Revista 100% Verde

Los perros van por barrios

Por Cooliflower
Los perros van por barrios

Los perros van por barrios

20 de julio de 2015

Sobre el asfalto hirviente, los perros van por barrios. En las calles más antiguas los mayores arrastran a sus caniches ojerosos. A los canes ancianos el paso se les ha desacompasado para ajustarse al de sus amos. Con una telilla blanca en la vista, se pegan a los tobillos, como si fueran seguratas lanudos, recelando de los extraños. Son viejos gruñones, defensores de las causas perdidas.

En las zonas más indies de la ciudad los rebeldes han adoptado a las sufridas lecciones de anatomía osea, que son los cariñosos galgos. Estos fieles huesudos nunca se meten con nadie; en su mirada hay una cierta añoranza por los trotes perdidos. Entre semáforos y regulaciones, difícil lo tienen para dar más de tres zancadas sin tropezar con una multa.

El perro más familiar se encuentra por doquier, atiborra las esquinas; anuncia su llegada como una pequeña locomotora asmática. Los bull-dog franceses, resollantes, buscan una sombra mirando al cielo en busca de oxígeno. Despliegan su enorme lengua, como una toma de tierra sonrosada, y parecen reírse de chistes privados que sólo conocen los de su raza.

Inmunes a provocaciones e indiferentes a halagos los labradores y golden retriever son los currantes de la urbe. Conducen a personas invidentes, se tumban con señorío y miran con la condescendencia de un sabio peludo a los guiris que desparraman cerveza para festejar la salida de la jaula laboral, también llamada veraneo. Se ganan hasta el último euro del sueldo que no perciben.

Con el chándal por uniforme, los usuarios extremos de pit bull (canes y cantante), pasean a sus culturistas caninos. Se sienten protegidos con un perro famoso por su feroz mordedura. "¿Yo peligroso, con esta mirada tan noble?", parecen decir, tras el bozal. La mala leche, como la buena educación, no es genética, sino aprendida. Se transmite de padre a hijo, de maestro a alumno, de macarra a pit bull...

Después, en las zonas altas de la ciudad, se mezclarán pomerania, y mini yorkshire. A los primeros rara vez se los verá en volandas, no sea que se les estropee la exclusiva mata de pelo. Suelen vivir muy vigilados, con miedo al rapto; son inversiones con patas a catorce años. Los yorkshire habitan en las alturas, en un bolso. Sacan más de una carcajada: asoman de cualquier escondrijo con sus ojos de botón. Son peluches vivos, perritos llavero.

Los chuchos, los perros mestizos... ¿Dónde están? Alguno se encuentra, escaso, junto a algún "anarquista" que confunde ideología política con caos vital. Se sientan junto a sus dueños esperando que la vida les regale otra vida. Esperan, medio pastor alemán, medio animal desconocido, un mundo ideal que únicamente aparece en los programas políticos.

El resto de perros sin raza se va por la noche, en fila india, hacia las perreras. Allí acuden, cuando nadie los ve. Esperan una adopción que pocas veces llega. Nadie quiere un perro desconocido, mezclado, sin papeles.

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