Cómo se elige al hombre más poderoso del mundo
Tras un mandato marcado por su cruzada contra el terrorismo mundial, George W. Bush pretende prolongar su estancia en la Casa Blanca a partir de las elecciones de noviembre de 2004. Si no lo logra, el demócrata John Kerry se convertirá en el cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos. Durante más de dos siglos los norteamericanos han acudido cada cuatro años a las urnas para escoger a su líder. Pero su sistema de votación es distinto al europeo. Este artículo aclara cómo se elige al hombre más poderoso del mundo y recorre la historia de ese país a través de sus máximos dirigentes.
Desde 1789 -cuando George Washington fue escogido por unanimidad presidente de los Estados Unidos- hasta hoy, un total de 43 personas ha ocupado dicho cargo, a pesar de que oficialmente Barack H. Obama es el cuadragésimo cuarto presidente. Este desfase se debe a que Grover Cleveland fue dos veces presidente, pero no de manera consecutiva (presidió el país en los períodos 1885-1889 y 1893-1897), y por ello figura en la lista de mandatarios con dos números ordinales distintos (vigésimo segundo y vigésimo cuarto). No resulta fácil hallar un vínculo común a todos estos estadistas. A no ser que se repare en el hecho, sorprendente, de que todos ellos han gobernado bajo la misma Constitución, la más antigua del mundo aún vigente. Este documento, de poco más de 6.000 palabras, fue ideado para organizar una república pequeña, rural, desarmada y débil. Sin embargo, más de dos siglos después, y solo con pequeñas enmiendas que han permitido a las nuevas generaciones reinterpretarlo de acuerdo a las circunstancias de su tiempo, este mismo texto permanece casi inalterado para regir la gran potencia industrial y el inmenso país que es en la actualidad Estados Unidos.
¿Presidente o caballero?
Los poderes y privilegios de las personas que han ocupado la Presidencia han ido aumentando con el paso del tiempo, conforme la nación iba creciendo hasta convertirse en la superpotencia que es hoy. En marzo de 1861, Abraham Lincoln estrechó en la puerta de la Casa Blanca la mano del presidente saliente, James Buchanan, y lo invitó a que fuera de vez en cuando a visitarlo. Con gesto grave, Buchanan le respondió: "Mire Abe, no tengo ningún inconveniente en reunirme con usted siempre que sea posible. Pero no volveré jamás a pisar la Casa Blanca. No sé cómo explicárselo... Puede que la Casa Blanca sea el lugar adecuado para un presidente, pero no es lugar para... un caballero". Unas horas más tarde, Lincoln descubrió, en parte, a qué se refería Buchanan. Solo unas pocas dependencias de la residencia contaban con agua corriente; las manchas de humedad y moho estaban presentes en casi todas las paredes, y un olor nauseabundo, procedente de las pestilentes aguas del Potomac, hacía el ambiente irrespirable en el interior si se abrían las ventanas. Vivir en la Casa Blanca, entonces, no era, ni de lejos, ningún privilegio. El hijo de Lincoln falleció poco después a causa de aquel clima insalubre, tras contraer las fiebres del Potomac.George Washington, el primero en tomar las riendas del país, debió sentirse mucho peor que Lincoln al ocupar el cargo. Él mismo definió su estado de ánimo como el de "un hombre condenado que se dirige al lugar de ejecución". Lógico, si se tiene en cuenta el país que debía dirigir. De los trece estados fundadores, once habían ratificado la Constitución, aunque algunos (Massachusetts, New Hampshire, Virginia y Nueva York) habían presentado una dura oposición. Y dos de ellos (Carolina del Norte y Rhode Island) siguieron permaneciendo aparte con resentimiento. El censo de 1790 reveló que, entre todos estos estados, apenas sumaban cuatro millones de habitantes. Es decir, que Washington debía dirigir una nación débil, con una forma de gobierno experimental, sin armada y con un ejército formado por 840 mandos y soldados.
Con todo, el héroe de la Independencia supo guiar el país con firmeza y dio un gran prestigio al cargo. Fue el primer militar en llegar a la Presidencia, circunstancia que luego se repetiría con Andrew Jackson, Zachary Taylor, Ulysses Grant y Dwight Eisenhower. Evitó convertirse en el equivalente a un rey -a pesar de que se desplazaba en una pomposa carroza amarilla decorada con ninfas y querubines dorados- y renunció a presentarse en 1796 para un tercer mandato. Una decisión que todos sus sucesores siguieron, como si se tratara de una ley, con la excepción de Franklin D. Roosevelt, que se presentó cuatro veces y siempre ganó (en 1932, 1936, 1940 y 1944).
