Pablo Siquier es artista visual y representante de la geometría contemporánea. Realiza obras en pintura y escultura. También grandes murales. El grueso de su trabajo es monocromático y está muy emparentado con la arquitectura, pero él está un poco cansado de todo eso. En la ciudad de Buenos Aires se pueden apreciar algunas de sus obras, como el mural sobre cerámico en la estación Carlos Pellegrini, en el subte porteño, o los dos grandes murales realizados para el edificio Los Molinos, en Puerto Madero.
Hoy la cuestión del estilo personal en el arte es irrelevante. En algún momento el trabajo del artista consistía en eso, arribar después de años de aprendizaje, de conocer las tradiciones y una serie de habilidades, a un estilo personal. Pero eso ahora ya no tiene importancia. A pesar de esto que digo, yo tengo un estilo marcado, es decir que soy un artista anacrónico.
¿De qué se trata entonces ese estilo?
Las repeticiones son el corazón y la estructura de mi trabajo. Se puede decir que mi serie es la variante a partir de la repetición: si una cosa no funciona como unidad, pruebo con diez unidades, y si no funciona pruebo con diez mil. Siempre agregando, nunca reduciendo, pruebo el mismo gesto una y otra vez. Dentro de esa instancia repetitiva, busco la variación. La repetición es todo en mi trabajo.
¿Porqué la resolución geométrica?
Al principio mi trabajo era más gestual, tenía que ver con la energía de la mano, del brazo y la energía psíquica. La geometría fue un recurso para ordenar ese gesto expresivo y anárquico en estructuras controlables. Se puede decir que la geometría es control, y en ese sentido operó sobre mi trabajo. Pero tan bien se puede decir que tengo las pelotas llenas de la geometría y quiero ir para otro lado. No tengo mucha idea de a dónde, pero quiero tener menos control del producto, del resultado final. Quiero que haya una instancia de riesgo mayor.
¿Cómo se hace para cambiar?
Los cambios, en mi trabajo, no se dan por mis limitaciones como artista. El mercado es un monstruo muy inteligente y puede absorber cualquier cambio que el artista proponga. Es más, lo desea. Las limitaciones son personales, creo que soy una artista restringido y seco. De hecho no hay ningún condicionamiento externo que limite las variantes en mi trabajo, no siento esa presión de las galerías con las que trabajo.
La necesidad de cambio, de abandonar la geometría y la monocromía, tiene que ver con el agotamiento. Con haber trabajado durante muchos años de manera muy exigente: las cosas no me podían salir mal. Siempre estuve detrás de fechas límites y eso me quemó un poco el cerebro. Los cambios me costaron siempre y me cuestan ahora.
¿Te gusta tu trabajo?
Lo que me gusta de mi trabajo es el resultado final, pero no tiene nada que ver con el placer. Puedo decir que todo el proceso no tiene que ver con el disfrute y la satisfacción. Se trata más de esfuerzo y trabajo para que el resultado sea el que la pieza exige.
¿Para qué sirve tu tarea como artista?
El arte le sirve sólo a los que necesitan el arte, a un público restringido. No creo en el funcionamiento del arte o en la utilidad del arte de manera social. El impacto social del arte es mínimo comparado con otras actividades como la economía, la política, la ciencia o la religión. La incidencia social del arte es sutil y frágil. Yo aspiro a que mi trabajo atraiga la atención de la gente, pero sin elementos seductores evidentes.