rutina escolar, de una tradición pedagógica, en la que los poetas nacionales, como el ya citado Homero, eran los principales protagonistas. Este fundamento llegó a estar por encima de todo, y se mantuvo intacto hasta finales de la Antigüedad. Luego, con la expansión del cristianismo, la enseñanza escolar clásica comenzó a transitar una crisis muy difícil, de la cual salió airosa incorporándose a los propios fundamentos de la educación cristiana.[2]

En Roma, la filología entró a imitación de Grecia. Los primeros poetas romanos estaban preocupados también por problemas de ortografía e hicieron que, desde un principio, la poesía fuera un instrumento de educación, de enseñanza primaria. No importa que luego los poetas abandonaran estas preocupaciones, ni que la enseñanza primaria dejase de ser lo más buscado para convertirse en algo establecido. Lo cierto es que la literatura antigua nunca dejó de ser vista como parte central de un programa escolar.[3]

En suma, la filología nació como un segundo grado de una enseñanza primaria cuyas "primeras letras" estaban basadas en una poesía nacional, principalmente en Homero. El valor fundamental de la filología, todos los tópicos del valor "formativo" de los clásicos, que aún en nuestros días se defienden, provienen de este hecho histórico: durante más de un milenio, la humanidad se educó en la literatura clásica, y ni siquiera el cristianismo pudo borrar este legado.

Esta es la razón de lo clásico en la filología y la literatura antiguas, lo que las hace incomparablemente superiores a otras filologías y otras literaturas, y por razones mucho más profundas que las que tienen que ver con el puro valor estético. Pues de Homero y de los primeros poetas surgen la gramática y la literatura.[4] La gramática, arte de las letras, de lo escrito, pero entendida como estudio para fijar e interpretar un texto; la literatura, como conocimiento de lo escrito, pero ya advirtiendo en él cierta voluntad de trascendencia.

    Gramática y literatura, dos columnas vertebrales

Naturalmente, para los antiguos, las diferencias entre gramática y literatura eran muy claras. Es cierto que los gramáticos alejandrinos fueron quienes instituyeron los primeros cánones de autores, en los que ya estaba el germen de toda historia literaria; es cierto también que estos mismos gramáticos fueron quienes esbozaron las primeras reglas de crítica textual; sin embargo, sabían muy bien que la verdadera gramática era aquella que buscaba explicar la lengua, más allá de que ellos, a su vez, estuvieran preparados para fijar los textos con criterio literario.

Sin duda, la gramática recibió un gran impulso a partir del momento en el que la convivencia de varias lenguas se hizo literaria, es decir, a partir del momento en el que hubo necesidad de algo más que de intérpretes para comerciantes o ejércitos conquistadores. Así fue como la gramática se convirtió en algo más que en una disciplina accesoria de la fijación de textos. Así fue que surgió la gramática como norma, como "arte de hablar y escribir correctamente una lengua", como enseñanza primordial.

La gramática surge esencialmente como instrumento conservador de una lengua amenazada de corromperse en los nuevos territorios conquistados por el helenismo. Sófocles o Tucídides no necesitaban de la gramática, porque les bastaba con la lengua que hablaban; más tarde, la gramática se hizo necesaria para todo el mundo: las reacciones literarias, las preocupaciones estilísticas arcaizantes o de riguroso purismo fueron de índole gramatical. Frontón expresaba estas preocupaciones de la siguiente manera: "Lo más alto en la vida humana es el arte de la palabra: ella es la verdadera señora del género humano, nos aconseja el temor, el amor, la energía, vence la audacia, es nuestro consuelo y maestra"[5], y aconsejaba a sus imperiales discípulos, Marco Aurelio y Lucio Vero, que se entregaran con "suprema ocupación"[6] a traducir los textos del latín al griego.

La gramática, surgida a partir de las preocupaciones racionalistas y lógicas de los sofistas, los peripatéticos, los estoicos y los puros gramáticos y críticos, y la literatura, nacida en plena época helenística, son invenciones de origen griego. Dentro de ellas vivimos todavía, más allá de que la modernidad las haya modificado con la introducción del sentido dinámico, histórico.[7] Así, tenemos la gramática histórica o la historia literaria, pero hablamos aún de genitivos, de pretéritos perfectos, de pleonasmos, de escuelas, de géneros, de poesía épica o lírica, conceptos helénicos todos ellos. En efecto, la enseñanza clásica es todavía la clave para manejar todo esto con total idoneidad.

