Revista Salud y Bienestar
Los países que proveen tecnologías dudosamente efectivas experimentan un mayor crecimiento de gasto
Por Fat
El estadounidense Jonathan Skinner, del Dartmouth College de Hanover (New Hampshire, EE. UU.) —uno de los mayores expertos del mundo en Economía de la Salud—, ha pronunciado esta mañana la conferencia inaugural de las XXXI Jornadas de Economía de la Salud, que se celebran hasta el 6 de mayo en el Hospital de Son Espases, en Palma de Mallorca. En su intervención, titulada ‘Crecimiento del coste y crecimiento de la productividad en la atención sanitaria; una perspectiva internacional’, el experto ha puesto de relieve que "no es la tecnología la que, por sí misma, incrementa el gasto sanitario, sino la intensidad con la que se usa la tecnología, especialmente aquélla que, sin añadir valor, aumenta los costes".
Tal y como ha explicado, "hemos desarrollado —para Medicare, el programa de seguro de salud del Gobierno de los Estados Unidos para personas mayores de 65 años— un modelo en el que, considerando la demanda paciente, la intervención del Gobierno en la financiación y el comportamiento de proveedores de tecnologías sanitarias, tratamos de explicar esta tendencia paralela en el crecimiento de la tecnología y del coste sanitario".
Gracias a este trabajo de investigación "hemos constatado que la productividad sanitaria depende de la heterogeneidad de los efectos de los tratamientos entre los pacientes, la forma de la función de producción de la salud, y de la estructura de coste de procedimientos tales como la Imagen por Resonancia Magnética (MRI, según sus siglas en inglés) con altos costes fijos y costes marginales bajos".
--Categorización de las tecnologías sanitarias y productividad
Según ha puesto de relieve Skinner, el modelo obliga a pensar que "existe una productividad distinta según el tipo de tecnología que se analiza, con consecuencias distintas en la ganancia en salud por dólar gastado". Distingue así, tres categorías de tecnología:
En la primera de ellas se encuentran "aquellas innovaciones altamente coste-efectivas —con un bajo coste pero con una gran efectividad en el tratamiento—. En este apartado, se pueden citar los antibióticos para las infecciones bacterianas o las aspirinas y beta-bloqueantes para pacientes con riesgo de infarto de corazón". Así, "las innovaciones altamente productivas también pueden ser costosas, tal y como, por ejemplo, la terapia anti-retroviral para el VIH; pero la clave para la alta productividad media de estos tratamientos caros es que sus beneficios se tornan negativos para el resto de pacientes que no precisan tal medicación, lo que conlleva una escasa probabilidad de sobreutilización o abuso", ha constatado.
Un segundo apartado lo constituirían los tratamientos "altamente efectivos para algunas personas, pero no para todas, como pueden ser la tecnología basada en los stents, aplicados en la cirugía vascular y endovascular y en la cirugía cardiaca. Es decir, las angioplastias en las que se colocan los stents son especialmente beneficiosas cuando se aplican a pacientes con infarto de corazón en las 12 horas siguientes al suceso. Sin embargo la aplicación también a otros pacientes, mucho más numerosos, como aquellos aquejados de una angina estable, hace que los costes marginales de esta innovación tiendan a cero y, por ende, la productividad media disminuya sustancialmente".
La tercera tipología agrupa una ‘área gris’ de tratamientos con un valor clínico incierto. "Se trata de innovaciones cuyos beneficios son reducidos o que apenas están respaldados por una evidencia científica que sostenga su valor. Un ejemplo de esta categoría puede ser el coste de los días de ingreso en las unidades de cuidados intensivos entre pacientes con patologías crónicas u otros cuya efectividad no ha sido todavía evaluada totalmente".
Skinner ha aseverado que "no es sorprendente que los países que han adoptado la primera categoría y la categoría segunda en su vertiente más ligada a la efectividad hayan logrado las mejoras sanitarias más destacables".
Por el contrario, el conferenciante ha señalado a "los países que han adoptado la vertiente ineficaz de la segunda categoría y los tratamientos ligados a la tercera", como los que experimentan los crecimientos de costes del gasto sanitario más rápidos.
Tal y como ha explicado, "hemos desarrollado —para Medicare, el programa de seguro de salud del Gobierno de los Estados Unidos para personas mayores de 65 años— un modelo en el que, considerando la demanda paciente, la intervención del Gobierno en la financiación y el comportamiento de proveedores de tecnologías sanitarias, tratamos de explicar esta tendencia paralela en el crecimiento de la tecnología y del coste sanitario".
Gracias a este trabajo de investigación "hemos constatado que la productividad sanitaria depende de la heterogeneidad de los efectos de los tratamientos entre los pacientes, la forma de la función de producción de la salud, y de la estructura de coste de procedimientos tales como la Imagen por Resonancia Magnética (MRI, según sus siglas en inglés) con altos costes fijos y costes marginales bajos".
--Categorización de las tecnologías sanitarias y productividad
Según ha puesto de relieve Skinner, el modelo obliga a pensar que "existe una productividad distinta según el tipo de tecnología que se analiza, con consecuencias distintas en la ganancia en salud por dólar gastado". Distingue así, tres categorías de tecnología:
En la primera de ellas se encuentran "aquellas innovaciones altamente coste-efectivas —con un bajo coste pero con una gran efectividad en el tratamiento—. En este apartado, se pueden citar los antibióticos para las infecciones bacterianas o las aspirinas y beta-bloqueantes para pacientes con riesgo de infarto de corazón". Así, "las innovaciones altamente productivas también pueden ser costosas, tal y como, por ejemplo, la terapia anti-retroviral para el VIH; pero la clave para la alta productividad media de estos tratamientos caros es que sus beneficios se tornan negativos para el resto de pacientes que no precisan tal medicación, lo que conlleva una escasa probabilidad de sobreutilización o abuso", ha constatado.
Un segundo apartado lo constituirían los tratamientos "altamente efectivos para algunas personas, pero no para todas, como pueden ser la tecnología basada en los stents, aplicados en la cirugía vascular y endovascular y en la cirugía cardiaca. Es decir, las angioplastias en las que se colocan los stents son especialmente beneficiosas cuando se aplican a pacientes con infarto de corazón en las 12 horas siguientes al suceso. Sin embargo la aplicación también a otros pacientes, mucho más numerosos, como aquellos aquejados de una angina estable, hace que los costes marginales de esta innovación tiendan a cero y, por ende, la productividad media disminuya sustancialmente".
La tercera tipología agrupa una ‘área gris’ de tratamientos con un valor clínico incierto. "Se trata de innovaciones cuyos beneficios son reducidos o que apenas están respaldados por una evidencia científica que sostenga su valor. Un ejemplo de esta categoría puede ser el coste de los días de ingreso en las unidades de cuidados intensivos entre pacientes con patologías crónicas u otros cuya efectividad no ha sido todavía evaluada totalmente".
Skinner ha aseverado que "no es sorprendente que los países que han adoptado la primera categoría y la categoría segunda en su vertiente más ligada a la efectividad hayan logrado las mejoras sanitarias más destacables".
Por el contrario, el conferenciante ha señalado a "los países que han adoptado la vertiente ineficaz de la segunda categoría y los tratamientos ligados a la tercera", como los que experimentan los crecimientos de costes del gasto sanitario más rápidos.
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