Tal vez esto ocurra en todo el mundo, y yo como español me crea que sólo ocurre aquí. No digo yo que no. Pero cada vez tengo más arraigada la sensación de que en España (al menos en España) todos corremos una loca carrera que consiste en "hágame usted una norma absurda, que ya veré yo cómo me la salto".
Salió la Ley Antitabaco, y en seguida todos los bares a justificar que tenían menos de cincuenta metros cuadrados, llamando "almacenes" a salas de doscientos metros cuadrados. Se modificó la ley y todos a sacar espacios semiexteriores para fumar. En nuestro país no hay "la excepción que confirma la regla", sino "la excepción generalizada para saltarse la regla".
Sale un nuevo Real Decreto y rápidamente lo hojeamos para ver por dónde nos lo podemos saltar, dónde presenta flaquezas o ambigüedades que nos permitan interpretaciones libérrimas.
En este juego siempre contamos con la complicidad de quienes escriben los artículos, que son los peores escritores del mundo y redactan con tal retorcimiento y tan pésima sintaxis que cualquier cosa puede significar cualquier cosa.
El otro día he visto un ejemplo simpático (pero muy triste), que es el que me ha movido a escribir estas líneas.
En una tienda de hogar y decoración de Aranjuez he visto a la venta estos simpáticos perritos:
(También los hay en serpiente). Son unos cojines alargados para colocar debajo de las puertas e impedir que pase el biruji.
No los había visto en mi vida, pero me dicen que son soluciones clásicas para las casas antiguas, aquellos casoplones mal acondicionados en los que se colaba el aire por todas partes.
Pues resulta que se han vuelto a poner de moda. Y es que en nuestras maravillosas casas superacondicionadas y megacalefactadas se vuelve a colar el gato, pero esta vez por prescripción legal.
Resulta (ya lo he contado otras veces) que sobre la edificación gravita una faramalla de normas absurdas y contradictorias que nos hacen la vida imposible.
Las exigencias de ahorro energético y de aislamiento acústico son de aislar los edificios, cerrarlos a cal y canto, hacerlos herméticos cual sarcófago de faraón viudo. Pero las exigencias de salubridad consisten en dejarlo todo abierto, que corra el aire, cual pareja de novios de los sesenta. Y, como no podía ser de otra manera, hay que cumplirlas todas simultáneamente.
Y, claro está, no se puede ser al mismo tiempo faraón viudo muerto y pareja con ansias de vida.
¿Para qué sirve esta norma? Para que, esté tu casa como esté, siempre puedas demandar al arquitecto y ganar. Y una indemnización económica por no se sabe qué siempre te vendrá muy bien.
No se pueden cumplir todas las normas, que se contradicen unas a otras. Así que el arquitecto siempre pierde.
La solución exigida por el siempre reprobable y vituperable Código Técnico de la Edificación es que, después de colocar eficaces aislamientos térmicos y ventanas herméticas y con rotura de puente térmico, dejemos agujeros en las fachadas de los salones y dormitorios, y o bien hagamos agujeros en las puertas de paso o las coloquemos de manera que no lleguen al suelo. Así se genera una corriente de aire que procede de las fachadas, atraviesa las habitaciones, pasa por las puertas, cruza los pasillos y distribuidores y acaba saliendo por los baños y cocinas. Y esa corriente es constante.
¿Qué hace la gente? Taponar los puñeteros agujeros de las fachadas y poner cojines-perro o cojines-serpiente bajo las puertas.
Ante esta situación las administraciones públicas deberían actuar de oficio. Sólo hay dos alternativas: O derogan de una santa vez el CTE por ser ineficaz y estúpido, o, si lo consideran bueno y positivo, prohíben entonces la fabricación y comercio de los cojines-perro y de los cojines-serpiente. Y entran los GEO en esta tienda de decoración y desactivan estos bichos.
Esta estúpida legislación viene porque ya somos incapaces de ventilar nuestras casas y de encender la calefacción a sus horas, y cada vez hay más problemas de condensación porque no sabemos habitar. Y porque esta vida de mierda que llevamos nos hace salir zumbando de casa por las mañanas sin ni siquiera poder hacer las camas y dejar unos minutos ventilando, y volvemos a las tantas, derrengados y explotados por este sistema absurdo en esta vida absurda que llevamos. Y como a la hora que llegamos a casa ya no daría tiempo a poner la calefacción, pues la dejamos puesta todo el santo día. Hala.
Y las casas chorrean agua, y para evitar este problema, en vez de dejar una rendijita de la ventana abierta nos obligan a comprar unas carísimas ventanas superherméticas y con doble capa y doble sistema que rompe el puente térmico, y a la vez nos obligan a hacer un agujero para que entre el aire, y unas puertas que no cierran, para que corra.
Cuando dejemos de saber sonarnos los mocos harán un Real Decreto que nos obligue a llevar un aditamento E-4000 que cada equis minutos nos restriegue las narices. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que también deberemos llevar el complemento P-650-h que nos tapone las hemorragias que nos produzca el E-4000.
Y es que el camino de gilipollismo que emprendimos y por el que transitamos con tanta soltura no tiene fin. Y así nos va.
Addenda: Emilio Pardo me señala en Facebook esta genialidad de los Masters of Concrete, que no conocía. (Aquí)
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