Que la gramática sea un conocimiento en el que cuesta mucho ser original es prueba suficiente de que todas las gramáticas se hayan formado a partir del modelo de la gramática griega. Pero no es solo en la gramática donde lo clásico es un modelo universal. Lo ha sido también en la literatura, en la teoría retórica y poética, en los que el método y el sistema griegos terminaron al fin por imponerse. Todavía la doctrina aristotélica de los géneros literarios se puede hoy discutir con la vehemencia que solo suscita aquello que está vivo.[8] Todavía, si no queremos movernos dentro de vaguedades y caprichos, n o tenemos más remedio que acudir a los instrumentos conceptuales de los griegos, por más manidos y deslustrados que parezcan. O medimos exactamente los tropos y las figuras o nos conformamos con apreciaciones puramente subjetivas. El único intento racional para analizar y medir las obras de arte fue el llevado a cabo por los griegos. Se puede estar o no de acuerdo con su ambición racionalista, pero, si se renuncia a ella, deberá uno conformarse con sentir, opinar o adivinar, verbos todos ricos y expresivos, pero impropios como instrumentos analíticos.

Sería un error, no obstante, creer que la filología clásica se reduce a la suma de la gramática y la literatura de su tiempo, pues al constituirse como ciencia histórica ha sabido aplicar el rigor heredado de esa tradición didáctica -en principio, por supuesto, gramatical y literaria- a la consideración del mundo antiguo en todos sus aspectos. La filología clásica es el instrumento de guía más perfecto y delicado que existe, y muchas razones contribuyen a ello, entre las cuales me atrevo a destacar el hecho irrefutable de que la cantidad de documentos no es tan abrumadora. Una vida humana, o menos aún, unos cuantos años de estudio pueden bastar para conocer todos los documentos, textos, monumentos de una época, un asunto, un tema histórico dado. Piénsese en lo trabajosos que son para el historiador moderno archivos como el de Simancas, donde, a veces, se llega a sentir la saciedad, el hartazgo, el abrumador peso de los documentos, mientras que el filólogo clásico, si logra desembarazarse de la en ocasiones superflua bibliografía moderna, podrá encontrarse con media docena de textos, oscuros y difíciles, pero seductores por sus posibilidades de interpretación.

La filología clásica abarca una época histórica en la que los conocimientos son más amplios, completos y cohesionados. Todo está minuciosamente contado y catalogado, como lo demuestran el Thesaurus, los tomos del Corpus Inscriptionum Latinarum o los fascículos de las Inscriptiones Graecae. En ningún otro campo se ha llegado a resultados semejantes. Hay que reconocer que, en los otros campos, el material es mucho más abundante y, por lo tanto, menos manejable. Sin mencionar aquellos campos que están vivos todavía y no pueden catalogarse según criterios filológicos, que parten del hecho de que el objeto de estudio debe estar cerrado y completo.

Los primeros diccionarios, las mejores ediciones, el criterio de fijación del texto, todo esto lo ha aprendido nuestra civilización del latín y el griego. Es por eso por lo que las mayores exigencias las ha tenido siempre la filología clásica, y de ahí el interés que tiene para todos los que se dedican a estas ramas del conocimiento. Duele ver hoy ediciones críticas de textos españoles, e incluso de otras lenguas modernas, en las que una mínima noción de la técnica de la edición de textos clásicos le hubiera permitido al filólogo no solo un ahorro considerable de papel, sino un rendimiento y una exactitud mucho mayores.

[1] En aquel tiempo se crea precisamente el término edición, que no se inventó propiamente para los autores, sino por y para los filólogos, los que ponen aún hoy un orgulloso y respetado edidit al frente de los mismos libros.

[2] Uno de los hechos que salvaron la herencia de la Antigüedad en el cristianismo fue el mantenimiento de la tradición escolar en el sentido en que orientaron la educación cristiana el famoso discurso de San Basilio sobre la lectura de los paganos o los escritos Contra Academicosorígenes pedagógicos filología clásica, De vita beata, De ordine, de San Agustín.

[3] Tal vez está aquí -en su realidad más humilde y más auténtica- el valor de la literatura clásica, es decir, lo que verdaderamente le ha dado la categoría de modelo educativo, finalidad que quizá explica la importancia que han alcanzado en la historia de la humanidad los escritos en griego y en latín.

[4] Véase Fernando García Romero, Berta Hernández García (eds.). De Homero a Virgilio. El asombroso mundo del latín, Madrid, Sociedad Española de Estudios Clásicos, 2009.

[5] Marco Cornelio Frontón. Epistolario, Madrid, Gredos, 2016.

[7] Véase Gilbert Highet. La tradición clásica. Influencias griegas y romanas en la literatura occidental (vol. 2). México, Fondo de Cultura Económica, 2016.

[8] Así lo demuestra, por poner solo un ejemplo, la Estética, de Benedetto Croce.


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