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Los peligros de la anfibología

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

La anfibología -por supuesto, no ya como recurso retórico, sino como ambigüedad u oscuridad gramatical- es uno de los vicios más peligrosos que presenta nuestro idioma.

En este artículo procuraremos despejar cualquier duda que pueda haber respecto del asunto.

Los peligros de la anfibología

Allá por el siglo XV, el maestro Nebrija explicaba lo siguiente: "Amphibologia es cuando por unas mesmas palabras se dizen diversas sentencias, como aquel que dixo en su testamento: io mando que mi eredero de a fulano diez taças de planta cuales el quisiere, era duda si las taças avian de ser las que quisiere el eredero o el legatario"[1]. Hoy en día, el DLE define la palabra que nos ocupa de esta manera: "Doble sentido, vicio de la palabra, cláusula o manera de hablar a que puede darse más de una interpretación"[2]. Como podemos apreciar, ambas definiciones, pese al correr del tiempo (y a la diferencia de extensión), son más o menos parecidas. Sucede que, a lo largo de la historia, cualquier usuario de la medianamente responsable sabía que, para expresarse como es debido, no basta con que la expresión se pueda entender, sino que es preciso, parafraseando a Quintiliano, que de ningún modo se pueda dejar de entender.

La Gramática académica de 1931 decía que una de las formas de cometer anfibología es "no esquivar aquellos giros donde sea difícil conocer inmediatamente el sujeto y el objeto directo de la oración"[3] y cita como ejemplos " la espada corroe el orín"[4] y " Cicerón recomienda a Tirón a Curio"[5], "donde el sentido únicamente descubre el sujeto, o quien sepa que Tirón era un siervo queridísimo del célebre orador romano"[6]. En efecto, el sentido nos muestra que la espada no puede corroer el orín, pero el segundo ejemplo no quedará claro por más que conozcamos a Tirón. En este tipo de construcciones de acusativo y dativo, ambos con la preposición a, la anfibología parecería inevitable. Se ha propuesto, para eludirla, construir el acusativo sin la preposición. Esto, que es posible en algunos casos, no lo es en otros. Sí podemos suprimir la preposición cuando se trata, por ejemplo, de una ciudad y decir "prefiero París a Nueva York", o cuando el acusativo va determinado, como en este ejemplo de fray Luis de Granada: "Si yo voy contigo, ¿a quién dejaré encomendada nuestra hermana Gordiana?"[7], pero no nos es posible hacerlo cuando el objeto directo es un nombre propio de persona (tan incorrecto sería decir "recomendar Pedro a Antonio" como "recomendar a Pedro a Antonio"). Si el objeto indirecto no es nombre propio, la frase deberá construirse colocando en primer término el objeto directo, así diremos: "Judas vendió a Jesús a los fariseos", o como Cervantes, "llevar a Dorotea a sus padres"[8]. Estos ejemplos abundan en los clásicos.

También los pronombres personales pueden producir anfibología, cuando los empleamos en casos declinables, y cuando son dos o más los nombres propios a los que pueden referirse. Andrés Bello propone el siguiente ejemplo: "A Juan se le cayó un pañuelo, y un hombre que iba tras él lo tomó y se lo llevó"[9]; bien, aquí no queda claro si el hombre en cuestión se guardó el pañuelo o si se lo alcanzó a Juan para devolvérselo. En puridad, la anfibología de este ejemplo está, más que en el pronombre, en el verbo llevar; pero en otro, también propuesto por Bello, "El pueblo estaba irritado contra el monarca por las perniciosas influencias que lo dominaban"[10], no sabemos si las influencias dominaban al rey o al pueblo. Algo similar puede ocurrir cuando usamos el pronombre personal como sujeto, y como es frecuente en español, lo suprimimos. Esto puede verse en oraciones como Julia quiere a su hermana porque es buena, donde no sabemos si la "buena" es Julia o su hermana.

Otro modo de caer en anfibologías es el empleo poco meditado del posesivo su. Si decimos "Hablaban con él de sus asuntos", no se sabe si los asuntos son de él o de ellos. Al respecto de este tipo específico de anfibología, la NGE dice: "Son varios los posesivos que resultan compatibles con sustantivos masculinos y femeninos, tanto singulares como plurales. Esta carencia de distinciones morfológicas produce algunas situaciones de ambigüedad que pueden ocasionar anfibologías"[11]. Este fragmento es interesante no solo por lo que explica de los posesivos, sino por presentar a las "situaciones de ambigüedad" como posibles productoras de anfibologías, cuando, en realidad -al menos, desde un punto de vista etimológico-,[12] la característica de la anfibología es la ambigüedad.

El orden de los elementos oracionales puede también dar lugar a ambigüedad, es decir, producir anfibologías. Es lo que ocurre en los siguientes ejemplos: Vendía medias para mujeres de lana, en lugar de Vendía medias de lanas para mujeres, o El cuerpo del guardagujas fue encontrado completamente descuartizado por sus propios compañeros, en lugar de El cuerpo del guardagujas, completamente descuartizado, fue encontrado por sus propios compañeros.

Lo mismo sucede con el empleo de los tiempos verbales si los datos aportados no son lo suficientemente esclarecedores; por ejemplo, en el modo indicativo, escribimos es la primera persona del plural del presente del verbo escribir, pero también lo es del pretérito perfecto simple, por lo tanto, al decir Rocío y yo escribimos una carta, no queda claro si ya la hemos escrito o si la estamos escribiendo. No se da esta ambigüedad con conducir, por ejemplo, pues el presente es conducimos, y el pasado, condujimos.[13]

Por último, vale la pena recordar que también la colocación incorrecta del gerundio puede provocar anfibologías. Por ejemplo, en la frase Vi a tu señora paseando, no queda claro quién era el que paseaba, pues, o bien puede interpretarse que era el mismo emisor de la frase quien lo hacía, o bien la esposa de la persona a la que dicha frase estaba dirigida.

Los peligros de la anfibología

Los peligros de la anfibología

[1] Véase Antonio de Nebrija. Gramática sobre la lengua castellana, edición, estudio y notas de Carmen Lozano, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011.

RAE y ASALE. Diccionario de la lengua española, edición online. Consultado el 11 de diciembre de 2020.

[3] Academia Española. Gramática de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 1931.

[7] Fray Luis de Granada. Guía de pecadores, Barcelona, Planeta/Autores Hispánicos, 1986.

[8] Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha, Madrid, Alfaguara, 2005.

[9] Andrés Bello. Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, en Obras completas. Tomo IV. Notas de Rufino José Cuervo, Caracas, La Casa de Bello, 1995.

[11] Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. Nueva gramática de la lengua española. Madrid, Espasa, 2010.

[12] Véase RAE y ASALE. Diccionario de la lengua española, edición online.

[13] Con un verbo como creemos pasa algo análogo, ya que en frases como Creemos en la escuela, sin el debido contexto, no queda claro si indica que tenemos fe en la escuela o que debemos crear en la escuela.

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