Pero, si cabe destacar un hecho decisivo en aquellos primeros años de la Unión, este es la polarización de la opinión pública y la clase política en dos facciones que, con el tiempo, iban a desembocar en los dos grandes partidos de la actualidad.
A un lado se ubicaron los federalistas, partidarios de un Gobierno central fuerte y del desarrollo de una industria potente, ideas que aglutinaban a banqueros, comerciantes, armadores e industriales. Los dos primeros presidentes de la nación, Washington y Adams, pertenecían a este grupo. Durante los doce años que ocuparon el cargo, los federalistas lograron cosas notables: pusieron en funcionamiento una nueva Constitución; elaboraron una estructura fiscal, y evitaron guerras y enfrentamientos entre estados.
Al otro lado alzaron su voz aquellos que defendían los derechos de cada estado. A diferencia de los primeros, que sentían una gran atracción por el sistema político de Gran Bretaña, estos seguían muy de cerca y con claras simpatías los acontecimientos de la Francia revolucionaria. Entre los antifederalistas surgió Thomas Jefferson, una de las figuras políticas más notables de la historia norteamericana, que encabezó la oposición liderando el Partido Republicano Demócrata, precursor del actual Partido Demócrata, que usó entonces el término republicano a fin de resaltar su ideario antimonárquico. Con el federalista Adams como presidente, Jefferson consiguió la vicepresidencia (la única vez en la historia que los dos máximos dirigentes no han pertenecido al mismo partido) y, posteriormente, ganó las elecciones de 1800 y de 1804. Fue, sin duda, un personaje excepcional en cuya figura merece la pena detenerse brevemente. Además de político y diplomático, era filósofo, naturalista, arquitecto, granjero, científico e inventor. Ya apartado de la política, fundó la Universidad de Virginia, además de diseñar los planos de sus edificios y confeccionar su plan de estudios. Como presidente, rompió con todo lo que tuviera que ver con ceremonias reales, renunció a utilizar carruaje, fue andando sobre el barro de Washington a la toma de posesión de su cargo y atendió las peticiones de visita de los ciudadanos. Su triunfo más destacado fue la compra de Luisiana a Francia, con la que prácticamente se dobló el territorio de la Unión.
América para los americanos
Con Jefferson se abrió un largo período de dominio del Partido Republicano Demócrata, que ganó las elecciones a la Presidencia en otras cinco ocasiones consecutivas: James Madison, en 1808 y 1812; James Monroe, en 1816 y 1820, y John Quincy Adams, en 1824. En esta etapa tuvieron lugar algunos sucesos muy determinantes para el futuro del país: el nuevo conflicto con Gran Bretaña (1812), del que el patriotismo norteamericano salió muy fortalecido; la apropiación de Florida (1818), y el nacimiento de la doctrina Monroe, bajo el lema "América para los americanos". James Monroe justificó la esencia de esta doctrina, manifiestamente imperialista, en la necesidad de proteger el continente americano de las grandes potencias europeas. En realidad era una advertencia a Europa, una forma de hacerle saber que Estados Unidos se sentía cada vez más fuerte para ocuparse por sí solo del Nuevo Mundo.Las elecciones de 1828 las ganó Andrew Jackson, y su victoria supuso un nuevo punto de inflexión. En primer lugar, porque, a diferencia de sus seis predecesores, Jackson no era un miembro de la alta sociedad norteamericana, sino un hombre de la llamada frontera (los territorios del Oeste que iban siendo arrebatados a los indios). En segundo término, porque Jackson contó con el apoyo de una amplia coalición de partidarios. Esto permitió consolidar las estructuras del Partido Republicano Demócrata que, a partir de esta administración, pasó a denominarse Partido Demócrata, nombre que seguirá hasta nuestros días.
Si Monroe abogaba por un territorio de propiedad exclusiva de Estados Unidos, Jackson proclamaba la necesidad de conquistarlo hasta el último rincón y confinar a los nativos en reservas. Lo dejó claro el día de su toma de posesión: "¿Qué hombre bueno preferiría un país cubierto de bosques y poblado por unos pocos miles de salvajes a nuestra extensa república, salpicada de ciudades, pueblos y prósperas explotaciones agrícolas?" La oposición a Jackson se aglutinó en torno a una nueva formación política de corte británico, el Partido Whig, que representaba los intereses de los grandes industriales. Y a pesar de que un nuevo candidato demócrata (Martin Van Buren) ganó los comicios de 1836, los whig representados por William H. Harrison se impusieron en las elecciones de 1840, triunfo que repetirían en 1848 con Zachary Taylor.