Revista Salud y Bienestar
La malaria mata a 800.000 personas al año, la mayoría menores de cinco años. La lucha contra la enfermedad, transmitida por mosquitos, es compleja: la vacuna está por llegar, el uso de mosquiteras no es universal, los medicamentos son caros, y el mosquito se hace resistente a los pesticidas. El uso de uno de ellos, el DDT, en la lucha contra este mal va a ser revisado en la conferencia de los países parte del Convenio de Estocolmo -que se inaugura hoy, día de la malaria-. Mientras se analiza, aumentan las voces que abogan por el control ecológico de poblaciones de mosquitos, y alertan de la ineficacia de ese químico, que definen como un producto peligroso para la salud y el medio ambiente. Un instrumento que precisa costosos controles para verificar su buen uso, que los países aún no tienen.
Al barato DDT -que se usó a partir de los años cuarenta- se le responsabiliza del fin de la malaria en Europa o Estados Unidos. Por esa efectividad se reclama su uso, pese a que desde los años setenta está prohibido en Occidente por sus riesgos sanitarios y ambientales. Este insecticida forma parte de los "12 sucios", productos tóxicos que la ONU pretende reducir hasta eliminarlos. Sin embargo, una quincena de países, la mayoría africanos, lo emplea, según el informe del grupo de expertos en DDT para la conferencia, que dice que su uso "seguirá siendo necesario en determinados entornos para el control de la malaria, hasta que haya alternativas".
En el mismo informe se recoge la preocupación por la resistencia del mosquito al DDT, las posibles consecuencias en la salud -puede guardar relación con cáncer de mama, diabetes, disminución de la calidad del semen, abortos espontáneos y deficiencias en el desarrollo neurológico en niños-, y la transferencia del insecticida a la cadena alimenticia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) también ha publicado un documento en el que muestra su preocupación por los altos niveles de exposición al DDT en las casas fumigadas, especialmente entre niños y embarazada. La OMS autorizó en 2006 el uso de DDT para fumigación interior, y el nuevo informe también reclama mayores medidas de control.
Los que abogan por el fin del uso de este insecticida dan otra razón poderosa: el mosquito se ha hecho resistente. Según Christian Borgemeister, director de ICIPE (centro internacional para el estudio de insectos), en Nairobi (Kenia), "el DDT no aporta nada nuevo. En África se ha usado siempre y la enfermedad sigue ahí. Se pretende volver a él porque el mosquito se ha hecho inmune a otros insecticidas, pero el insecto sigue teniendo el gen resistente al DDT". Y precisa: "Los planes de vigilancia que los países deben comenzar lo encarecerán, dejará de ser barato y los riesgos económicos son enormes: si el insecticida llega a los productos agrícolas, éstos no podrán exportarse".
Las consecuencias económicas ya se notan en Uganda. Allí, 15.000 pequeños agricultores del norte del país han visto sus ingresos reducidos un 20% después de que sus casas fueran fumigadas con DDT. Hasta 2008 vendían sésamo, chile y algodón orgánicos. Luego no pudieron hacerlo: almacenaban el producto en sus casas y el riesgo de que estuviera contaminado era demasiado grande para el comprador, que lo exportaba a Europa. "Fumigamos con DDT, los mosquitos se fueron dos semanas y regresaron", dice la agricultora Paska Ayo, de 48 años.
El norte de Uganda ha vivido el asedio de los rebeldes del Lord Resistance Army (LRA), que robaban y secuestraban en las poblaciones. Los campesinos se escondían de noche en el bosque y cultivaban de día. "Aún así, vivíamos mejor, sabíamos que teníamos un mercado al que vender", dice Selestino Obong, de 54 años, que cultivaba algodón orgánico. Asegura que las autoridades insistieron por la radio en que todas las casas debían ser rociadas so pena de arresto. Cuenta que la malaria sigue ahí y que desea volver a cultivar orgánico. No podrá hacerlo en 15 años, tiempo que tarda el DDT en desaparecer del suelo.
Uganda, cuyo programa de fumigación está financiado por la Iniciativa para la Malaria del Presidente de EE UU, niega haber forzado a los agricultores a fumigar y defiende el DDT: "La malaria causa 320 muertes al día, ¿deberíamos seguir muriendo en Uganda cuando otros países se han librado gracias al DDT?", se pregunta Lugemwa Myers, representante del Ministerio de Salud, que señala que los casos de la enfermedad en los dos distritos tratados con DDT han disminuido a razón del 40-50%. El país dejó de fumigar después de que los agricultores y entidades conservacionistas denunciaran al Gobierno ante los tribunales, pero la posibilidad de volver al insecticida sigue abierta.
Por el contrario, en Malindi, en la costa keniata, un proyecto de la fundación Biovision muestra cómo se puede luchar contra la malaria de forma ecológica y con la participación de la comunidad. 500 personas han sido entrenadas para detectar los lugares que facilitan la propagación de mosquitos (embalses, piscinas abandonadas, charcos) que, o son desecados o tratados con una bacteria ecológica que acaba con sus larvas. También atraen a esos insectos a bañeras en el exterior de las casas, donde son pasto de peces y reparten mosquiteras. Desde que se inició el proyecto, en 2005, el número de menores de cinco años ingresados por malaria en el hospital del distrito ha pasado de 344 a 100. El de adultos de 668 a 89. Si 115 murieron en 2006, el pasado año fueron 14. "Podemos conseguir un mejor control del mosquito de forma ecológica, combinando acciones basadas en el conocimiento los recursos locales", explica Charles Mbogo, director del Instituto de Investigación Médico de Kenia, socio del proyecto en Malindi.
**Publicado en "EL PAIS"
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