La máxima “Hollywood nunca sabe cuándo detenerse” se aplica a productos buenos y malos. Así las secuelas, precuelas, nuevas temporadas 1) destrozan primeros títulos encomiables y 2) extraen lo peor de películas y series insalvables. El ejemplo más reciente de esta segunda variante es Los pequeños Fockers, film que completa una pésima trilogía del humor mainstream y que las salas porteñas estrenan hoy.
Enseguida el trailer promocional confirma las sospechas de que, con conflictos y gags replicados, esta tercera entrega vuelve a poner a prueba la histórica relación entre el suegro Jack y el yerno Greg. Quienes hayan apostado a Paul Weitz porque dirigió Un gran chico deberán buscar otros estímulos a la esperanza o ilusión.
Me refiero sólo a esta opción porque -ya nos dimos cuenta- ni los consagrados Robert De Niro, Dustin Hoffman, Barbra Streisand (y ahora Harvey Keitel) ni en menor medida Ben Stiller, Owen Wilson (y ahora Laura Dern y Jessica Alba) pueden remontar un guión cuya comicidad se basa en derrames accidentales (antes fueron desechos cloacales; ahora arena), golpes/cortes/inyecciones brutales, sospechas y enredos forzados.
A modo de curiosidad, IMDb cuenta que al principio Hoffman se negó a reinterpretar a Bernie Focker porque el guión de esta ¿última? entrega no le gustó y porque tampoco estuvo contento con el reemplazo de Jay Roach, director de las versiones anteriores, por Weitz. Al final terminó negociando con los estudios Universal una actuación limitada a escasas seis escenas.
IMDb también comparte otro dato interesante: la trama de Los pequeños… gira en torno a la posibilidad de que Greg Focker se convierta en “padre padrone” de toda la familia Byrnes/Focker tras el deceso de Jack. El problema es que Jack tiene un hijo (Denny) que debería ser heredero directo de la familia Byrnes y que -atención con el agujero negro argumental- apenas fue mencionado en la película inaugural.
Entre la primera y tercera aparición cinematográfica de los Fockers pasaron diez años. La segunda se dio casi a mediados de la década, para ser más precisos, en 2004. Es cierto que Hollywood nunca sabe cuándo detenerse, pero algunos espectadores optimistas (¿ilusos?) esperamos que reconozca la caducidad de una franquicia cuya explotación superó el umbral de tolerancia.