Una amiga le confesaba, no sin cierto rubor, que los guapos le pierden. Que no lo comprendía, que era algo irracional. Que las mujeres nos habíamos pasado la vida peleando, luchando por la igualdad, formándonos, pretendiendo encontrar un compañero, una mente privilegiada, y, ahora, aquella recién divorciada refulente sólo podía suspirar por aquel hombre insulso, con poca conversación, pero de cuerpazo, pelazo, y una máquina en la cama, que no le respondía ni a un triste WhatsApp.
Y se culpaba porque no tenía luces, no había vivido, leído ni viajado. Pero le echaba de menos. “Ay, nena, con lo que yo te he pelado por tu debilidad por los chulazos y yo soy peor”, le decía entre sollozos. Y ella se reía, ambas lo hacían.
Se reía porque era verdad. Aun hoy día no puede evitar voltear la cabeza cuando se cruza por la calle con un buen espécimen pero, créanla, es un mero acto reflejo. Es del todo inofensiva. Ya hace mucho que se quitó de los guapos.Con la edad, ha aprendido que los buenos son los listos. Depende de para qué.
Se despide de su amiga, que de repente parece quererse beberse la vida de un sorbo, con un beso y una pregunta. Días más tarde descubre, agazapada, entre las páginas digitales del último libro de Rosa Montero, la respuesta. A las mujeres también nos atrae la belleza. Cuestión de supervivencia, supone. Culpen a la amígdala. Put the blame on it.
En el reino animal, simetría es sinónimo de buenos genes. Así se desprende de “La ridícula idea de no volver a verte”, un libro maravilloso a medio camino entre el ensayo y la biografía de Marie Curie, a propósito de un desgarrado diario que la polaca escribió tras la trágica muerte de su esposo, Pierre. Un libro que compró única y exclusivamente por el título.
Al parecer, la doble premio Nobel, una pionera en tantas cosas, estuvo a punto de arrojar la toalla al enamorarse del guapísimo Camisimir Zorawaski. Una historia que duró cinco años y que no llegó a buen puerto porque la familia de Casimir, quien sería un matemático brillante, no aprobó la unión. El triunfo del amor nos hubiera arrebatado, tal vez, del talento de Manya Skłodowska al quedar atrapada en un matrimonio al uso, sin luz. No minusvaloren nunca el poder de un guapo. Por si acaso.